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Año V Nro. 296 - Uruguay,  25 de julio del 2008   
 

 
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Fernando Pintos

A dos décadas de la mayor consagración
por Fernando Pintos

 
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         Acontece que frente a la mayoría de esos melosos y ambiguos locutorcitos de los canales de cable suelo sentirme fuera de quicio con llamativa rapidez. Y escribí «melosos» como referencia a similitud de condiciones entre tales individuos toda clase de materias pegajosas y viscosas, las cuales, como es de todos bien sabido, se destacan por ser a un mismo tiempo adherentes y molestas hasta el grado de irritación. Y como ya lo adelanté: todos esos tipejos —y tipejas— que con tanto desparpajo y atrevimiento acostumbran cacarear incoherencias delante de cámaras y micrófonos me provocan violentas cefaleas en cuestión de segundos. Puede que ello esté muy ligado con el hecho de que por muchos años trabajé en canales de televisión y de cable, en funciones muy diversas que abarcaron no sólo las presentaciones delante de cámara, sino también la dirección de programas periodísticos, la producción, la programación o el de canales (enteros), etcétera. En consecuencia, sé muy bien qué es lo que se debe hace y qué no se debe, en asuntos de televisión. Así que ver tanto ignorante y advenedizo en acción, me provoca náuseas.

         Pero también —y eso ya muchas veces lo he dicho— abomino absolutamente de los estúpidos. Y los ya mencionados tipejos o tipejas, tan sólo por sus voces estúpidas, sus entonaciones artificialmente engoladas y su constante enunciación de disparates, deberían ser sacados del aire con carácter de urgencia. En realidad, ese fenómeno tan propio de esta agitada época posmoderna debería dejarme impertérrito, y soy plenamente consciente de ello. Pero, dado que a los cretinos les caracteriza la pésima costumbre de creerse genios, la inevitable secuela consiste en que con harta frecuencia se pongan a la tarea de enunciar, a voz en cuello y con pose doctoral, las peores brutalidades.

         Recuerdo que en cierta ocasión me encontraba viendo, a través del canal de cable ESPN-I, un partido de fútbol que Gremio de Porto Alegre le ganó a Olimpia de Asunción por tres goles contra cero. Mientras el encuentro entraba en la recta final, los locutores de ESPN I, dos tipos llamados Alfredo Béjar y Luis Omar Tapia, se entregaron a la consabida tarea de mostrar a la teleaudiencia qué tan sabios ambos eran e hicieron mención de Independiente de Avellaneda, club argentino al cual denominaron «rey de copas». «¡Fue el único que las ganó todas!», comentaba, de lo más ufano y eufórico, uno de aquellos dos reverendos ignorantes, en tanto el restante batía palmas, alborozado hasta la histeria. Pero, como en tantos otros temas puntuales, aquellos dos individuos estaban por completo equivocados. El único equipo que, según recuerdo, en una sola temporada arrasó con todas las copas internacionales que estuvieron en disputa —y fueron nada menos que cinco— fue el Club Nacional de Football. Y lo hizo en apenas unos pocos meses de actividad sostenida.

         El 27 de octubre del 88, en Montevideo, Nacional derrotó a Newell’s Old Boys por tanteador de 3 a 0 y se coronó campeón de la Libertadores de América. El 11 de diciembre de aquel mismo año disputó, en Tokio, la copa Intercontinental, enfrentando al poderoso PSV Eindhoven, de Holanda, donde alineaban Ronald Koeman y Romario. En el tiempo reglamentario terminaron empatados a dos, pero en la tanda de penales con muerte súbita, cuando estaban igualados a seis, Jorge Seré atajó el remate de Barry Van Aerle y, a renglón seguido, Tony Gómez fulminó al portero holandés para el definitivo 7 a 6 que aseguró aquella histórica consagración. Fue la tercera Copa Intercontinental para Nacional, que ya la había conquistado en los años de 1971 y 1980.

         Después de aquella formidable consagración, estuvieron, en fila las tres siguientes: 1º) la Recopa de Campeones de la Libertadores de América, que fue ganada frente a Racing de Avellaneda; 2º) la Copa de Oro del Mar del Plata, que le fue arrebatada nada menos que a River Plate (el entrañable amigo y socio argentino de Peñarol); 3º) la Copa Interamericana, que fue obtenida a costa del Olimpia de Honduras, entonces campeón de CONCACAF, al que doblegó en Montevideo por 4 a 0, después de empatar a uno en Tegucigalpa. Fue por ello que la prensa titulaba, por entonces, lo siguiente: «Inventen otra, señores, que a Nacional no le quedan copas».

        Dentro de pocos meses se cumplirán veinte años del arranque de aquel inolvidable proceso de éxitos para el fútbol uruguayo. Nunca más, un club de Uruguay protagonizó, en menos de un año, una campaña tan extraordinaria  a nivel internacional. Y en estos días, cuando por culpa de una pésima conducción Nacional camina a los tumbos (del 2000 al 2007 ganó cinco Campeonatos Uruguayos de Fútbol, contra dos de Danubio y uno de Peñarol), vale la pena traer a colación una de las gestas más memorables en la historia del hoy tan depreciado como deprimido fútbol uruguayo.

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