|
El populismo del Siglo XXI por Alvaro Kröger |
|
|
Las tácticas de las Asambleas Constituyentes, hasta el momento, ha resultado muy eficiente a la hora de ayudar a los nuevos caudillos a consolidar su poder .En Venezuela, Bolivia y Ecuador está naciendo una nueva izquierda, dicen sus presidentes, un “socialismo del siglo XXI”. Pero a pesar de la supuesta novedad de visión, sus acciones sólo parecen estar replicando las políticas autodestructivas que le causaron tanta agonía a Cuba. Esta visión populista no es nada nueva en América Latina: ya fue utilizada por caudillos de extrema derecha.
A diferencia de los antiguos movimientos de izquierda, que confiaban en la lucha armada, el dictador venezolano Hugo Chávez, el presidente discípulo del mono bananero, el boliviano Evo Morales y el pituco presidente ecuatoriano Rafael Correa accedieron al gobierno mediante elecciones y, para ampliar su poder, recurren a la presión de las masas y reivindican la reforma constitucional para obtener un poder que el pueblo NO les dio. ¿Hasta cuándo esos pueblos aguantarán la bota izquierda?, deben recordar que la bota derecha se aguantó como máximo 15 años.
En Venezuela, el mono bananero afianzó su proyecto con una Asamblea Constituyente que cambió la constitución a su antojo. El indio Morales, en Bolivia, también logró imponer una Asamblea similar, aunque con resultados inciertos a pesar de las tropas venezolanas que están en su territorio, y Correa esgrime esa posibilidad contra “los partidos tradicionales, las oligarquías criollas y el imperio” ,los enemigos comunes de los tres presidentes devenidos en dictadores. Desde el momento en que un presidente electo democráticamente cambia las reglas del juego se transforma en un dictador. Catalogamos a Hitler como dictador por hacer lo mismo que el mono bananero, el indio Morales y el pituco Correa, porque aquel fuese de extrema derecha y éstos de izquierda los resultados son los mismos.
Las tácticas de las Asambleas Constituyentes, hasta el momento, ha resultado muy eficiente a la hora de ayudar a estos nuevos caudillos a consolidar su poder. Con diferente suceso en cada país la idea es la misma: otorgar al caudillo el poder total, la sumisión del Poder Legislativo y Judicial y la concentración del poder en muy pocas manos; esto es lisa y llanamente una dictadura. Como se trata de procesos que promueven reformas totales, los ayuda a evitar los debates sobre cambios específicos. De ésta forma se llega al viejo dicho: "Vamos a cambiar todo para que no cambie nada". Este hecho no es ni nuevo ni raro; en la Unión Soviética lo único que cambió luego de la revolución de 1917 fueron los gobernantes: en lugar de los Romanov, estuvieron los Lenin, Stalin, Kruschev, etc., etc.
Por el contrario, las ideas del cambio social se mezclan con las de la reforma institucional de formas aleatorias que a los votantes les resultan incomprensibles. Por ejemplo, las Asambleas Constituyentes de Chávez y Morales son atractivas no sólo para los grupos más radicales, que quieren "refundar la república y reinventar la historia", sino también para los que quieren crear un escenario para la deliberación demokrática. Mientras deliberan, se tiran con sillas, se toman a los golpes, se insultan, los nuevos caudillos concentran en sus manos más y más poder.
Las experiencias de Venezuela y Bolivia sugieren, que todos terminan frustrados. Los radicales, cuando descubren que no basta cambiar las normas para cambiar la realidad; los concertadores, cuando son impedidos de dialogar por las movilizaciones sociales, y todos en conjunto cuando descubren que carecen de propuestas específicas o que las que tienen son incompatibles entre sí o inaplicables. Dentro de éste caos político e institucional, los dictadores van tejiendo sus alianzas, nacionales e internacionales, mientras que el pueblo está en la incertidumbre total.
Finalmente la realización de una Asamblea Constituyente simplemente debilita la institucionalidad. Como pone en duda la “ley de leyes”, la Asamblea cuestiona implícitamente la vigencia de las normas y de las entidades públicas, y contribuye a erosionar el sistema institucional y político, creando así un caótico sistema que se retroalimenta en la incertidumbre, en el descreimiento de las instituciones y como corolario lógico el mismo pueblo aclama a alguien para que ponga un poco de orden. Es así que el mono bananero ya se auto-proclama presidente vitalicio.
Cuando eso ocurre, se agiganta la figura presidencial, se facilita su transformación en caudillo y su desenlace lógico en dictador.
Quienes promueven la concentración del poder ilimitado justifican este hecho, como siempre ocurrió, por la necesidad "revolucionaria" de cambiar las estructuras, "liberar" a la nación y superar las condiciones de pobreza de las mayorías. Sin embargo, cuando este poder concentrado empieza a tomar acción, renacen las confusiones que caracterizaron a la vieja izquierda, no saben qué hacer con el poder, como ya se observa en Venezuela y Bolivia. Un día dicen "A", al siguiente "B", al otro "C", y la culpa la tiene USA, el imperio, el FMI, las lluvias, la corriente del "Niño y/o la Niña", o el chivo expiatorio que haya más a mano.
La confusión más flagrante es la que no diferencian entre Estado y Nación. En consecuencia, la transferencia de recursos al Estado es vista como una transferencia a las manos de la Nación. Presas de esta confusión, venezolanos y bolivianos apoyan con entusiasmo el renacimiento de empresas del Estado, sin reparar en que esto no hace más que malgastar recursos que debieron tener un mejor destino, ya que muy pocas empresas estatales se han liberado de la ineficiencia burocrática o la corrupción, y deberían saberlo no sólo éstos dos, sino todos los populistas. Y aquí volvemos al ejemplo de la Unión Soviética: se confundió tanto Estado y Nación, que ésta dejó de existir y todos los recursos fueron a manos del Estado, formando una de las sociedades más ineficientes que haya creado el hombre.
Otra confusión quizá más peligrosa es la que fusiona la idea de pueblo a la de masas organizadas que salen a las calles. La lógica de este tipo de movilización es que los recursos son destinados al grupo que ejerce mayor presión y que es capaz de generar más conflictos. Esto significa que se posterga la atención a los más débiles y necesitados, que no pueden ejercer una presión similar. Es más, muchas veces es el Estado mismo, ahora controlado por un dictador poderoso, el que moviliza a grupos elegidos, ayudados por la concentración de enormes recursos en manos del gobierno lo cual surgió gracias a la intervención estatal en la economía. Aparte de los ejemplos venezolano y boliviano, el argentino es una "perla", en éste sentido: pueblo y masas movilizadas son para el Gallotero exactamente lo mismo y la única diferencia que hace es que las masas movilizadas que lo apoyan son las verdaderas, las otras (caso Neuquén) merecen el mayor de los escarmientos.
La lucha por el control de las rentas de los hidrocarburos es fenomenal en este sentido. Más del 90% de las exportaciones de Venezuela son hidrocarburos que aportan más de la mitad de los ingresos fiscales. En Ecuador y Bolivia, las magnitudes son más modestas, pero en ambos casos las exportaciones de hidrocarburos representan la porción principal del total de exportaciones y proporcionan más de un tercio de los ingresos fiscales. Entonces parece lógico que el primer objetivo a ser deglutido sean las compañías petroleras y los sistemas asociados a ellas. Y también parece lógico que éstos dictadores se opongan a la implementación de combustibles alternativos, a pesar de que el mono bananero le va a instalar al crápula caribeño 8 plantas de etanol para vendérselo a USA.
Esta concentración de las rentas modifica radicalmente la relación de la sociedad con el Estado. En los tres países, la situación financiera del gobierno no depende de la suerte económica de las empresas o de los trabajadores sino que, al contrario, son las empresas y los trabajadores quienes dependen de los servicios públicos o de los subsidios que son financiados con las rentas naturales.
Cuando las organizaciones sociales son escasas y débiles, como en Venezuela, la concentración de recursos implica concentración de poder y la posibilidad de perpetuarlo mediante el clientelismo. Cuando las organizaciones sociales son fuertes, los recursos concentrados se convierten en el objeto principal de la disputa política. En ambas situaciones, las instituciones independientes empiezan a ser vistas como enemigos que los caudillos y los grupos corporativos intentan destruir y con mayor frecuencia de la deseable lo logran
De esa convergencia se nutrió siempre el populismo latinoamericano que hoy renace con el disfraz de un nuevo socialismo. La principal lección que debemos aprender parece ser que la abundancia con que la naturaleza dotó a estos países puede respaldar la democracia y el desarrollo sólo si se evita la concentración de esos recursos en manos de la burocracia o su uso discrecional por un caudillo devenido en dictador.
Referencias: A. Toffler,Hisnsly, I.Berlín, Hooks, M.Weber, Cepal, UNCTAD, National Board of Biofuels (NBB)
|