|
|
|||||||
|
Año V Nro. 352 - Uruguay, 21 de agosto del 2009
|
|
A pesar de la claridad del resultado de las últimas elecciones legislativas, la política argentina es nuevamente un lastimoso campo de batalla en el que numerosos sectores sociales y partidos opositores intentan resistir los embates del oficialismo. Esta realidad debería preocuparnos si tenemos en cuenta que nuestro mayor desafío es construir una democracia representativa, estable y previsible, sostenida en políticas de Estado y consensos a largo plazo. Cada segundo que pasa sin que avancemos en ese sentido, los argentinos nos vamos acercando a un precipicio de violencia, estallido social, corrupción y desesperación, con cada vez menos posibilidades de frenar y cambiar el rumbo. Lo más lastimoso es que estamos en condiciones de hacerlo. Tenemos las herramientas. El sistema oligárquico tradicional está exhausto, la gente se hace escuchar cada vez con más fuerza y han cobrado un inusitado protagonismo fuerzas políticas republicanas jamás dominantes en nuestra política, defensoras de un sistema democrático y representativo. Me refiero en el último caso a la Coalición Cívica (CC) y a Propuesta Republicana (PRO). Son partidos que le deben su crecimiento a la comunicación de ideas, por lo que, además de investigarlas y mejorarlas seriamente, están obligados a aplicarlas cada vez que se les presente la oportunidad. Por eso las internas abiertas en Santa Fe, la descentralización en Ciudad Autónoma y la transparencia y la división de poderes en ambos distritos. Por eso la gran coincidencia entre sus respectivos programas de gobierno para la política nacional. A diferencia de la CC y el PRO, el justicialismo y el radicalismo se sustentan en tradiciones centenarias, punteros profesionales, feudos locales, redes sofisticadas de clientelismo, idolatría hacia figuras individuales como Perón o Yrigoyen, todo lo cual los vuelve estáticos y reaccionarios. No es casual que tantas veces el justicialismo y el radicalismo, siendo partidos mayoritarios, hayan prometido la tan reclamada reforma política y nunca hayan cumplido, al tiempo que en sus pocos años de existencia y sin tener todavía un gran poder real , el PRO y la Coalición Cívica ya han generado cambios fundamentales allí en donde han tenido la oportunidad de hacerlo. Estos nuevos espacios son “antisistema”, en cuanto aspiran a una transformación radical que echaría por la borda patrones de conducta a los que estamos acostumbrados, que cambiaría reglas de juego básicas y transformaría para siempre el paisaje político de nuestra patria. Una desconcentración del poder o democratización de tal magnitud no tendría precedentes en nuestra historia, y liberaría las fuerzas creativas de nuestra sociedad que nos permitirían convertirnos en el mediano o largo plazo en un país desarrollado. Esto no parece estar siendo del todo comprendido por nuestros dirigentes democráticos (en el sentido de que representan una tendencia democrática dentro de nuestra sociedad). En las últimas elecciones legislativas no sólo se distanciaron sino que, además, se aliaron con aquellas porciones de los partidos tradicionales con las que más encajaban superficialmente hablando. La Coalición Cívica se alió con una porción del radicalismo, ahora revitalizada por el retorno del radicalismo K, mientras que el PRO se alió al justicialismo disidente, cuya figura protagónica fue Francisco De Narváez, ahora quizás a punto de brindarle su apoyo o recibir en sus brazos a numerosos justicialistas K, como por ejemplo Reutemann. No tendríamos de qué extrañarnos si Cobos y Reutemann terminaran pactando entre ellos generando un gran frente defensor de los privilegios y arbitrariedades que hacen de la Argentina un país tan atrasado, con una política plagada de vasallaje y una economía completamente improductiva. Sería, por lo menos, mucho menos extraño que el hecho de que Cobos y Reutemann en su momento fueron kirchneristas, o de que Menem y Kirchner son miembros del mismo partido. Después de todo, Cobos generó resistencias en el Acuerdo Cívico y Social cuando recibió a De Narváez, y desde entonces Carrió nunca dejó de criticarlo. Muy por el contrario, creo que sería estupendo que pase algo así, que se genere una gran frente representativo de los intereses feudales del país, ya que, de esa forma, sería mucho más factible que la Coalición Cívica y el PRO se encuentren solos y abandonados combatiendo contra una aguerrida maquinaria caudillista, que los obligaría a mirarse mutuamente, a reconocer sus enormes coincidencias y objetivos en común y finalmente a estrecharse las manos. No se trataría de una “Alianza”. De la Rúa se sostuvo en pequeños señores feudales de la política reaccionaria tradicional que luego fueron sostenedores de Kirchner, asegurándose siempre la dosis de discrecionalidad e impunidad que les permite imponerle sus intereses a todo un pueblo. En todo caso, sería Cobos quien podría repetir la hazaña de De la Rúa , mucho más inofensiva que la de Kirchner pero quizás más dañina en cuanto al deterioro que implicó para el discurso moderado y republicano que debería ser exclusivo de aquellos que verdaderamente quieran transformar nuestro sistema, separando los poderes, estableciendo un Estado de Derecho democrático y transparentando y acercando a la gente la administración pública. Fuente: Instituto Libertad
|