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Detrás de las papeleras
* Marcos Cantera Carlomagno |
El conflicto por las papeleras de Fray Bentos ha dejado de ser un problema medioambientalista para convertirse en algo que encierra dimensiones económicas, políticas, históricas y culturales. Antes que nada, es menester tener en cuenta que la idea de un Uruguay independiente, es decir de un Estado uruguayo soberano, despierta aun desagrado y resistencia en varios círculos de la sociedad argentina. No hay, por supuesto, una oposición abierta a este hecho histórico, ni tampoco es algo generalizado, pero sí es verdad que existe en algunos sectores de la sociedad argentina una cierta disposición, mezclada con no poco romanticismo histórico y nostalgia imperialista, a ver el proceso independentista uruguayo como algo impuesto al Estado argentino de la época por las potencias europeas, más concretamente Inglaterra y Francia, gracias a una coyuntura especial basada en la fuerza militar. De esa manera, la misión de reincorporar la Banda Oriental aparece para ciertos argentinos como una especie de signatura pendiente.
Es sintomático que en las efemérides recordadas por Radio Nacional de Buenos Aires el 25 de agosto del año pasado, la cruzada de los 33 fue definida como "el deseo de algunos orientales de cumplir con el objetivo de Artigas de unir Uruguay a la Argentina". Radio Nacional, que no es otra cosa que un vocero estatal argentino, confunde de esta manera el ideario artiguista de Patria Grande, en donde todas las provincias integrantes se deberían encontrar sobre un pie de igualdad, con la anexión lisa y llana de Uruguay por parte de Argentina, para su posterior administración como una provincia más por el gobierno central con sede en Buenos Aires.
Viviendo en Argentina, uno percibe regularmente este sentimiento de revanchismo e insatisfacción. A veces, las situaciones creadas parecen obras de surrealismo. En un ambicioso texto de estudios académicos, "La cultura argentina", tomo II, publicado por primera vez en Buenos Aires en 1996, se descubre que ciertos íconos culturales uruguayos han sido sencillamente argentinizados. Uno de ellos es Horacio Quiroga (página 157 y siguientes). Otro es Florencio Sánchez. En la página 81 de dicha obra leemos cuanto sigue: "Aunque nacido en Montevideo, Sánchez es argentino a partir del momento en que su producción teatral fue mayoritariamente representada en Buenos Aires y en otras ciudades de nuestro país."
O sea que, no habiendo logrado anexar todo el Uruguay, Argentina se consuela con anexar uruguayos en forma individual...
Otra táctica elegida dentro de esta perspectiva es la de sustituir el concepto uruguayo por el de rioplatense. Así, cuando una personalidad es argentina de nacimiento, se le llama argentina. Cuando por el contrario la misma es uruguaya, pasa a denominársele rioplatense. Un caso clásico de este eufemismo aparece en la novela (premiada con la contribución de Mario Benedetti entre otros) El general, el pintor y la dama, de María Esther de Miguel, la cual trata la relación de Blanes, el general Urquiza y Carlota Ferreira. Allí, Urquiza es argentino y Blanes rioplatense. Urquiza es un gran héroe argentino. Y Blanes es uno de los mayores pintores rioplatenses. La relación contraria, es decir Urquiza como héroe rioplatense y Blanes como pintor uruguayo, no figura nunca en el libro de de Miguel.
Decíamos, al inicio, que detrás de los cortes de ruta entrerrianos hay mucho más que mera solidaridad con el medio ambiente local. Los cortes, apoyados por el gobierno de Kirchner, son un burdo intento de perjudicar la economía uruguaya, especialmente en lo que refiere a la industria turística. No es la primera vez que vemos algo así. A partir de 1946, el gobierno del general Perón llevó adelante una intensiva guerra económica contra Uruguay, cortando tan dramáticamente las comunicaciones hacia y de nuestro país que llegó a ser imposible viajar de orilla a orilla, incluso con pasaporte diplomático.
Para los observadores extranjeros de la época, la pregunta crucial era hasta cuándo "el pequeño Uruguay" podría resistir la presión argentina. Los diplomáticos anotaban que mientras en años anteriores Uruguay recibía "una invasión" de hasta 150.000 turistas argentinos por año, entre 1952 y 1954 los que lograron atravesar el bloqueo peronista no pasaban del centenar.
Borgenstierna, embajador sueco en Uruguay, subrayaba que nuestro país había tenido más que suficientes motivos para romper las relaciones con Argentina, "pero ha preferido ser tolerante a toda prueba". "La paciencia uruguaya", agregaba el sueco, "ha aguantado hasta el momento y las medidas y las restricciones argentinas contra Uruguay durante los últimos doce meses aun no ha logrado hacerle perder el equilibrio al gobierno de la pequeña República."
Uno de los negociadores en esta difícil crisis fue, justamente, el ex presidente Jorge Batlle, quien viajó a Buenos Aires como enviado personal de su padre para tratar de ablandar la rígida posición de Perón y su ministro Borlenghi.
Perón no logró quebrar la economía uruguaya, ni siquiera en su vertiente puntaesteña. Pero la creciente amenaza argentina sirvió para que Uruguay en mayo de 1952 concretase la firma de un tratado de ayuda militar con los EEUU. Innegable ironía de la Historia es el hecho de que la actual crisis uruguayo-argentina y las crecientes presiones de Buenos Aires se den en un marco de nuevo acercamiento entre Uruguay y EEUU, con la firma, esta vez, de un acuerdo económico y la perspectiva de un convenio de libre comercio.
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