Año III - Nº 153 - Uruguay, 21 de octubre del 2005

 
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Contestando al Sr. Javier Fuentes
(Los judíos y las moscas)

por Evelyn Wertheimer

La mejor respuesta al Sr. Fuentes es la publicación de estos extractos del texto que se publicará próximamente en un libro de homenaje a Simón Wiesenthal en París -dos páginas que vienen al caso- y una cita del Dr. Gustavo D. Perednik, infatigable luchador por la verdad y la justicia.

El problema es y será Israel. ...Nuestra mera autodefensa parece ser la agresión, y por ello nunca explica que no se explique que no haya explicación de por qué la OLP de Arafat nos mataba mucho antes de la ocupación, y el terrorismo árabe mucho antes de la creación del Estado hebreo. Gustavo D. Perednik (Vargas Llosa no perdona Libertad Digital 17.10.2005)

PILAR RAHOLA

Primero, la reflexión genérica: ¿existe un resurgimiento de ese concepto xenófobo, acuñado en 1879 por William Marr para definir sus sentimientos judeófobos así nacía la palabra antisemita-, y que, en su derivada más malvada, fue responsable de la mayor atrocidad de la historia de la humanidad? Abundan tanto los estudios al respecto, entre ellos los propios de las instancias europeas, que sería bastante estúpido perder el tiempo demostrándolo. Día a día, comentario a comentario, en los micrófonos periodísticos, en las tertulias de café, en los debates de televisión, en las declaraciones políticos y en todo lo que conforma el pensamiento colectivo, lo judío está presente, resulta incómodo y antipático, y normalmente es discutido, demonizado o directamente atacado.

La confusión entre lo judío y lo israelí es absoluta, hasta el punto de que un y otro concepto se usa de forma indistinta, y los dos significan algo negativo. Podríamos decir, sin demasiado riesgo de error, que Israel ha heredado, de forma íntegra, la satanización histórica contra lo judío, y ha conformado una manera más prestigiosa de ser antisemita: el antisionismo o, directamente, el furibundo antiisraelismo actual. Para expresarlo de forma más épica, si los judíos han sido, durante siglos, los parias entre los pueblos, Israel es, en el contexto actual, el paria entre los estados. Y, por supuesto, su presidente es el paria entre los presidentes.

Como formulé en la Conferencia de la UNESCO, en 2003, titulada Los judíos y las moscas, el paraguas del antisionismo es mucho más cómodo de llevar, frena bien la lluvia de la crítica y permite un disfraz intelectualmente digerible. Es decir, es políticamente correcto, lo cual es fundamental para poder moverse con tranquilidad en los cenáculos de la inteligencia, en las plumas de los escritores reconocidos, en las cátedras de los profesores progresistas. Ello explica el fenómeno que ocupará la parte central de mi reflexión: el nuevo antisemitismo de izquierdas, un antisemitismo que no responde a los cánones clásicos de la extrema derecha, sino a parámetros modernos cuya escuela ideológica mira hacia la izquierda, y cuya formulación no se plantea en términos de xenofobia, sino, sorprendentemente, de solidaridad. El principal antisemitismo actual, el que influye en el pensamiento de masas, el que marca los titulares de la información, el responsable del antiisraelismo feroz que invade todo Occidente, está asentado en la corrección política, está bien visto, es de izquierdas y se moviliza por la justicia, el progreso y la solidaridad. Por eso resulta influyente y, por eso mismo, es peligroso, escurridizo y probablemente inconsciente.

Pero antes de entrar en un análisis más profundo del fenómeno, creo necesario señalar los otros dos grandes pensamientos antisemitas que influyen, con más o menos fuerza, en el estado de opinión general. Por un lado, el antisemitismo clásico, perfectamente trabado en el ADN del pensamiento colectivo, nacido al albur de los dioses de la cruz que, enseñándonos a amar a Dios, nos enseñaron a odiar a los judíos.


El otro gran fenómeno antisemita, enormemente dinámico y mucho más peligroso, es el antisemitismo islámico, auténtica lacra que recorre todo el paisaje musulmán, de orilla a orilla, contaminando no solo los cerebros fanatizados, sino también los de aquellos que quieren vivir en paz. Ciertamente no es un antisemitismo nuevo, perfectamente arraigado en el papel que tuvieron algunos líderes árabes en pleno apogeo nazi............... En la mayoría de los casos, ese odio va de la mano del odio a los occidentales. Al fin y al cabo, ¿no es el judío el paradigma de los valores occidentales?


Todo lo que ocurre hoy en la prensa, en las Universidades, en el mundo intelectual, esa corriente de opinión poderosa que convierte al estado democrático de Israel en el país más peligroso del mundo, la misma que dibuja a un presidente elegido democráticamente, Ariel Sharon, como un personaje malvado susceptible de merecer comparaciones nazis, pero nunca juzga ningún dictador islámico; esa misma corriente que idealiza a los terroristas palestinos, pero ningunea con desprecio a las víctimas israelíes; la misma que eleva a un líder corrupto, violento y despótico llamado Arafat, en el paladín de la lucha heroica romántica (el substituto del Che Guevara en los pósters de los ex adolescentes revolucionarios, hoy convertidos en intelectuales laureados); esa misma que tiene como gurú a un premio Nobel de Literatura cuyo antisemitismo es socio fundador de su comunismo irredente, gurú que se exclama contra la valla de seguridad israelí, construida para salvar vidas, pero alabó siempre las bondades del Muro de Berlín. Toda esa corriente de opinión, políticamente correcta, inserta en el buenismo de la solidaridad y la justicia, que ha hecho el paso del Che Guevara a Arafat sin despeinarse, proviene de ese gran fenómeno histórico que se fue gestándose durante décadas de discurso antisionista, de demonización judía y de paternalismo panarabista. Aunque, como dice Alain Finkielkraut, la izquierda europea mantuvo su idilio con Israel durante dos décadas, a partir de finales de los 60, su actitud cambia radicalmente.

Por un lado la URSS consigue hacer hegemónico su discurso de criminalización antiisraelí; por el otro, entre las manifestaciones contra el Vietnam y el Mayo del 68, la izquierda europea descubre el Tercer Mundo como el último reducto de la utopía contra el imperialismo; finalmente, esas masas de supervivientes de Auschwitz, socializantes y cooperativistas, se han convertido rápidamente en una potencia militar, tecnológica y científica, e Israel deja de ser David para pasar a ser Goliat. Dice Culla: a partir de entonces, y de la confluencia entre el tercermundismo y el comunismo clásico, nacen en Occidente una mitología, una simbología, una iconografía nuevas: al lado de los heroicos combatientes del Vietnam que, sabiamente dirigidos por el Tío Ho y el general Giap, desafían al imperialismo americano en las junglas indochinas, emergen los fedayin palestinos y Arafat, su líder, en lucha desigual contra Israel, la cabeza de puente de Washington en Próximo Oriente. A partir de aquí, en el campo diplomático, actúa contra Israel el peso específico del bloque comunista. En el campo militar, la URSS arma una y otra vez a todos los enemigos de Israel. En el terreno de la acción violenta, los grupos terroristas de extrema izquierda establecen vínculos de colaboración con la OAP, y les dan apoyo logístico a cambio de entrenamiento en sus bases guerrilleras del Líbano. Huelga recordar, por ejemplo, la participación de los militantes de la Rotes Armes Fraktion alemana, en algunos de los más notorios secuestros aéreos palestinos. O los atentados antiisraelíes en París en el 82 del Action Directe francés, o la complicidad del Frente de Liberación de Palestina con las Brigate Rosse italianes y con el Nihon Sekigun, el Ejército Rojo Japonés que perpetra, en el 72, la matanza de 27 viajeros en el aeropuerto de Lod. Como no podía ser de otra manera, en el campo de las ideas, también se consolida el matrimonio entre la izquierda occidental y la lucha palestina, y, con vaivenes más o menos accidentados, ese matrimonio se proyecta hasta la actualidad. Tanto, que cae el comunismo pero no cae la demonización contra Israel.

Así pues, y a pesar de haber cambiado notoriamente los agentes que motivaron la crítica frontal de izquierdas contra Israel, entre ellos, la caída del bloque comunista, no solo no ha cambiado esa crítica frontal, sino que en los últimos tiempos se ha agudizado, ha crecido en solvencia y en prestigio y ha conseguido connotar el pensamiento global. Es cierto que hemos vivido momentos de menos agresividad antiisraelí, y que la llegada de Sharon al poder ha coincido plenamente con el momento álgido de la criminalización contra Israel, pero también lo es que Sharon ha sido más la excusa, que la causa de dicha criminalización. La izquierda, la misma que permitió la impunidad de los dictadores de la libertad, la misma que no informó de la represión en los campos de la utopía, la misma que se fue a la cama con todo tipo de monstruos, esa misma tampoco revisó nunca su actitud antiisraelí. Me dirán que, incluso siendo cierto el análisis, ello representaría un antiisraelismo feroz, pero no un antisemitismo. Es posible, y de hecho, sin ninguna duda, existen críticas antiisraelíes que no pueden ser consideradas antisemitas. Pero la creación de un estado de opinión ferozmente militante, basado en el maniqueísmo de un conflicto (situado el judío en la frontera de la maldad, y el palestino en la de la bondad), en la minimización del terrorismo, en la solidaridad selectiva, en la degradación profesional de la información y hasta en la pura mentira, es algo más que crítica a un gobierno o a un estado.

Lo que ocurre con el conflicto árabe-israelí no ocurre con ningún otro conflicto del mundo, ningún otro país tiene la presión brutal que padece Israel, considerado culpable de todas las culpas; ningún otro terrorismo es considerado con el paternalismo del que disfruta el terrorismo palestino; y ninguna información sobre el mundo, está tan tergiversada y manipulada, como la que se produce respecto a Israel. Intelectuales de prestigio, periodistas de renombre, medios importantes de comunicación, pierden con Israel los papeles, el rigor y la seriedad. Recordemos a Edgard Morin y a la condena por antisemitismo del prestigioso periódico Le Monde, como notable ejemplo& Pareciera que una parte de la inteligencia del mundo, cuando habla sobre Israel, no utiliza el cerebro, sino el estomago. ¿Prejuicio antisemita? En cualquier caso, un juicio previo de demonización cuyas raíces son plurales, muy antiguas, inconscientes y profundamente injustas.


El antisemitismo es la escuela de la intolerancia, el prejuicio que más eficazmente ha enseñado a odiar y el que mejor ha sabido matar. Promoverlo es un crimen. Banalizarlo es una complicidad. No combatirlo es una irresponsabilidad.