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Año IV - Nº 261
Uruguay,  23 de noviembre del 2007
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Carlos Malamud

La cumbre de los "calentones" y las clarificaciones

por Carlos Malamud (Perfil)
 
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            Desde hace algunos años la realidad política latinoamericana está cambiando, a mejor en algunos casos, a peor en otros y hacia nadie sabe dónde en los demás, que son casi todos. Estos cambios habían comenzado a manifestarse de forma lenta en las anteriores Cumbres Iberoamericanas, especialmente en las discusiones bilaterales de los presidentes, una de las principales ventajas intangibles de estas reuniones. Sin embargo, hasta ahora, todos los protagonistas intentaban mantener las formas. Pero en Santiago, el cortante latigazo de Don Juan Carlos eclipsó toda la Cumbre, opacó sus éxitos, que fueron muchos, y ha impedido ir al fondo de las verdaderas pulsiones que recorren las entrañas de la Comunidad Iberoamericana de Naciones. Sin embargo, la Cumbre produjo una serie de novedades importantes, fue testigo de varios calentones, no de uno sólo, y sirvió para clarificar cómo se manifiestan las distintas corrientes que tienen algo que decir sobre el futuro de América Latina.

            Primero los logros, comenzando por el Convenio sobre Seguridad Social, que permitirá a numerosos iberoamericanos, estimados en cerca de cinco millones, mejorar su jubilación después de haber cotizado en distintos países de la región. Tampoco debemos olvidar las becas Pablo Neruda, el nuevo Programa Erasmus iberoamericano, y el Plan del Agua, que con tanto ahínco defendió el presidente Zapatero. A esto hay que agregar la discusión sobre cohesión social, que más allá de si estaba bien o mal planteada, o de si es posible cohesionar a sociedades tan desiguales, restó protagonismo a quienes desde posturas populistas y demagógicas pretenden monopolizar el sufrimiento de los pobres.

            Los calentones producidos han puesto en evidencia el especial momento de la política latinoamericana, los numerosos conflictos bilaterales que ya no responden a la vieja lógica de las disputas fronterizas, y la inexistencia de instancias adecuadas para sustanciar y resolver la mayoría de estos conflictos. La técnica matemática de resolver los teoremas por el "método de la reducción al absurdo" podría hacernos concluir que uno de los grandes méritos de las Cumbres Iberoamericanas, casi nunca reconocido por los líderes latinoamericanos, es servir de canal de expresión y también de resolución de buena parte de los problemas mencionados.

            De entre todos los calentones santiaguinos podríamos rescatar los más sonados. Álvaro Uribe estaba molesto con Hugo Chávez por la reunión que mantuvo con el dirigente terrorista y miembro del secretariado de las FARC, Iván Márquez, en el marco del "canje humanitario" sin haberlo puesto al tanto de la misma. También fue intenso el de Hugo Chávez con Rafael Correa, después de que éste manifestara al periódico chileno La Tercera que no estaba de acuerdo con la reelección indefinida, y que la democracia es alternancia. Si bien Correa tuvo que aclarar a la prensa de su país que sólo se refería al futuro de Ecuador y que no había implícita una crítica a Hugo Chávez, debió soportar los malos modos del venezolano.

            Más sonado fue el mutuo calentón rioplatense protagonizado por Tabaré Vázquez y Néstor Kirchner. Vázquez se enteró de unas declaraciones de Kirchner que consideró explosivas. En cuanto Kirchner llegó a Santiago, mientras los dos ministros de Exteriores estaban reunidos con su par español, Miguel Ángel Moratinos, para intentar destrabar las kafkianas negociaciones por la construcción de una fábrica de pasta de celulosa, el presidente argentino le dijo a un grupo de piqueteros: "muchachos, estoy siempre firme con la causa". Esto dio pié a los uruguayos a pensar, quizá con razón, que no se levantaría el bloqueo de todos los puentes que unen Argentina con Uruguay. La extemporánea reacción de Vázquez, ordenando la puesta en marcha inmediata de Botnia, cayó como un balde de agua fría en la delegación argentina, y también en la española, que veía cómo la facilitación del diálogo bilateral encargada a Don Juan Carlos quedaba ensombrecida y sin futuro.

            El último suceso de este tipo, casi en la clausura, fue protagonizado por el rey de España y ha hecho correr ríos de tinta. En realidad, Chávez había llegado a Santiago con ánimo de reventar la Cumbre, propósito que consiguió in extremis. Frustrado porque el documento final no apoyaba su intento de reforma constitucional que le da vía libre para la reelección indefinida, y molesto con el tema de la Cumbre (la cohesión social), dio rienda suelta contra una instancia multilateral poco funcional con el ALBA. Por eso, Fidel Castro ya ha criticado duramente que la próxima Cumbre se dedique a los problemas de la juventud.

            La suma de estos acontecimientos evidencia la existencia de distintas sensibilidades entre los mandatarios, y coloca a la diplomacia española más cerca de tomar una postura contradictoria con el principio rector que guía sus relaciones con América Latina: mantener buenas relaciones con todos los países y todos los gobiernos, más allá de sus perfiles políticos e ideológicos. Ésta fue la norma que caracterizó la gestión de Felipe González, la mayor parte del gobierno de José María Aznar, y que José Luís Rodríguez Zapatero volvió a hacer suya. El dilema podrá llegar cuando el gobierno de España tenga que elegir en un potencial conflicto entre un presidente amigo y otro menos amigo, es decir, llegado el momento de dejar de ser neutral. Esto podría ocurrir si algunos problemas hoy enquistados se agravaran. La advertencia de Hugo Chávez de convertir Bolivia en un nuevo Vietnam si se ataca a Evo Morales debería merecer algo más de atención.

            Tanto en las discusiones más íntimas de los presidentes, sin ministros ni asesores, como en los discursos públicos, se vivió en Santiago un hecho inusual: los presupuestos políticos e ideológicos de los actuales populismos sobre las nacionalizaciones, y por ende del mayor protagonismo del Estado, fueron cuestionados públicamente por el presidente del Gobierno español, y en privado por la mayor parte de los presentes. Esto dejó en evidencia la creciente soledad de Chávez. Pero ya se sabe, en la América Latina políticamente correcta, esas cosas no se dicen en público, sólo en privado. De otra forma, el enojo del Júpiter tonante puede ser brutal.

            Esto explica, entre otras cosas, el más que significativo silencio de Néstor Kirchner o las palabras de Lula justificando a Chávez, a quién, según su interpretación, no se le puede negar la condición de demócrata. Se suele olvidar con bastante frecuencia en América Latina que más que con personas la democracia se construye con instituciones y, mientras esto no quede claro, como evidencia el artículo de Valter Pomar, secretario de Relaciones Internacionales del Partido de los Trabajadores (PT), la posibilidad de que los demócratas se enfrenten a quienes quieren acabar con la democracia sigue siendo bastante remota.


Fuente: Infolatam
 
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