El debate que se libra en el Polo Democrático Alternativo –PDA- estaba en mora de darse y no gira sólo en cuanto a las formas seguidas por uno de sus protagonistas, el senador Gustavo Petro. Aclaremos que en Colombia, partidos propiamente dichos, que se comportan siguiendo un programa, unos estatutos y que poseen una tradición, no queda sino uno, el conservatismo, y eso que en estado de ascuas. El partido Comunista y el Liberal, hace rato perdieron fisonomía de tales, el primero sobrevive, apenas, a la gran debacle del comunismo internacional y se niega a revisar sus viejos dogmas. El Liberal se ha desdibujado como fuerza mayoritaria y está atravesado por fuertes rivalidades caudillistas y gamonalísticas. En cuanto a los nuevos partidos, el de la U –Unidad Social Nacional_ Cambio Radical, que son uribistas, de un lado, y a la izquierda en la oposición, el PDA, no se puede decir que hayan adquirido la madurez de una estructura partidaria. El primero sufre una disputa interna entre nuevas y viejas formas de hacer política y es dirigido con brazo de hierro por un gamonal de siete suelas, el segundo es más una confederación de grupos liberales regionales que en cualquier momento pueden emigrar a cualquier lado mientras el PDA más que un partido es un archipiélago de tendencias y grupos de izquierda que se han juntado para atacar el gobierno y el programa de Uribe Vélez. En este último, que es al que nos vamos a referir, tienen cabida desde viejos sectores ultramaoistas del Moir, socialdemócratas de izquierda como el dr Carlos Gaviria que juega más como una personalidad agrupante, viejos militantes del movimiento guerrillero M-19 y una estela de grupitos y personas recogidas sin otro criterio que propiciar la anhelada unidad de la izquierda colombiana, tarea inconclusa e imposible en el pasado.
El hecho de no ser un partido político sino una confederación de grupos y tendencias es lo que hace inútil en el PDA, lo mismo que le sucede a otras confederaciones, que se exija el respeto a la disciplina interna y a la filosofía y orientación del mismo, ¿A cuál orientación es a la que el presidente del Polo llama al orden a Petro? Además, esa característica del Polo es lo que explica que en su seno persistan estructuras que funcionan como miembros de pleno derecho y que además funcionen aparte como un partido, como es el caso de los comunistas criollos que hacen sus propios eventos, trazan su línea de acción e ideario y además en sus plenarios deciden la táctica para actuar dentro del Polo como una fracción organizada. Esta situación les da una ventaja respecto de las otras fuerzas que se han disuelto o que ya abandonaron sus viejas estructuras y trabajan más con la idea de formar un partido de izquierda democrático. En efecto, el partido Comunista, no obstante su pírrica militancia, ejerce una poderosa influencia en los destinos del PDA y tiene mucho que ver con la polémica que se ha desatado en estos días.
La cuestión se remite a la famosa consigna lanzada por los comunistas colombianos en la década del 60 cuando en plena “guerra fría” y a pesar de la orientación soviética que planteaba renunciar a la lucha armada y a privilegiar la lucha política abierta y de masas, y ante el hecho forzoso de que sus fuerzas campesinas se organizaran como una guerrilla, optaron por conciliar bajo la fórmula salomónica “combinar todas las formas de lucha”. Por ella se entendía que los comunistas a la vez que libraban batallas electorales también lo hacían con las armas. En la década de los 80, tal orientación tuvo efectos catastróficos en la vida nacional en cuanto sectores diversos del agro en unión con mandos militares educados en el espíritu de la “seguridad nacional” conformaron temibles grupos paramilitares que procedieron de manera brutal contra todo lo que oliera a comunismo, izquierda y movimientos sociales.
Con el tiempo, la guerrilla comunista de las Farc que dependía de las directrices del Comité Central del partido Comunista Colombiano invirtió la situación con la pretensión de avanzar hacia la toma del poder por la vía armada. Los comunistas legales quedaron en una especie de sandwich, su situación se agravó ante el derrumbe de la Unión Soviética, se negaron a reformar o a cuestionar su pasado y su filosofía, y además fueron incapaces de separarse de modo claro de sus simpatías con la lucha guerrillera aunque la guerrilla los empezara a mirar con desidia y hasta con desprecio en los años noventa y en lo que va de este siglo.
De tal manera, que, venidos a menos, encontraron en el PDA el espacio para sobreaguar y evitar su disolución. Pero lo hicieron sin renunciar a su viejo paradigma y eso es lo que tiene enredado hoy por hoy al PDA, a buena parte de una intelectualidad que todavía y a pesar de la degradación de la guerrilla, sigue pensando que la insurgencia tiene piso sociológico y justificación histórica y política y a algunos políticos ingenuos que piensan que lo que ha faltado es ofrecerle espacios a la guerrilla como si el estado no hubiese tratado de hacerlo en cuatro ocasiones en los últimos veinticinco años recibiendo a cambio el engaño y la utilización de la negociación como estrategia para fortalecerse (véase el libro “Todo tiempo pasado fue peor” de Alvaro Delgado, ex miembro del Comité Central comunista).
Que se insista en esta consigna o en alguna de sus variedades por parte de una fuerza política que se ha constituido en la oposición real al gobierno de Uribe, que se siga pensando que la guerrilla representa, contra toda evidencia factual, a sectores importantes de la población, o que es expresión de intereses populares y de reivindicaciones justas, como lo han dicho en el pasado reciente algunos dirigentes del PDA, es lo que ha hecho estallar este debate, necesario y urgente. El PDA ha hecho de la Constitución del 91, la más democrática de todas cuantas hemos tenido, su bandera, y en esa medida no es coherente que se defienda dicha Carta y a la vez se mire con tolerancia, neutralidad o benevolencia el proceder de las guerrillas. Lo que reventó todos los límites vino a ser las tibias declaraciones de su dirigencia con respecto al secuestro de las FARC contra los diputados del Valle del Cauca y su posterior ejecución sumaria en plena selva y en estado de indefensión.
Posteriormente, el jefe internacional de esta guerrilla, Raúl Reyes, lanza dardos contra algunos de los dirigentes del PDA a quienes tilda de derechistas y voceros del régimen uribista y días después, configurando toda su maniobra, habla positivamente de un posible gobierno del PDA y de la disposición de las FARC a colaborar con dicha fuerza. El único dirigente de alta talla de este grupo que sale a rebatir los ataques de la guerrilla y su oferta cargada de mala leche es el senador Petro quien sin ambages condena los crímenes de las Farc y exige de la dirección del PDA una posición más enfática y contundente respecto de lo sucedido. La reacción del presidente del Polo, de Carlos Gaviria, y de otros dirigentes, no fue la más afortunada. Primero llaman al orden a Petro por estar supuestamente taladrando la disciplina interna del movimiento cuando nunca hicieron lo mismo frente a actuaciones más graves de los comunistas que hacían sus congresos y plenarias para hablar positivamente de la vigencia de la lucha guerrillera en Colombia(*). Luego lo descalifican apelando a un estilo detestable muy característico de la vieja izquierda dogmática consistente en asimilar al contradictor con el rival histórico, en este caso le advierten que el Polo no quiere una línea uribista en el partido, como si Petro hubiese renunciado a hacerle la oposición al gobierno. En medio de todo hay declaraciones cantinflescas como la de Jaime Dussán quien en un alarde de claridad dijo: “no somos amigos ni enemigos de la guerrilla” frase que revela el pantano en que se encuentra la izquierda que todavía ve luces donde no hay sino sombras, esperanzas donde no hay sino fatalidad y llanura donde sólo hay abismo.
El debate apenas comienza y sus consecuencias pueden afectar negativamente el proyecto unitario de la izquierda democrática. La cuestión es de fondo pues no se refiere a un tema cualquiera, es un asunto que está en el medio de la tragedia colombiana. El PDA está en la obligación de mostrar una gran altura en esta discusión y abrir los espacios para que ella discurra sin agravios y sin llamados al centralismo democrático. El debate en el PDA concierne al mundo político y nos remite a un problema fundamental: la aspiración de llegar a ser gobierno para la izquierda democrática pasa por una ruptura clara y contundente con la combinación de todas las formas de lucha, pero también con cualquier justificación intelectual de la misma. Si esta izquierda es inferior a tal imperativo se puede olvidar de llegar a ser gobierno pues en Colombia la opinión pública, mayoritariamente, hace varios años, abandonó la guerrilla a su suerte. Dicha ruptura no se puede entender como un ejercicio retórico, debe permitir observar que el PDA se suma al aislamiento nacional e internacional de la guerrilla y a mostrar que no ve en ella nada positivo para el futuro de los colombianos. Ninguna fuerza política le está pidiendo al PDA que se niegue a considerar una salida política negociada con las guerrillas, pero ese ya es otro cuento, hasta las fuerzas políticas oficiales saben que allá llegaremos. Y en este camino hay una cuenta pendiente que es necesario cancelar, la exigencia al PCC de que rompa toda simpatía con las guerrillas y abandone por siempre la perniciosa consigna de la combinación de todas las formas de lucha, ahí no debe haber ninguna transacción.
En resumen, el PDA tiene que asumirse con una mirada madura y serena, mirarse al espejo, mirar hacia atrás y hacia delante. Nuestro país requiere una izquierda madura, es decir, democrática, lo sensato es entender que para ser reconocida como tal y para abrigar el sueño de ser gobierno, no tiene otra alternativa que realizar esta ruptura y esta aclaración histórica, lo otro es seguir jugando al pantano. Nuestro deseo, como demócratas es que el Polo salga avante en esta encrucijada.
Medellín, septiembre 16 de 2007
(*) Véase el documento “Los procesos unitarios, el PDA y nuestras tareas” Informe al Comité Central del PCC, 28 y 29 de agosto de 2007, en http://www.pacocol.org
(1) - Darío Acevedo Carmona - Historiador y Magister en Historia de la Universidad Nacional de Colombia, Doctor en Historia de la Universidad de Huelva (España), Profesor Titular de la Universidad Nacional de Colombia, vinculado desde 1987. Columnista del periódico El Mundo de Medellín.
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