"La fecha patria que falta"
Marcos Cantera Carlomagno
Los meses sin erre no son solamente los apropiados para la poda de árboles y plantas, sino que forman también la columna misma de la identidad uruguaya. En mayo se festeja la Batalla de Las Piedras, en junio el natalicio de Artigas, julio es el mes de la Jura de la Constitución y en agosto celebramos la Independencia. Todo un collar almanáquico que engalana el cuello de la Nación. Y sin embargo, es justo y en su lugar recordar que la listita debería incluir una perla más: la del 21 de octubre.
En efecto, el 21 de octubre de 1805, luego de largos meses de encuentros y desencuentros en el Mediterráneo, el Atlántico y el Caribe, la flota británica bajo el mando del legendario Lord Nelson se enfrentó a la hispano-francesa, en las costas del sur de España, frente al Cabo de Trafalgar. La batalla empezó a las seis y media de la mañana. A las cuatro y media de la tarde terminó de morir Nelson. Pero dos horas más tarde, la derrota de españoles y franceses era irrevocable.
La batalla de Trafalgar significó el fin del poder naval hispánico y el comienzo del largo dominio británico por los siete mares del mundo. Consecuencia directa de ello fueron las invasiones inglesas en el Río de la Plata en 1806 y 1807.
Un año más tarde, en 1808, las fuerzas napoleónicas cruzaron los Pirineos e invadieron la Península Ibérica. La Corte portuguesa logró huir, justamente asistida por la flota inglesa, y se refugió en Brasil. Fernando VII, por el contrario, fue llevado preso a Francia. En el trono español, Napoleon instaló a su hermano José. Sin poder naval, sin autoridades propias y ocupada por el poderoso ejército francés, España quedó reducida a su mínima expresión de fuerza en muchos siglos.
Visto desde esta perspectiva, que es una excelente perspectiva a mi entender, las revoluciones hispanoamericanas fueron más o menos como pegarle a un caído. Sin embargo, aquí, como en tantas otras circunstancias de la vida, hay que entender que una cosa es una cosa y otra cosa es otra cosa. No se trata pues de quitarle valor a la gesta bolivariana, o al heroismo sacrificado de San Martín o al idealismo visionario de Artigas, pero sí de intentar poner las cosas en su justo y más apropiado lugar.
Evidentemente, con una Madre Patria en el pleno goce de sus poderes imperiales, las revoluciones hispanoamericanas no se hubieran dado con las características, los tiempos y las formas que se dieron. No es malo recordar, por ejemplo, que España, debilitada y todo, supo mantener su mandato en sitios como Cuba, Puerto Rico y Filipinas hasta 1898, es decir hasta la derrota que sufrió frente a un enemigo tan superior y vigoroso como eran los Estados Unidos.
Quizás, de no haber sido por la batalla de Trafalgar, la independencia de las naciones hispanoamericanas habría tardado sus buenos años más. Seguramente, también, que una fuerte posición monárquica en Madrid le hubiera dado al movimiento independentista americano un mayor perfil republicano que el que en realidad tuvo. Posiblemente, por último, el proceso no hubiera sido de revolución, así, de sopetón, de cachetazo y afuera, sino que de traspaso gradual y consensuado de poderes.
Todo ésto no es más que labor teórica. Las cosas se dieron como se dieron porque las condiciones fueron las que surgieron del devenir cotidiano. Por ello, si festejamos las fechas que festejamos, no es más que justo y en su lugar el agregar a la lista patria la del 21 de octubre, en recuerdo de una batalla que amputó a España su temido brazo naval y abrió las puertas pirenáicas a los ejércitos franceses, llenando la geografía española de Juntas locales, guerrilla de resistencia e ideales liberales simpatizantes, más que enemigos, de lo que ocurría en la otra ribera atlántica.