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Bolivia: cronica de urgencia
de una situación polarizada
por Carlos Malamud
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Un viaje a Bolivia en estos momentos sólo puede introducir ruidos en cualquier observador exterior. Son tantos los acontecimientos que ocurren, tal la velocidad de vértigo a la que se mueven algunas cosas, tan grandes las contradicciones y tan numerosos los temas que emergen y ocupan la primera plana de los periódicos que cualquier intento de emitir un juicio ponderado choca contra una realidad compleja y polarizada. Un hecho, cualquiera, de los ocurridos la semana pasada, puede ser leído por los distintos actores de múltiples maneras. Por eso, sólo es posible intentar recomponer a retazos la coherencia de una situación poliédrica y cada vez más esquizoide.
Lo que sí es constatable a la distancia es el grado de crispación presente en la sociedad boliviana, una crispación que corta el país en función de diferentes líneas, algunas fácilmente detectables, como las barreras sociales o étnicas o las fronteras regionales, pero otras menos fáciles de percibir, como aquellas que enfrentan a indios contra indios por el sólo hecho de pensar diferente o no querer someterse a los lineamientos de los movimientos sociales fieles a la conducción nacional del país.
En una semana se mezclaron las acusaciones de terrorismo, que todavía colean, contra un grupo de euro-bolivianos acusados de magnicidio; el brutal ataque contra un dirigente indígena del oriente, justificado en la justicia comunitaria y la aplicación de leyes ancestrales; los ataques contra el Poder Judicial, al que se quiere descabezar, y que costó la suspensión temporal del Presidente de la Corte Suprema; la postura del gobierno contraria a buena parte de la prensa y los periodistas, en una deriva cada vez más semejante a la venezolana; las discrepancias entre el gobierno de Sucre y el nacional por los bicentenarios; los problemas para implementar el padrón biométrico; la corrupción o las discusiones en la oposición en torno a las candidaturas para las elecciones del próximo diciembre. En todo caso, un catálogo para no aburrirse.
De todas estas cosas la que conmovió más profundamente mi sensibilidad occidental fue la espalda sangrante de Marcial Fabricano, cruzada por incontables latigazos. Luego volveré sobre el tema. Antes querría insistir en lo occidental, ante las miradas diferentes (pluriculturales de dentro y de muchas ONG de fuera) que intentan definir a Bolivia como un país ajeno, o extraño, a la civilización occidental. La defensa legítima de la "indianidad" boliviana, muchas veces en manos de personajes occidentalizados y no tan legítimos, se realiza con categorías occidentales. Entre ellas está la se puede citar la tantas veces repetida soberanía.
Se suele olvidar que más allá de las innegables postergaciones a las que se sometió a los diferentes grupos étnicos, mal llamados originarios, tanto durante el período colonial como en el republicano, los valores occidentales les permearon de un modo evidente. Y ahí están para quedarse, pese a los intentos de ciertos antropólogos por rescatar los usos y costumbres y la justicia comunitaria. No sería bueno preguntar a los muchos jóvenes y adolescentes y también a las mujeres que teóricamente comparten las mismas raíces y sin embargo comienzan a expresarse de otro modo. Se suele olvidar que nuestra identidad no sólo se define en función de lo que creemos que somos, o queremos ser, sino también por la forma en que los demás nos perciben.
El lamentable episodio de Marcial Fabricano no fue una casualidad, ni tampoco un accidente. Fabricano es un dirigente indígena azotado hasta la extenuación por otros indígenas, con la coartada de que se estaba aplicando la justicia comunitaria. Según las explicaciones "oficiales" de quienes perpetraron semejante brutalidad, agrupados en la Subcentral de Pueblos Indígenas Mojeños - Yuracaré - Chimane del Territorio Indígena Parque Nacional Isiboro Sécure (TIPNIS), se trataría de viejas cuentas pendientes, algunas de 1990. El pronunciamiento completo de la Subcentral está colgado en la página web del ministerio de Justicia (http://www.justicia.gov.bo/noticia_vinculo_mostrar.php?valor=205), lo que añade más confusión sobre si los altos cargos del actual gobierno, comenzando por el presidente Morales, están a favor o en contra de los castigos corporales.
En realidad, como en el caso de Víctor Hugo Cárdenas, estamos frente a un intento de castigar, por la vía corporal si es necesario, a quienes piensan distinto o simplemente disienten de la línea oficial. Parece que el panorama de optimismo abierto tras la elección de Morales, en 2005, con casi el 54% de los votos ha quedado definitivamente enterrado. En lugar de aprovechar el apoyo de los sectores rurales y urbanos, de indios, mestizos y blancos, de campesinos y habitantes urbanos para integrarlos a todos en un mismo proyecto, gobierno ha apostado por la crispar y dividir.
Es indudable que Morales mantiene un importante respaldo popular. Corresponde a la oposición minarle el terreno, y no porque esto atente contra el proceso de cambio que algunos creen haber iniciado en Bolivia, sino porque es legítimo en cualquier oposición democrática. Sin embargo, las fuerzas opositoras están demasiado fragmentadas y muchas también desnortadas. Hay en marcha algunos procesos de integración y unificación interesante. Habrá que ver cómo y en qué finalizan.
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Fuente: The Independent Institute |
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