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América Latina, ¿nuevo desafío del Kremlin?
por Carlos Alberto Montaner |
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El próximo paso del Kremlin en su enfrentamiento con Estados Unidos pudiera ser el establecimiento de alguna forma de alianza militar con Cuba y Venezuela. Una posibilidad es la reapertura de una base electrónica dedicada a espiar las comunicaciones norteamericanas similar a «Aurora», el enorme centro de espionaje que operó cerca de La Habana hasta hace pocos años, cuando el propio Putin decidió clausurarlo. En aquellas instalaciones hoy funciona un centro universitario dedicado a la informática, desde el cual al menos un centenar de estudiantes avanzados pertenecientes a la Juventud Comunista participa de la intensa guerra propagandística que se desarrolla en internet a favor de la dictadura cubana y de la ideología marxista.
La idea de una base militar rusa en Venezuela tampoco es descabellada. Según reportó la DPA, la agencia alemana de noticias, en su reciente viaje a Moscú el presidente Hugo Chávez mencionó esa posibilidad, aunque luego lo desmintió. Para Chávez sería otra forma de reforzar su poder como cabeza de lo que llama el «Socialismo del siglo XXI», una familia política del tercer mundo que tiene como enemigo principal al gobierno de Estados Unidos.
Poco antes del viaje de Chávez a Rusia, había circulado otra noticia que tenía todas las características de ser un balón de ensayo lanzado por Moscú para medir las reacciones de Washington: los bombarderos rusos de largo alcance volverían a incluir a Cuba en sus ejercios militares rutinarios. No debe olvidarse que Cuba está a noventa millas de los cayos de la Florida.
El tándem Medvédev-Putin estará tentado a responderle a Washington cerca de sus fronteras, como sucedió con Nikita Kruschev en 1959 cuando Estados Unidos instaló cohetes nucleares en Turquía y en otras regiones limítrofes con la extinta URSS. La lectura que hoy le da Moscú a la ampliación de la OTAN y a la instalación de las defensas antimisiles en Polonia y la República Checa no es que los antiguos satélites se aprestan a combatir a Irán y a los terroristas islámicos, sino que el propósito principal de esa alianza militar es un potencial enfrentamiento con Rusia.
Tal vez el objetivo más importante del Departamento de Estado norteamericano en el 2008 no es cómo librar otra guerra fría contra Rusia, sino cómo evitarla. Después de la Segunda Guerra Mundial, ante el espasmo imperial de los soviéticos, entonces decididos a conquistar el mundo, la política de contención puesta en marcha por Harry Truman tenía sentido, y gracias a ella se salvaron Berlín, Grecia, Corea del Sur y tal vez Finlandia y Austria, pero hoy Rusia no da muestras de poseer el mismo apetito imperialista que mostraba en aquella época.
A partir de 1946 Europa occidental, devastada por la guerra y razonablemente temerosa de la URSS, vio en la OTAN y en el paraguas nuclear americano la forma de evitar que Moscú lograra avasallarla. Hoy no existe esa percepción de peligro en las capitales europeas, salvo en los países de Europa central que en el pasado fueron satélites de Rusia.
A Estados Unidos le costaría un trabajo enorme presentar un frente unido contra Moscú. Mucho más sensato sería iniciar una intensa negociación diplomática que tienda puentes e impida un conflicto que más parece el resultado de cálculos erróneos que de espíritu de conquista.
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