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Año III - Nº 139 - Uruguay, 15 de julio del 2005

 
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Derechos y chuecos
Derechos humanos reales
Eduardo García Gaspar

Uno de los rasgos de la política barata de la actualidad es el uso y exageración de expresiones que tienen un alto atractivo superficial en el discurso político y que por fuerza de su abuso terminan siendo conceptos insignificantes. Un ejemplo de esto es la expresión derechos humanos que regurgitan por doquier y logra siempre un aplauso aprobatorio.

La realidad es que la definición de derechos humanos ha sufrido una transformación inclemente en nuestros días. Su origen estuvo en el campo de las relaciones entre la autoridad y los ciudadanos, lo que dio nacimiento a ideas cruciales en el desarrollo de nuestra civilización. Fueron ideas como la de libertad de expresión, defendida por J. Milton en el siglo 17. Como la libertad religiosa. Como el derecho a ser juzgado por un tribunal.

Son los que todos nos imaginamos, pero que se concentran en esa relación entre gobierno y ciudadano y que expresan nuestras libertades. Sin embargo, la demagogia de hoy ha tomado esa noble serie de conceptos y los ha transformado en conceptos imposibles, como la noción del derecho al trabajo, a la alimentación, a las vacaciones, a la vida digna y similares. Es basura, pero está envuelta en seda.

Tomemos el derecho al trabajo. Examinándolo veremos dos interpretaciones muy diferentes. Bajo la definición estricta, es una libertad de trabajar o no hacerlo, de dedicarse a la profesión y oficio que uno elija, sin que nadie pueda impedirlo, especialmente los gobiernos. Me puedo dedicar a la arquitectura o a la albañilería o al marketing. Las únicas limitaciones son las lógicas, pues un trabajo de ladrón o de asesino no es permitido. Todo es sencillo y lógico.

Pero el derecho al trabajo puede ser interpretado de otra manera, como la obligación de darle un puesto de trabajo a alguien. Es algo totalmente diferente a la interpretación estricta. Es un entendimiento demagógico, sencillamente una promesa política sin fundamento. ¿Cómo puede realizarse esto sin incurrir en costos y distorsiones? ¿Significa que alguna empresa debe aceptar a todos lo que en ella quieran trabajar?

La distorsión del significado es obvio en otro ejemplo. Tenemos libertad de expresión y eso significa que los gobiernos no nos prohibirán hablar de lo que queramos. Expresar nuestras ideas no acarreará consecuencias dañinas que intenten impedirlo. Pero eso no puede interpretarse como el que a usted alguien le compre su propia estación de radio para hablar de lo que quiera. Usted no puede trasladar a otros los costos de sus derechos.

Se ha hablado en México del derecho a la alimentación en la tercera edad. Perfecto. Usted tiene derecho a alimentarse a esa edad y nadie lo puede impedir. Pero otra cosa muy diferente es que usted haga pagar a otros por su comida. Si usted quiere trabajar, hágalo y nadie puede impedírselo, pero usted no puede acudir a que otros le paguen por la fuerza su salario.

Es una cuestión de sentido común y pensamiento lógico. Usted no puede alterar los derechos de los demás para su provecho. Por eso el derecho al trabajo mal entendido es un disfraz de la demagogia. El populista habla de esos derechos mal entendidos porque al crearlos será él quien los distribuya a su antojo. Ya que no puede usted en lo personal forzar a nadie a que le den comida, será el gobierno el único que lo pueda hacer, digamos con una pensión.

El resultado es igual. Una serie de personas han sido forzadas a pagarle a usted sus alimentos, o su sueldo, o su agua, o su atención médica. Lo único que ha cambiado es que en esto ha surgido un intermediario que gana poder, el gobierno del que ahora depende usted para vivir.

La constitución europea contiene esta distorsión, al igual que las plataformas de muchos partidos que han sucumbido a esta dislocación del real significado de un derecho. Porque a la luz de tantos derechos sociales se descuidan los fundamentales, lo que a su vez produce una sociedad amorfa y sin voluntad. La sociedad que con valor defiende a la libertad de expresión queda por eso domesticada, comiendo de la mano del gobierno. Todo por haber perdido ese sentido original de los derechos y la mente valiente que los defiende a costa de su propio bienestar.

Material publicado con autorización de