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Año IV - Nº 261
Uruguay,  23 de noviembre del 2007
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Darío Acevedo Carmona

¿Cómo progresa un país?

por  Darío Acevedo Carmona
Medellín - Colombia -(Perfil)
 
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            La analista argentina, Florencia Carbone, en un ensayo sobre el gran salto dado por la economía brasilera en los últimos años (La Nación, dic. 18/07), que la ha posicionado como una de las cuatro más importantes economías emergentes al lado de Rusia, China e India, y como la décima en el mundo, dice que ello se debe a los acuerdos internos en políticas de Estado de largo plazo mantenidas por gobernantes tan disímiles como Cardozo y Lula da Silva, también otorga gran valor a la perseverancia y a la paciencia para alcanzar progresos notables  sin dejarse llevar por afanes coyunturales. Cuando uno mira la manera tranquila como la sociedad brasilera aceptó la transición política, no sólo se le ocurre pensar en la madurez alcanzada por sus habitantes sino que esa madurez es el resultado de mensajes claros, categóricos y serios de la izquierda brasilera sobre lo que sería su manejo de la economía.

            Ya quisiera uno que una confianza de este estilo existiese entre las fuerzas políticas colombianas, para darle campo y cabida a las propuestas aisladas que voces autorizadas provenientes de diversos ángulos del espectro político han hecho sobre la necesidad de un acuerdo sobre lo fundamental (Alvaro Gómez, Angelino Garzón, etc.). Claro que no podemos negar que el liberalismo colombiano desde comienzos de la década pasada nos metió en el camino de la apertura económica y de aceptar los procesos de la globalización. Pero, a diferencia de otros países que nos han tomado la delantera en desarrollo, como Chile y Méjico, entre nosotros ha tenido lugar una lucha ideológica casi paralizante que nos alerta contra los peligros del libre mercado como si éste fuese el espantajo del fin del mundo y el causante de todos nuestros viejos males. Quizás, en esa mentalidad refractaria al cambio, resida la explicación de conductas asumidas por dirigentes de la oposición de izquierda que en vez de abrir al menos un compás de espera razonable a la apertura de nuestra economía, se lanzan a escenarios internacionales con ánimo de entrabar, obstaculizar e impedir que Colombia firme un tratado de libre comercio con los Estados Unidos, tradicional e histórico socio de Colombia y país con el que tenemos más del 60% de nuestras relaciones económicas. Así haya que apelar a remachar ante los demás nuestras desgracias, inflar las deficiencias y distorsionar las cifras que dan cuenta de nuestros progresos económicos y sociales, estos opositores parecen estar desmotivados para llegar a acuerdos en materia de políticas de estado estables, que, como lo demuestra la comentarista argentina, es una de las condiciones para progresar de verdad.

            Respetables miembros de las Oposición hablan de Colombia en el exterior como si este fuese el país más antidemocrático del mundo, presentan cifras sobre violencia que impiden apreciar la evidente reducción de asesinatos, masacres, desapariciones y magnicidios que ha tenido lugar en los últimos cinco años, pues recurren a cifras que nos remiten a épocas espantables por la magnitud de la tragedia vivida en la década anterior. Con tal de hacer oposición al gobierno actual, con tal de desprestigiar al presidente Uribe, con tal de hacerle mala atmósfera a la política de seguridad democrática, realizan campañas alarmistas que tienen un grave efecto nocivo sobre la imagen del país y sobre las expectativas que puedan hacerse sobre su futuro otros gobiernos, empresas y consorcios económicos sin cuyos capitales difícilmente logremos ponernos a tono con la marcha de la economía mundo. Resaltan a secas el escándalo de la parapolítica pero omiten referirse al desmonte y desmovilización real del fenómeno y a las consecuencias positivas del mismo, insisten en enlodar al presidente y presentarlo ante propios y extraños como un aliado de los paramilitares, hablan de impunidad pero callan frente a los procesos en curso contra políticos y militares. Según ellos, Colombia vive la peor situación de derechos humanos de toda su historia. Poco o nada dicen de los crímenes de la guerrilla fariana, la gravedad del secuestro la diluyen en una cuestionable campaña por un supuesto intercambio humanitario y en vez de los progresos fantásticos de nuestra economía destacan los indicadores de pobreza desconociendo los adelantos, que aunque pocos, son significativos.

            Así pues, que hay lugar para preguntar ¿A QUÉ JUEGA LA OPOSICIÓN DE IZQUIERDA? ¿Será que quiere un bloqueo de los fondos del Plan Colombia y otras ayudas internacionales sin medir las consecuencias que pueda tener en el renacimiento de la guerrilla, el narcotráfico y el paramilitarismo? Y, la verdad sea dicha, parece como si poco le importara un derrumbe del país, como si eso no fuese perjudicial a sus expectativas de llegar a ser gobierno. No comprende o no quiere entender que políticas de Estado de largo plazo en Colombia son aquellas que reviertan y derroten los factores y agentes de violencia, que permitan recuperar la seguridad y la confianza en la ley y en el estado, que brinden garantías a los inversionistas nacionales y extranjeros y que abran espacios de estabilidad para las instituciones económicas y políticas.

            Lo que observamos, es desconsolador, es el triste espectáculo de pequeños pero vociferantes grupos de activistas que, en España, Bélgica, Inglaterra y Estados Unidos, receptores de tales campañas y animados por el espíritu de venganza respecto de lo sucedido en otros tiempos, salen a gritar insultos y sandeces contra funcionarios del alto gobierno como si se tratara de mensajeros del terror y de una dictadura oprobiosa del tercer mundo.

Medellín, noviembre 19 de 2007
 
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