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Un maestro: “Pancho” Leiza
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por Julio Dornel |
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Chuy le debe todavía el homenaje que suele tributarse a determinadas personalidades que por su aporte a la cultura y la enseñanza, honra a quien lo confiere y perpetúa el nombre de quien lo recibe.
Sin embargo las generaciones que pasaron por los salones de la escuela 28 a partir del año 1946 en esa relación de alumnos, padres y maestros han olvidado la acción educadora del maestro “Pancho”, el afecto, la orientación y el consejo sano, que lo hacía merecedor a la confianza que suele cimentar la verdadera amistad.
Haciendo hincapié en la familia - escuela el maestro Francisco Leiza se fue ganando el respeto y la consideración de toda la población.
Serio, inteligente, respetado por sus alumnos y apasionado por sus ideales que obedecían fundamentalmente a su integridad moral, supo acompañar la enseñanza valeriana con los principios democráticos que practicaba.
Más allá de lo que pueda significar esta evocación periodística queremos señalar el honor que significo para nosotros mantener un trato “casi familiar” cuando los años nos alejaron de los bancos escolares.
En su casa de la calle La Higuera (Samuel Priliac) se reunía semanalmente lo más granado del estudiantado local y algunos profesores que matizaban la rueda de mate y tortas fritas con los temas culturales del momento.
Allá por junio de 1964 se realizó una reunión con el solo fin de planificar alguna actividad que sirviera para conmemorar el bicentenario del nacimiento de Artigas.
Se pretendió desde el primer momento evitar los prolongados discursos, proponiendo y descartando diversas sugerencias.
Había que hacer algo diferente y surge la propuestas del profesor Orlando Toche para organizar una movilización de masas; La Redota.
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"Pancho" Leiza
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La idea fue aceptada por unanimidad y el acontecimiento se hizo realidad el 19 de junio, cuando toda la población se fue con Artigas.
La Redota que había nacido en casa de “Pancho” y Melita, se trasladó a la escuela 28 para movilizar a los alumnos y a las entidades chuienses.
Lo visitamos por última vez en su hogar Montevideano allá por 1989 cuando ya la enfermedad comenzaba a doblegar su estatura, para realizar una entrevista para el programa NUESTRA GENTE de Canal 4 de esta ciudad.
En sus palabras pudimos adivinar el apego entrañable por las cosas y la gente de esta frontera con un dejo de nostalgia para el Chuy que había desaparecido ante los avances del progreso.
Abordó con nitidez, con inteligencia y hasta con cariño los temas de Chuy que tanto lo preocupaban por aquellos años.
Recordó a mucha gente con la cuál según él había aprendido mucho mientras enseñaba a los niños.
“Algunos acontecimientos han determinado una transformación muy grande en la estructura de Chuy y que fue la carretera que dio acceso a una nueva corriente turística, la llegada del agua y de la luz que fue ambientando un crecimiento atípico y desordenado. Había en aquellos años una característica muy especial de la gente de frontera. Nosotros enseñamos pero también aprendimos mucho con su gente. Tenemos muchos cuentos y anécdotas de gente que nos enseñaron cosas. Un día un vecino me para en la calle y me dice, maestro Usted no anda por los barrios y era cierto no andábamos, en otra oportunidad un alumno nos dice que éramos muy puristas con el idioma nosotros vendemos maníes y naranjas, tratando con uruguayos, brasileños y árabes y tenemos necesariamente que utilizar estas palabras un tanto deformadas. Comprendimos en esa oportunidad que una cosa era cuidar el idioma en la escuela y otra muy distinta era la realidad que debían enfrentar diariamente los alumnos. Desde el punto de vista sentimental nos aferramos al Chuy nostálgico que vamos embelleciendo con los recuerdos. Por lo tanto este Chuy con su carácter comercial y hasta diríamos con su plaza financiera, lo veo distinto y estimamos mucho más aquellos valores con los alumnos, con los vecinos y con los compañeros de trabajo de los que guardo recuerdos inolvidables”.
Su hijo Roberto desde el Parlamento Nacional nos recordaba que “mi padre nació en Rocha el 8 de junio de 1918 y murió en Montevideo el 18 de febrero de 1990. A Chuy nos fuimos en el año 1946 donde permanecimos hasta 1973 que nos trasladamos a Costa Azul. Sin embargo la frontera se quedó prendida en la familia. No disimulo mi nostalgia cuando llego de visita y trato de recorrer los lugares que frecuentaba en la niñez”.
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