"No falta agua... sobra sal"
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Jana Beris
BBC, Jerusalén
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Gustavo Kronenberg se siente orgulloso.
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En el siglo XXI no hay ninguna excusa para decir que falta agua
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De su orígen y de su desempeño actual. De haber nacido en Uruguay y seguir llevando adentro "al charrúa" -como nos dice en tono un poco de broma- pero también por lo que hace hoy en Israel, país al que llegó a los 15 años, junto a sus padres, y en el que sigue viviendo.
Kronenberg está al frente de la planta desalinizadora ubicada en la ciudad de Ashkelon, en el sur de Israel, la mayor del mundo que funciona con tecnología de ósmosis inversa. Según él, la más moderna que existe.
Esta ya ha comenzado a funcionar, pero aún no ha sido inaugurada oficialmente.
"No falta agua. El problema es que sobra la sal y hay que saber sacarla. Nosotros sabemos cómo hacerlo de modo económico y efectivo, con la mejor tecnología hoy existente", afirma a modo de resumen, mientras nos acompaña a recorrer la planta.
"Sin excusas"
Kronenberg conoce cada rincón de las instalaciones y explica con confianza las distintas etapas que cumple el proceso de desalinización, desde que se traslada el agua del Mar Mediterráneo -frente al cual está ubicada la planta- hasta que llega a hogares del sur del país, donde ya la toman con total naturalidad.
"En el siglo XXI no hay ninguna excusa para decir que falta agua. Hay tecnologías a precios competitivos y se pueden solucionar problemas. Tampoco tiene por qué haber conflictos bélicos por el agua", explica a la BBC.
La planta está ubicada a pocos kilómetros de Gaza y frente al Mediterráneo.
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"Recordemos que costó cerca de US$250 millones construir esta planta y que ésta puede suministrar agua a aproximadamente un millón y medio de personas y que al mismo tiempo, dos aviones F-16 cuestan aproximadamente lo mismo".
Gustavo tiene hoy en día una gran responsabilidad, dado que la planta que dirige desalinizará anualmente 100 de los 400 millones de metros cúbicos de agua que la faltan a Israel por año, para llegar a los 1.800 millones que necesita.
Y lleva adelante su trabajo, combinando sus dos mundos: su Uruguay natal y el Israel en el que vive desde jovencito.
Uruguayo e israelí
"Uruguay siempre ha tenido y tendrá un lugar muy importante en mi persona, en lo que yo hago y en la forma de ser. Inclusive después de tanto tiempo en Israel, de haber hecho todo lo que hace un israelí nacido acá, como ser el ejército, sigo usando mi nombre original, Gustavo. Y todos saben así que no soy nacido acá".
Y con una sonrisa, agrega: "Tengo mucho cariño por Uruguay. Son cosas muy difíciles de borrar y que no tengo ninguna intención de tratar de borrar. Así me conocen en Israel, por una manera de trabajar y de tratar a la gente que es un poco diferente de la manera clásica de los israelíes".
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No falta agua. El problema es que sobra la sal
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"Yo creo que eso es un poco lo que nos dio el Uruguay a todos los uruguayos. Tienen una manera diferente de tratar a la gente y de hacer las cosas y es algo que se debe conservar. Yo quiero conservarlo porque me siento orgulloso de ello".
Y Gustavo, evidentemente, se siente también orgulloso de la otra parte de su identidad, la israelí. Lo deja en claro al contar sobre contactos que llevó a cabo en países árabes que no tienen relaciones con Israel y en los que había interés en la tecnología hoy usada en Ashkelon.
"Todas las personas con las que yo me reunía me encargaba de que sepan que soy israelí y que traje tecnología israelí, pero para evitarles a ellos problemas, usaba mi pasaporte uruguayo. Pero yo estaba interesado en que sepan que soy israelí. Diría que en la mayor parte de los casos, cuando un negocio no se pudo cerrar por problemas de boicot, ellos lo lamentaron tanto como nosotros".
Su convicción acerca de lo bueno y clave de la desalinización, va acompañada de su certeza acerca del modo en que la cooperación en este ámbito, puede acercar a los pueblos.
"Aquí estamos a sólo 8 kms. de Gaza y nuestra intención, es poder suministrar agua a la Autoridad Palestina, apenas ellos tengan allí la infraestructura necesaria para recibirla. Ya estamos en negociaciones y el gobierno lo sabe. No hay problema".
Su último mensaje es claro: "No hay excusas para decir que hoy en día puede haber guerras creadas por el problema del agua. Este es, creo yo, el gran mensaje de esta tecnología".
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