Recuerdos de Malvín II * Carlos Arce Porto Alegre/Brasil
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Cuando llegaba la primavera, el perfume de las flores invadía el barrio.
Los frentes de las casas no tenían rejas ni existían las alarmas ni las puertas blindadas.
Vivíamos en la vereda y la barra eran de los chicos de la cuadra.
La bicicleta cumplía un rol fundamental. Con ella hacíamos mandados, salíamos a pasear y nos alejábamos hasta Punta Gorda, límite de nuestras primeras emancipaciones .
La Escuela Experimental de Malvín, el Club Malvín, el Unión Atlética, la Asociación Cristiana de Jóvenes y el Cine Maracaná eran el epicentro de nuestra socialización.
El liceo Vaz Ferreira con sus dos sedes, la de la Rambla y la de Av. Italia terminaban por agrupar a todo el piberío y homogenizados en una férrea educación laica y gratuita que era un lujo lo que nos brindó el pasado íbamos avanzando hacia el IAVA.
La Isla y su aerocarril que nunca fué, nos relagaba las fantasías de los libros de Emilio Salgari.
El Rodelú y su pizza a caballo con Bilz o Coca Cola nos daban el manjar más preciado.
La calle Orinoco era nuestro shopping. La canchita del Relámpago donde hoy está el liceo era otro lugar de emociones fuertes.
La típica clase media uruguaya vivía allí. Educada, sobria y tranquila.
Desde lejos se siente todo eso como algo idílico e irrepetible.
El deterioro económico primero, la dictadura después, cambiaron todos los paisajes.
Muchos emigramos, otros se quedaron y creo que a partir de ese momento la sociedad se quebró.
Pasamos de un profundo respeto por los valores democráticos a una historia que nos dividió en dos primero, y en cuatro después.
Y cuando digo cuatro digo además, los que se fueron, los que se quedaron.
Hoy, a más de 30 años de ausencia del país me siento distinto .
Afuera soy uruguayo, adentro me siento extranjero. No voto aquí ni voto allá.
Cuando puedo ir a Uruguay, me emociona ver la bandera flameando de donde sea o un botija vestido de Peñarol o Nacional y no dejo de recorrer en silencio las calles del barrio que hoy habitan otras gentes.
Colaboración de mi vecino, colega de liceo y amigo Abrancito (el ruso indigno) desde Buenos Aires Argentina.
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