|
|
|||||||
|
Año V Nro. 352 - Uruguay, 21 de agosto del 2009
|
|
Las definiciones de socialismo son muchas y muy variadas —la más simple y tradicional de ellas es la que dice que socialismo es la propiedad estatal de los medios de producción. Otras afirman que es la planificación central de la economía de un país. La mayoría de esas definiciones suponen una hipótesis que casi siempre está implícita —la existencia de una serie de personas excelentemente preparadas, según ellas mismas lo creen, para tomar todas las decisiones económicas de un país, en todas sus ramas, sectores e industrias. Tan alta es la opinión que esas personas tienen de si mismas, que también piensan que el resto de los ciudadanos debe coincidir con ellas en el resto de sus opiniones: cultura, educación, política internacional, filosofía, moral, pintura, teatro, literatura, música, medios… Estas personas, que a sí mismas se ven como insuperables, tienen a su cargo una misión vital —deben hacer feliz al resto de las personas. Y la forma para lograrlo es una única posible: los auto nombrados gobernantes distribuyen recursos entre el resto de las personas, según las necesidades que ellos perciban. Ya que las explicaciones con ejemplos son las mejores, el entendimiento de lo anterior suele emplear historias. Una de las más conocidas es la del profesor de economía que en una clase da las anteriores definiciones de socialismo, que pocos de sus alumnos entienden y que algunos llegan a considerar atractivo. Para demostrar el funcionamiento del socialismo, el profesor se denomina a sí mismo gobernante —con la condición de que sus decisiones no pueden ser cuestionadas ya que todas ellas están orientadas al bien común de sus gobernados, los estudiantes. Dice a ellos que con su gobierno serán felices —la misma promesa del socialismo. A continuación pone un examen —los alumnos deben contestar preguntas sobre temas vistos en clase. Termina el examen, lo entregan los alumnos y promete los resultados para la siguiente clase. Llega ese día, pero sin calificaciones: les dice que la labor de planeación es tan importante que tomará unos días más. Al fin, un día, cuatro semanas después, llega con las calificaciones y les explica, “Tengo en mis manos las calificaciones colectivas de la ciudadanía, las que fueron determinadas según los criterios de mayor bienestar y felicidad para ustedes. La calificación colectiva de ustedes es de 80. Todos tienen esa calificación en este régimen que se basa en la igualdad humana”. La reacción entre los estudiantes es mixta —los perezosos están felices, lo mismo que los no talentosos; los mediocres no expresan opiniones y los más listos y esforzados se quejan”. Ese mismo día, el profesor explica que les ha mostrado una faceta del socialismo y pide sus opiniones. Los que merecían mejores calificaciones insisten en su queja: obtener 80 de calificación no es justo —por el contrario, los perezosos e incapaces, expresan grandes loas del socialismo y creen que es una opción viable. Termina la clase con el aviso que el profesor hace: al día siguiente habrá un examen con los temas vistos durante esas cuatro semanas. Llega ese día y se aplica el examen —y como antes, les explica que aplicará la misma política anterior al calificar. Al fin llega el día en el que entrega, con retraso, las calificaciones del segundo examen. Antes de hacerlo les dice, “Como saben, el socialismo tiene como meta el hacer felices a todos los ciudadanos mediante la distribución de los recursos disponibles, de manera que no existan seres privilegiados”. Continúa el profesor, “Antes de mencionar las calificaciones obtenidas por la colectividad estudiantil de esta clase, debo insistir en el objetivo de mi gobierno, la felicidad colectiva de todos ustedes. Sin embargo, en este caso debo empezar señalando un gran logro socialista de la primera etapa de implantación del nuestro sistema socialista, cuando todos obtuvieron 80 de calificación a pesar de las voces de reclamo de minorías que no saben sacrificarse por el bien común” “En esta segunda etapa de nuestro programa socialista, mi gobierno debe reconocer que seguramente se enfrenta un problema temporal, seguramente producido por agentes ocultos que confabulan contra nosotros y quienes han logrado su objetivo. El total de puntos obtenidos por ustedes y dividido entre el número de ciudadanos solamente permite obtener a cada uno 65 puntos de calificación. Estoy seguro de que esto es temporal… pero…” No terminó de hablar porque todos los alumnos protestaron —todos, incluso los más perezosos, quienes pensaban que con un cierto esfuerzo podían llegar a algo superior a 70. Pero el profesor se mantuvo en su posición alegando que él era el gobernante incondicional. Más tarde se realizó otro examen —el resultado fue 60 como calificación colectiva. Incluso aquellos que se esforzaron un poco en el segundo examen, dejaron de hacerlo para el tercero. Lo que falla en el socialismo, les dijo, es su base misma —primero, las decisiones de los gobernantes son inapelables y segundo, están basadas en la premisa equivocada: dar incentivos a las necesidades no tiene sentido. Necesitar una buena calificación no justifica el darla cuando los recursos producidos por todos se reparten con ese criterio.
Con autorización de © Contrapeso.Info
|