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Año III - Nº 165
Uruguay, 20 de enero del 2006
 
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REFLEXIONES
Por Helena Arce

Se suele decir que los vínculos sanguíneos, esos que hacen que las personas compartan genes unen inexorablemente. Se suele decir que sin embargo más que eso, une el haber crecido juntos en un mismo entorno familiar. Se suele decir que el haber compartido los mismos referentes, unen para siempre a los seres humanos.

Se suelen decir tantas cosas&..

Sin embargo, así como puede suceder en un matrimonio que al pasar los años, se crece distinto, se pierde el proyecto que daba sentido a la vida en común, también puede suceder con otros seres que uno ama: hermanos, primos, sobrinos.

Se puede compartir la misma sangre, se pueden compartir los mismos recuerdos, los mismos dolores y las mismas alegrías&.

Puede ocurrir despertar un día, y ver a esos seres, cuyas vivencias hacían más felices o infelices las nuestras según las suyas fueran, y descubrir que ya no son los mismos, o tal vez seamos nosotros los que cambiamos.

O de pronto nos despabilamos, y aquello que creíamos cariño, era únicamente oportunismo, aprovechar lo que de nosotros se podía obtener.

Uno se niega rotundamente, a bastardear el cariño, la ternura infinita que sintió por esos seres que integraron su pasado, y piensa: solo cambiamos, ni ellos, ni nosotros somos los mismos.

¿Será que es cierto que las vivencias pueden alterar los valores esenciales? ¿Mutan esos valores mínimos de sentimientos sagrados, que ni las más miserables experiencias de vida, debieran alterar?

Recuerdo haberle preguntado una vez a mi padre, a mi inolvidable viejo, por cual motivo no quería ir a ver a un ser muy allegado a él, a quien lo unía un lazo que debiera ser inquebrantable. El solo movió su mano en sentido negativo, años después me enteré, que esa persona lo había estafado en su cariño, lo había herido terriblemente y el con infinito dolor, pero con determinación, lo eliminó de su vida. Le deseó el bien, lo quiso desde lejos, pero nunca más aceptó verlo.

Eso a veces pasa.

Entonces es cuando se hace un agujerito más en el corazón, y a pesar de eso se sigue con la vida.

A los seres que uno vio nacer, crecer y madurar, a los que quiso entrañablemente durante todo ese tiempo, nunca evidentemente los dejará de querer, pero a veces puede decidir poner un punto final.

Es saludable, saber decir hasta aquí llegamos. La desilusión que produce descubrir, que esos seres que acunamos sin ser nuestros hijos, o que sentimos como a hermanos, que amamos casi como si lo fueran, se han convertido en extraños que no sienten como propios valores que uno siente esenciales, duele, lacera. Pero se debe seguir apuntando al futuro, y dedicarse a quienes uno realmente se debe.

En el transcurrir de la vida, sin duda existen puntos de vista diferentes, aun con aquellos a quienes más se ama. Pueden haber incluso peleas que separan, pero cuando pasa el tiempo, ese que todo lo cura, se descubre que todo puede superarse.

Sin embargo, hay hechos que no tienen retorno, hay desilusiones que muestran facetas de la personalidad que es imposible compartir, incluso en aquellos seres que nunca dejaremos de querer.

Por eso hoy entiendo aquel gesto de mi padre haciendo que no con la mano, mientras su cara mostraba su determinación de no permitirse volver a ser herido.