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Año V Nro. 278 - Uruguay,  21 de marzo del 2008   
 

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2012

 

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Fernando Pintos

¿Será una receta de felicidad?
por Fernando Pintos

 
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         Parece estar científicamente comprobado que la enorme mayoría de los hombres —de la cual, obviamente, excluimos a gays, bisexuales, transexuales y otros personajes ambiguos— dedica alrededor del 85 por ciento de su tiempo a pensar en mujeres. En mi caso, y por culpa de algún tipo de malformación genética, debo confesar que dedico a tales menesteres el 99 por ciento de mi vida consciente (si es que alguien puede aventurar la fantasiosa hipótesis de que yo soy «un individuo consciente»)… De cómo me las arreglo, con sólo el uno por ciento restante de mi atención, para estudiar un par de doctorados, manejar mi empresa (felizmente tengo a mi socio), escribir un libro sobre el conde Drácula, ejercer mi pesada tarea de amo de casa (lo cual significa compras, arreglos caseros, lavar ropa, plancharla, cocinar, lavar platos, barrer ocasionalmente algún piso, etcétera), prestar atención a mi hijo, atender algunas ocasiones sociales, leer algún libro e ir al cine de vez en cuando, es un misterio mucho más profundo y retorcido que el mismísimo pecado original… Y no menciono las dos horas diarias de gimnasio porque, más allá del ejercicio severo que allí me impongo, permito que mis ojos y  mente vuelen todo el tiempo tras un montón de agraciadas mujeronas, bellísimas mujeres, deliciosas mujercitas… Y, para ser completamente sincero, de vez en cuanto también de alguna vistosa mujerzuela.

         Resulta también por demás extraño que, dotado de tal vocación, los frutos reales de mi arduo empeño resulten tan magros como escasos. Me resigno —es obvio y además necesario— filosofando, no exento de amargura, aquella antiquísima máxima de que «Dios le da pan a aquellos que no tienen dientes»… En tanto que a mí, que sin duda los tengo y bien afilados (dejarían a Drácula enfermo de envidia, pues más bien parecerían semejar los del paleolítico tigre dientes de sable), ni siquiera migajas me tira. Acudo entonces, por supuesto, a la más antigua y deportiva de las recetas, aquella que tan sabiamente aconseja: «joderse y tomar quina, es la mejor medicina». Y sin embargo… El asunto —es decir, ellas— sigue girando en torno de mi cabeza y usurpando el epicentro de mis preocupaciones. De allí que me he sentido sumamente interesado cuando, días atrás, me llegó un mail que se titula de esta atractiva manera: «Para hacer feliz a una mujer, sólo se necesita ser...». Como ya lo habrán imaginado, lo abrí de inmediato y lo leí no sólo de arriba abajo y viceversa, sino en todas las direcciones posibles e imaginables permitidas por la tradicional circunferencia de 360 grados. Y vean lo que explica la tal receta:

          «…Habrás de ser, para ella, todo lo enumerado a continuación:
1) Amigo; 2) Compañero; 3) Amante; 4) Hermano; 5) Padre; 6) Maestro; 7) Educador; 8) Cocinero; 9) Mecánico; 10) Plomero; 11) Decorador de interiores; 12) Estilista; 13) Electricista; 14) Sexólogo;
15) Gineco-obstetra; 16) Psicólogo; 17) Psiquiatra; 18) Terapeuta…

         Simpáticas capacidades, a las cuales habrás de agregar las cualidades personales que siguen:
19) Audaz; 20) Simpático; 21) Atlético; 22) Cariñoso; 23) Atento;
24) Caballeroso; 25) Inteligente; 26) Imaginativo; 27) Creativo; 28) Dulce; 29) Fuerte; 30) Comprensivo; 31) Tolerante; 32) Prudente; 33) Ambicioso; 34) Capaz; 35) Valiente; 36) Decidido; 37) Confiable;
38) Respetuoso; 39) Apasionado; 40) y sobre todo… muy, pero muy solvente.

         De la misma forma, hay que poner atención en:
a) No ser celoso, pero tampoco desinteresado.
b) Llevarse bien con su familia, pero nunca dedicarles más tiempo que a ella.
c) Darle su espacio, pero mostrarse preocupado por dónde estuvo.

         Pero, al mismo tiempo, también muy importante habrá de ser: 
d) No olvidar las fechas de cumpleaños, aniversario de novios, de boda, de graduación, de santo, de menstruación, de la primera mirada, de la primera palabra, del primer beso, del cumpleaños de la tía (y del hermano o hermana más querida), del cumpleaños de los abuelos, del la mejor amiga… ¡Etcétera!

         Desgraciadamente, cumplir al pie de la letra con estas instrucciones no garantiza en un 100 por ciento la felicidad de ella, porque entonces podría sentirse atrapada sin salida en una fatua existencia de sofocante perfección y, por ende, darse a la fuga (para «buscar su destino») con el primer desgraciado vividor que se le cruce en el camino. Ciertamente, Dios recomendó «¡Amarlas!»… Sin embargo, nunca llegó siquiera a insinuar la posibilidad de entenderlas…

         Ahora bien: ¿cómo hacer feliz a un hombre? Es un asunto rápido y sencillo, que sólo requiere de dos elementos básicos: sexo y comida. En vista de ello, cabría reflexionar lo siguiente: Los hombres… ¿Seremos... o no seremos una ganga perfecta?…».

 
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