EL AMOR, ESA COSA ESPLENDOROSA,
PERO AL MISMO TIEMPO TERRIBLE&
* Fernando Pintos
Ayer volví a mirarla después de siete años, pero no fue en persona. Fue en un par fotos de estudio, donde aparece junto a sus dos hijos, como una estampa perfecta de la maternidad. Es hermosa más allá de lo imaginable. Una Meg Ryan morena y tan guatemalteca como el espíritu de la tierra. Conserva la misma sonrisa deslumbrante, los mismo ojazos de plenilunio y aquella idéntica serena belleza que me cautivó desde el primer instante. Volví entonces a recorrerla con mis ojos después de una interminable jornada: siete años tan largos y áridos como siete siglos. Pero aquella era una imagen fija y exenta de su voz, que es dulce y cálida como la miel.
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El amor suele ser terrible y maravilloso a un mismo tiempo. Una fuerza ciega que desprecia las razones y desconoce las medias tinitas. Arrasa con la fuerza de un tsunami y desgarra con la furia de un depredador carnívoro. Suele llegar sin invitación y a veces huye de improviso, dejando vacías las manos, el alma y la vida entera. En su esencia, me recuerda al título de una película famosa. Fue rodada en 1955 bajo la dirección de Henry King; protagonistas, Jennifer Jones y William Holden. Adaptación de la novela de Han Suyin, era el romance entre una doctora euroasiática y un corresponsal norteamericano, en Hong Kong, durante la guerra de Corea. Su título fue LOVE IS A MANY SPLENDORED THING, "El amor es una cosa esplendorosa". ¿Podrá hallarse mejor definición que ésa? El amor, de tan esplendoroso, toda vez que llega deslumbra y enceguece. Pero hace todavía más: imprime a fuego una marca que nada conseguirá borrar. Uno quisiera escapar de él, e incluso llegaría a negarlo tres o más veces -tal como hiciera el apóstol Pedro con Jesucristo-, pero todo ello será en vano, porque tan sólo el frío de la muerte parecería ser capaz de aplacar sus llamaradas devastadoras.
Miré con atención sus fotos y volví a embeber los ojos y el alma con su belleza. Porque si hermosa es, y de sobra, también lo es completamente: en el alma y en el cuerpo. Y al verla, comprobé con amargura que es mentira piadosa el poema de Gregorio Marañón: &Espera corazón, espera, /que ninguna inquietud es inifinita, /y hay una misteriosa primavera, /donde el dolor humano se marchita& Pero no es así. Marañón estaba equivocado cuando escribía: Con tu espuela de plata, /no des tregua al corcel de la ilusión. /Si la pena no muere, se le mata& /¡Arriba, corazón!& Mirándola una vez más todavía, su esplendor me inundó y, extrañamente, experimenté lo mismo que atestiguan aquellos que han estado en trance de ahogarse: retornó, entre un chispazo deslumbrante, aquel momento en que, siete años atrás, ella dijo que todo estaba terminado. Y toda la agonía de meses y años que siguió a ese momento desfiló, fugaz y lancinante, por los recovecos de mi mente y alma. Dejé de escuchar su voz, para rodearme con aquella música que fue emblemática de mi tormento, el Adagio para cuerdas de Barber. Y también, el último tramo de una melancólica y hermosa canción de Joan Manuel Serrat. Y volví a caer en cuenta de que aquella no había sido una derrota más, sino la definitiva. Y ello me llevó, por una fracción infinitesimal, a enfrentar el galope mortal de los jinetes apocalípticos, sus clarinadas de degüello, su avance arrasador, frente al cual sólo quedaba morir de pie y con las botas puestas.
Resulta extraño todo lo que una imagen puede desencadenar en las simas de la mente y el alma, en tan solo fracción de segundos. Ciertamente, LOVE IS A MANY SPLENDORED THING& Ni tan siquiera el Cantar de los Cantares bastaría para alabar el esplendor de la mujer amada. Asimilé el sentido del término apocalipsis: revelación. Y volví a escuchar la letanía de Serrat, que me resultó una vez más tan cierta, tan propia, tan dolorosa: &Tus recuerdos son /cada día más dulces, /el olvido sólo se llevó la mitad, /y tu sombra, aún /se acuesta en mi cama /con la oscuridad, /entre mi almohada y mi soledad&