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Año V Nro. 286 - Uruguay,  16 de mayo del 2008   
 

Visión Marítima

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Javier García

La culpa y la ordinariez
por Javier García

 
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         La tesis es realmente increíble: la culpa de que el embajador en Italia, Carlos Abín, se fuera de vacaciones y no presentara los exhortos judiciales la tienen los "jodidos pelotudos", que somos todos los uruguayos. Eso afirmó Mujica, que seguro piensa, de todos nosotros, que somos lo que sus calificativos dicen.

         Así que el embajador se fue a Barcelona sin pedirle permiso a nadie y se pasó una magnífica Semana Santa en Cataluña y la culpa la terminan teniendo tres millones y medio de uruguayos a quince mil kilómetros de distancia que ni le conocen la cara ni les sonaba el apellido del diplomático hasta que sucedió este episodio.

         Cuando en 1986 el comandante del Ejército de entonces guardó las citaciones judiciales a un grupo de militares, aquí rugieron las instituciones y hubo, de apuro, que sostener la estantería aprobando la ley de caducidad. La opinión que tengamos sobre ésta no es del caso ahora, pero sí lo es recordar que desde el Frente Amplio salieron las más duras acusaciones. Antes era un comandante el que cajoneaba citaciones, ahora es un embajador y éste recibe, sin embargo, el apoyo "moral" del propio Presidente de la República.

         Si Abín está comprometido con la lucha por los derechos humanos o no, o si cree en la conversión de las almas, a los efectos de su función de embajador no tiene relevancia. Lo único que debe hacer es representarnos y cumplir las órdenes de su gobierno. Ninguna de las dos cosas hizo, una porque estaba ausente del país al que fue asignado sin autorización, y lo segundo porque ni se enteró de aquéllas al irse a la playa.

         El embajador es culpable, pero también hubo por aquí alguna responsabilidad. Es insólito que en el siglo XXI, revolución de las comunicaciones mediante, nadie sea capaz en una cancillería de levantar un teléfono y confirmar si se recibió un documento. ¿No usa celular el señor Embajador?

         La primera reacción del gobierno fue respaldar al responsable en esa maldita costumbre política de no reconocer errores y la segunda fue ésta de Mujica de diluir, en todo el Uruguay, las culpas. El señor senador es un gran atrevido. Lo es porque miente y lo hace a sabiendas, a pesar de la copa de vino que sostenía cuando esto afirmaba. Ningún uruguayo, excepto Abín y la cancillería a la que pertenece, es responsable de nada. Y lo es también por calificar de la forma que lo hizo genérica y gratuitamente.

         El Uruguay del más o menos, ese que le gusta a Mujica, donde todo vale lo mismo y donde todo se achata para que saquen cabeza los mediocres es el de su gusto pero no el del nuestro. Claro, si se escucha a dirigentes políticos como él afirmar estas tesis, entonces se justifica que alguien del gobierno haya dicho que la emigración de los jóvenes es culpa del consumismo. Es verdad, la gente quiere consumir progreso, desarrollo, educación, trabajo y no representantes de un gobierno que, vino en mano, tratan de "jodidos pelotudos" al resto.

         Pero además está cansada de que le hablen mal y como a niños. No es gracioso y no era de uruguayos tratarnos así. Antes lo veíamos en los programas argentinos, ahora es común en los informativos de aquí. Es el dialecto oficialista.

         Es típico de estos tiempos donde se impuso la pobreza intelectual y se aplaude la ordinariez. Si la dice un niño en su casa o en la escuela se lo corrige, pero si la dice un senador de la República causa gracia y muchos la aplauden.

         Eso no es popular, es decadente. No del tercer mundo, sino de un mundo de tercera.

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