Año III - Nº 114 - Uruguay, 21 de enero del 2005

 

 

 

 
La copa en el
fondo del lago

Fernando Pintos

Antíquisimos relatos de las estepas siberianas cuentan acerca de un pueblo de pastores que, un buen día, vio cómo se agotaban los pastos que le aseguraban la vida y debió emigrar por fuerza.

El jefe, que era joven y por lo tanto impulsivo, decretó que los ancianos eran una carga innecesaria y que debían ser abandonados a su suerte, que no era otra que la muerte.

Pero un joven que sólo tenía en el mundo a su viejo padre, se las ingenió para esconder a éste en una voluminosa bolsa de cuero que llevaría a lomos de caballo.

Comenzó el viaje y todas las noches el joven se las ingenieba para alimentar al padre y referirle, de paso, los sucesos del día&

Pasadas algunas semanas, los cansados viajeros arribaron a las orillas de un gran lago.

Allí el agua era muy cristalina y dejaba entrever, justo en el fondo, una enorme copa de oro cuajada con infinidad de piedras preciosas.

El jefe de los nómades se sintió mordido por la serpiente de la codicia y ordenó al mejor de sus jinetes que se lanzara al agua para bucear en busca del precioso objeto& Mas el lago era demasiado profundo y el hombre no volvió a emerger. Encaprichado, el jefe fue ordenando lo mismo a varios hombres más, y el caso fue que todos ellos se lanzaron con ánimo a las aguas, pero ninguno volvió a salir de ellas con vida.

Aquella noche el joven de la historia estaba muy deprimido. No quedaban casi hombres adultos para tratar de llegar hasta la copa de oro y a la mañana siguiente le tocaría el turno para sumergirse hacia una muerte segura. Y no experimentaba tanto el dolor de perecer, sino el terrible destino que aguardaba después de eso su viejo progenitor.

Se dirigió, por última vez, a proporcionar el alimento a su padre y, mientras éste comía, le relató detalladamente los sucesos trágicos de aquel día.

Cuando terminó de hablar, el viejo quiso saber más acerca de aquel lago y sus alrededores. Al borde de la orilla opuesta del lago se levanta una montaña enorme, explicó el joven. Entonces el padre le explicó que, cuando llegara su turno de bucear, en lugar de arrojarse al agua bordeara la orilla del lago y subiese hasta la cima de la montaña, puesto que allí encontraría la copa con seguridad&

Y así fue como sucedió, efectivamente. Cuando el jefe felicitaba al triunfador, éste le confesó su secreto y así fue como aquellos transhumantes comprendieron que si la juventud tiene una gran fuerza, la vejez atesora un enorme conocimiento, y que ninguna sociedad humana puede darse el lujo de prescindir de ninguna de aquellas preciosas cualidades pues, de hacerlo, se habrá condenado a la desaparición.

El relato, en cierta medida ingenuo, encierra una sabiduría muy profunda, que ha sido parida por milenios de dura necesidad. Pero nuestra civilización, que ya rebasó los umbrales del Tercer Milenio, olvida muy fácilmente tan demoledora moraleja por culpa de un engañoso optimismo, de una desenfrenada deificación del progreso y de una soberbia suicida& Y cegada por todo ello, se despoja de humanidad y desecha a los débiles, a los indefensos, a quienes agotaron sus vidas económicamente útiles o a esos que no tienen uso o empleo definidos en el marco de un sistema económico que es cada día más canibalizante, ególatra y despiadado&