Lo que los bancos centrales
no quieren que usted sepa
por Charles Philbrook
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A principios de junio, el proyecto de ley HR 1207 del congresista republicano por Texas Ron Paul, por el cual se busca auditar los libros contables de la Reserva Federal, logró reunir las firmas de otros 218 congresistas (“co-patrocinadores”), que como mínimo se requiere para que el mismo pueda ser debatido y sometido a votación ante el Pleno del Congreso. ¿Informó de esto el Wall Street Journal, el Financial Times, El País o el insalvablemente radicalizado Le Monde? ¿Están al tanto de que este proyecto, de pasar, en ambas cámaras, puede cambiar el curso de la historia económica de los EE.UU. y, por extensión, del mundo?
La probabilidad de que meses atrás Ron Paul pudiera conseguir ese número de firmas era cero o casi cero. Hoy es 100%. ¿Cómo lo hizo? En realidad, si bien es cierto que su persistencia fue crucial, lo que hoy es un triunfo histórico no hubiera pasado de ser otro quijotesco sueño, esta vez el de un libertario estadounidense perdido en el congreso, de no ser por la inesperada ayuda que le ha dado la evolución de los eventos en la política económica global.
Uno de éstos—en orden cronológico—es el hecho de que desde que la crisis económica se manifiesta, en la segunda mitad del 2007, la Reserva Federal ha creado una serie de programas de rescate para el sector financiero y ello ha llevado a que sus pasivos explícitos—“en libros”—aumenten casi tres veces y a que aquéllos que son potenciales o implícitos—“fuera de libros”—lo hagan en más de diez veces (unos US$ 9 millones de millones, que equivale a un 70% del PBI estadounidense). Quienes desinformadamente afirman que la crisis está llegando a su fin, ignoran que el edificio financiero no ha colapsado porque una buena cantidad de columnas, o de programas creados por la Reserva (en libros contables y fuera de éstos), sirve de sustentación a toda la estructura crediticia en la economía, y si éstas fuesen retiradas, todo se desmoronaría en un santiamén. ¿Adónde ha ido a parar todo ese dinero? ¿Cuáles fueron los términos bajo los cuales se concedieron estos recursos? No hace mucho, un miembro del Comité de Servicios Financieros del congreso estadounidense, el demócrata Alan Grayson, le hizo éstas y otras preguntas a la inspectora general de la Reserva Federal, Elizabeth Coleman, y su respuesta a una y otra fue un “No sé, no sé, no recuerdo”. Y que recuerde es lo que persigue este proyecto.
Podría uno pensar que esta falta de transparencia del banco central en sus asuntos monetarios es algo anatemizado en democracia, después de todo, ahí donde la luz no llega crecen las excrecencias fungosas que viven de las materias orgánicas en descomposición. En fin, el hecho es que esto no se materializaba en votos. Pero la falta de transparencia, de luz en la información del tema contable, y unas declaraciones en mayo de este año del secretario de la Tesorería de EE.UU., Tim Geithner, y otras de la canciller alemana, Angela Merkel, parecen haber sido más que suficiente para que la mayoría de los representantes en la cámara baja pongan su firma en este proyecto, la Ley de Transparencia de la Reserva Federal.
Las declaraciones de Geithner, en el programa de Charlie Rose de PBS, llevó a que el Wall Street Journal, en una nota que tituló “Geithner’s Revelation”, empezara informando así: “La tierra se detuvo, el mar se abrió y un representante de la clase política estadounidense admitió, la semana pasada, que la Reserva Federal contribuyó a que se produjera el colapso financiero”. Geithner, si uno lee todo el artículo, no sólo responsabilizaba por la crisis al banco central de los EE.UU., sino a todos los bancos centrales del mundo. Textualmente, dice: “[L]a política monetaria en el mundo fue demasiado expansiva por demasiado tiempo. Y eso produjo un gran boom en el precio de los activos [financieros]”.
Y si demasiado dinero por demasiado tiempo produjo la crisis, Geithner dixit, ¿a quién en su sano juicio se le puede ocurrir que más de lo mismo es la panacea a todos nuestros problemas financieros? Lo que nos conduce a un provocador discurso que Merkel dio semanas después en Berlín y que la revista BusinessWeek extracta magistralmente bajo el título “Merkel da de latigazos a los bancos centrales”. En él, entre otras cosas, lamenta que el Banco Central Europeo haya cedido a las presiones internacionales y haya empezado, al igual que su par en EE.UU., a monetizar deuda privada, ya no sólo deuda pública, y, en un acto inusual en un jefe de Estado —criticar abiertamente, en público, a estos monopolistas del dinero, que tanto daño le han hecho a la economía global—, les pide que pongan fin a sus políticas monetarias no convencionales, de lo contrario, éstas terminarán haciendo “más daño que bien”.
Merkel, Ron Paul y tantos otros entienden algo que el presidente estadounidense James Garfield comprendió hace más de cien años: “Quien controla el volumen del dinero es dueño absoluto de la industria y del comercio”. Lo que era corroborado por Nathan Rothschild, uno de los fundadores de la dinastía bancaria que lleva su nombre, quien con todo desparpajo aseguraba que no importaba quien ocupe el trono inglés, ya que aquél que controla la emisión de dinero, somete al Imperio. “Y yo controlo esa emisión”, revelaba. Sometamos a los Rothschild: auditemos a todos los bancos centrales. Llevemos la luz ahí donde no llega, de una buena vez por todas. Que sea nuestro legado institucional a los que vienen detrás, y se merecen algo mejor a lo que nos dejaron quienes iban por delante.
Fuente: Cato Institute
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