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Se vienen las internas
por Helena Arce
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Ya llega el tiempo, en pocos meses más deberemos votar a los hombres que deseamos resulten en cada partido quienes se postulen para Presidentes de la República.
A veces escucho que hay que votar al hombre y no al Partido, en estas últimas elecciones aprendí que realmente hay que votar al hombre dentro de un Partido. ¿Cuántas buenas ideas del actual Presidente quedaron por el camino, por no contar con el apoyo de su Partido? ¿Cuántas de sus equivocaciones no fueron enmendadas a tiempo, por no tener a mano sabios consejeros?
Es imprescindible saber que para que el Presidente de la República pueda hacer efectivas sus propuestas, debe contar con un equipo de gobierno que lo apoye, y a eso sumarle los votos de los parlamentarios que conviertan en ley aquellos actos de gobierno que lo necesiten, y/o sepan ellos y él negociar lo negociable para que lo mejor sea lo decidido.
Hemos asistido en estos últimos años a un triste espectáculo, donde el “hombre” elegido para dirigir los destinos de nuestro país, no contaba nada menos que con sus mismos hombres de confianza, y cuando digo hombres incluyo a las mujeres, pues sigo insistiendo que para incluir no es menester discriminar, comenzando por asesinar el idioma español.
Todos tenemos presente las mil y una noches oscuras, oportunidades perdidas, donde el Presidente quería tomar medidas favorables para el país, con el consenso de la población, y no prosperaron por tener en contra nada menos que a Ministros de gobierno.
Pero hoy no quiero hablar del que se va, mi interés es el que viene. El pasado, como sabemos no lo podemos cambiar, solo debemos tenerlo vivo en la memoria, para tomar las decisiones futuras que nos eviten errores y dolores.
Y se me ocurrió preguntarme: ¿Quién quiero que sea Presidente de la República?
No es el nombre al que apunto, obviamente. Hay varios candidatos ya firmes en los diferentes partidos políticos.
Me refiero a las características de la persona, a su entorno, a la viabilidad de sus propuestas.
Y la contestación que me he dado es: Quiero tener un Presidente de la República a quien pueda “querer”.
Tal vez por haber vivido en el interior de la República la mayor parte de mi vida, tengo una deformación. Fuera de la capital, el principal referente de los ciudadanos es el Intendente Municipal.
Un Intendente no puede esconder sus actividades, los residentes del lugar, conocen a su familia, a sus hijos, a él mismo. Lo encuentran en una esquina, donde por casualidad bajó del auto, y se le acercan a hablarle. Un Intendente no aspira, ni puede escapar al contacto diario con la gente, conoce de primera mano lo que sucede, pues suele darse recorridas por el departamento a ver lo que está ocurriendo.
No apunto necesariamente con esta descripción a que el próximo Presidente deba ser un ex Intendente, sino que debe necesariamente tener ese estilo.
Lamentablemente, hoy en día, y antes ha sucedido, muchos Intendentes no han sido queridos por quienes lo votaron.
Basta pensar en el hoy Intendente de Maldonado, donde con solo mirar por encima las encuestas por menos confiables que estas resulten, salta a las claras que no ha cumplido ni el mínimo de expectativas depositadas en él.
Cuando digo que mi deseo es poder “querer”, sentir estima, afecto, orgullo hacia el próximo Presidente, me refiero a sentir aun cuando alguna de sus decisiones no las comparta, que tras de ellas se cierne el deseo de hacer el bien a quienes lo votaron.
Aun recuerdo el día en que falleció, el Intendente Burgueño. Por esos quiebres ante los que nos presenta la vida, estaba yo internada en el sanatorio donde terminó su vida, el mismo día. Habíamos varias personas en el sanatorio aquel día, entre nosotros reinaba el desconcierto, la desazón, nos sentíamos huérfanos, la pregunta era: “¿qué será de nosotros ahora?”
Yo no había votado a Burgueño en su primer mandato, pues residía en otro departamento, llegué a Maldonado cuando recién había sido elegido. O sea, conocí Maldonado y el estado en que se encontraba cuando asumió. No necesitó más de un año, para que los residentes del lugar notáramos la transformación. La calidad de vida cambió radicalmente, las obras pululaban por doquier. Tuve el honor de verlo frente a frente dos veces en mi vida, una vez por un trámite que fue en persona a realizar en un lugar donde yo trabajaba. La segunda vez me lo topé en la caja de un supermercado, el se encontraba con su señora haciendo cola para pagar, y nosotros estábamos entonces con nuestro pequeño hijo quien siempre, al oírnos hablar de él, manifestaba quererlo conocer. Nos acercamos y le dijimos, “Intendente, nuestro hijo quiere conocerlo”. El con su natural bonhomía lo miró, le dio la mano y le dijo: “Yo quería conocerte a ti, es un honor” En esa época, ya había sido reelecto, nosotros si lo habíamos votado, aunque él no lo sabía, y mi hijo que solo contaba 5 años difícilmente llegase a votarlo alguna vez.
Burgueño era un profundo conocedor de las necesidades de la gente, pues el era parte de la gente. Un hombre que se había hecho a si mismo, y por sobre todo sentía la necesidad de ayudar a las personas a solucionar su vida, dándole oportunidades. Creando oportunidades. Repartía cañas de pescar, no pescado. Pero por sobre todo “empatizaba” con las personas, no les tenía recelo, no les escapaba, era una de esas personas con quienes uno se sentía seguro. Y además sabía lo que estaba haciendo, quería lo mejor para su gente y para ello trabajaba de sol a sol.
Extrapolando esta experiencia de vida, donde aprendí a querer entrañablemente a un hombre a quien tuve la oportunidad de hablar con él únicamente dos veces en mi vida, al punto de sentir un sentimiento casi de orfandad ante su partida, y por cierto mi internación en esos aciagos días se debía a un problema personal muy doloroso, un trance personal que opacaba cualquier otra situación. Bien extrapolando decía el “cariño” que sentí por Burgueño, cariño nacido por ver las obras realizadas en beneficio de su pueblo, su actitud permanente de búsqueda de lo mejor para su gente, incluso aquella que no lo votó, ni nunca lo votaría, es que aspiro elegir a un Presidente a quien uno pueda querer.
Pues quien nos quiere, aquel que realiza obras para nuestra mejor calidad de vida, ese que nos busca la ocasión de acercarnos a las oportunidades para lograr una vida digna, quien se acerca a nosotros de buena manera, logra aun sin proponérselo nuestro afecto.
Un Presidente que no se esconda, y solo se muestre para pedir nuestro voto, aquel que no nos tenga miedo y ande rodeado de guardaespaldas como si su pueblo fuera el enemigo, el que se atreva a bajarse en una esquina solo y entreverarse con su gente; con oídos grandes y boca chica, con ojos bien abiertos. No encerrado en una caja de cristal, sino mezclado entre la gente, capaz de ir sin avisar a los sitios donde desea saber lo que está ocurriendo.
Un Presidente que no tema ejercer la autoridad, pues para eso se la damos, pero que ese ejercicio no avasalle nuestros derechos. Y esa autoridad sea sin petulancia, con prudencia, con cariño, pero al mismo tiempo firme.
Quien realmente elija los mejores hombres en los puestos necesarios, y no tema decir no cuando es mejor, pero sea libre de decir si cuando así debe ser. Alguien con ideas claras, quien sepa los problemas a solucionar y tenga claro las posibles soluciones o donde buscarlas.
Un Presidente que no nos abochorne, sino que nos enorgullezca con sus actitudes y su educación, aun dentro de su sencillez, nos motive, alguien quien nos sirva de modelo, de guía. Un ser humano a quien nuestros hijos quieran imitar, y eso nos de alegría.
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