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Sobre la prensa y el gobierno por Fernando Pintos |
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En las últimas semanas, el tema de las relaciones entre prensa y Gobierno parece haber ocupado un lugar de excesiva relevancia en la agenda informativa uruguaya. Según el diario El País (domingo 2/7/2006), el propio presidente de la República se había reunido apenas una semana atrás con sus ministros y la bancada oficialista, para cuestionar a los medios de comunicación y quejarse de que éstos hacen «oposición a su gobierno». Como opositores mencionó, específicamente, a los diarios El País, El Observador, Últimas Noticias y Búsqueda; a las radios El Espectador, Montecarlo y Sarandí; a los canales 4 y 10… Eso, según lo que refiere El País, si bien imagino habrá mencionado algunos otros medios. Informe Uruguay, por ejemplo, debería figurar en esa lista. Ahora, véase lo que dijo Tabaré Vázquez apenas 24 horas después de la reunión mencionada: «…Algunos medios hacen oposición sistemática y están en su derecho y hacen muy bien. Lo que está mal es que no asuman que son oposición. Sistemáticamente sólo informan y opinan sobre cosas que hace mal el gobierno».
He ahí el talón de Aquiles de todos los gobiernos latinoamericanos y, principalmente, de aquéllos con una peligrosa vocación autoritaria (que es casi siempre izquierdista). La prensa tan sólo debería existir en función de difundir aquello que ellos llaman «las buenas noticias». Más allá de ese tan ansiado como bienvenido ejercicio de funambulismo informativo —al cual algunos mal pensados denominarían, a secas, besamanos—, según el cual los países aparentan apacentar en el mejor de los mundos posibles, cuando menos en el más panglossiano que se pudiera imaginar, toda información objetiva resultará reprobable, toda opinión independiente carecerá de fundamento, toda expresión periodística seria se transformará automáticamente en «oposición»… Pero los uruguayos deberían darse por satisfechos de que Vázquez es apenas un tibio de la ideología, pues de estar en su lugar un Kirchner, un Evo Morales o un Chávez, en Uruguay ya se estarían clausurando medios, se estaría encarcelando o asesinando periodistas, se estaría imponiendo una enorme mordaza sobre todo aquel inoportuno que pretendiera evadir los bucólicos cauces de la información oficial, o de la información escrupulosamente mediatizada en consonancia con las pautas y exigencias del oficialismo.
Algunos analistas consultados por El País han opinado que uno de los puntos débiles del gobierno del doctor Vázquez radica en el manejo de la comunicación oficial, que no se ha encargado a verdaderos expertos en la materia sino a personajes políticos. Leyendo, además, los agudos comentarios de Pedro Lemos (Informe Uruguay, 30/6/2006), reparo, entre algunos otros aspectos de similar interés, que «…Otro de los ejemplos es la Ministra de Acción Social, que proviene ideológicamente de filas comunistas y ha comunizado su ministerio familiarmente. Nombrando al novio de su hija en el INJU. Méritos le deben sobrar al afortunado, que se dice gana unos 700 dólares americanos»… ¿Un delicioso ejemplo de cómo funciona en realidad un gobierno en América Latina? Pero, bueno: esa no es ninguna novedad. Los gobiernos son manejados por políticos y éstos siempre actúan ceñidos a una agenda, política, en la cual sobresalen como aspectos superlativos algunos viejos males bien conocidos entre nosotros: el caciquismo, el amiguismo, el clientelismo, el nepotismo, el acomodo, etcétera. A la corta o a la larga, de tan políticos, los políticos devienen estúpidos en cualquier otra cosa que no sea estrictamente perteneciente a la praxis política, y la comunicación ha sido, es y será, por los siglos de los siglos, una de las principales. Después de todo, un individuo que estuvo tan vinculado a la actividad política como lord Halifax, explicó en cierta ocasión lo siguiente: «…El mejor de los gobiernos no es más que una gran conspiración contra el resto del país». La administración Vázquez disfruta de una aplanadora parlamentaria y, según las últimas mediciones, capitaliza un 54% de aprobación entre la ciudadanía. Entonces, ¿a qué tanto lloriqueo acerca de los medios de comunicación, ¡malos ellos!, que sólo se preocupan por dar las «malas noticias»? He ahí un claro índice de llamativa debilidad. El de Vázquez podrá ser un gobierno con mayoría parlamentaria, pero ésta bien podría convertirse a muy breve plazo en una olla de grillos, o peor todavía: en una bolsa de perros y gatos.
Por otro lado, este gobierno tan enfermizamente aficionado a las «buenas noticias» —deben tener alguna extraña conexión con la empresa azucarera RAUSA, pienso— ha tenido la brillante idea de lanzar una revista, oficial, para informar a la población de todo lo que ellos consideran que están buenamente haciendo. La idea parecería haber sido formulada en el mismo seno de una entre dos obras célebres de Moliére: «Tartufo» o «Las preciosas ridículas»… ¿Acaso piensan, estos iluminados, que van a convencer a grandes auditorios editando una revistita oficial, una vez al mes? Bueno, pues no crean que lo que digo es por el simple antojo de decirlo. Sucede que he pasado los últimos veinte años de mi vida editando revistas y conozco el negocio en profundidad. Además de ello, soy un comunicador profesional, con algunos títulos universitarios a cuestas. Así que la idea, en sí misma, me parece o ridícula o patética o ambas en una misma suma. Para tener algún efecto con su revista de buenas noticias, el gobierno debería editar cuando menos unos tres millones de copias por edición, lo cual generaría unos enormes costos no sólo de producción e impresión, sino, principalmente, de distribución. Pero supóngase a la revista ya producida, editada, impresa y completamente distribuida (y ese último punto, la distribución de tres millones de revistas realizada por un gobierno carcomido por la burocracia, sí que puede tener mayores niveles de humor e hilaridad que cualquier película de los tres chiflados). Pues bien: hecho todo lo anterior, todavía quedaría de por medio el coriáceo filtro de la credibilidad oficial. En ninguna parte del mundo, pero en Latinoamérica menos todavía, la gente suele asignar mayor crédito a la información oficial de los gobiernos. Y es así porque en nuestros desafortunados países los gobiernos suelen mentir muy asiduamente y también acostumbran deformar las realidades para acomodarlas a sus coyunturales conveniencias. Pero hay otras razones para que nadie crea a pies juntillas en lo que dice un gobierno, y, ¿saben cuál es la principal entre todas ellas? Que los gobiernos, del color que sean, viven exigiendo que los ciudadanos les paguemos, sin cesar, tasas e impuestos de toda índole… Y todo ese dinero suele terminar perdiéndose en algún lugar que resulta sospechosamente parecido a la dimensión desconocida… De manera tal que los particulares sienten natural desconfianza frente a un gobierno. Y entonces, retomando el tema de la revista para las «buenas noticias», sería más acertado que todo el papel que utilizarían para imprimir esos tres millones o más de revistas pudieran emplearlo en algunos usos bastante más dignos y racionales… Como fabricar serpentinas y papel picado para el próximo carnaval, por ejemplo.
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