Gobernantes No Profesionales
Combinación peligrosa
por Leonardo Girondella Mora
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Con cierto cinismo puede decirse que pocos se preocupan cuando un gobierno toma medidas que producen una expansión económica —como la manipulación de las variables monetarias, creando más crédito del real, reduciendo tasas, imprimiendo dinero. Esto produce dos ilusiones.
La primera es el espejismo de que en realidad la economía puede moverse en la dirección deseada manipulando unos cuantos controles. La prosperidad, según esto, es posible si se tiene una autoridad política que conozca cuáles de esos pocos botones apretar.
La segunda ilusión que produce es otro espejismo —se cree posible también que pulsando los mismos botones en la economía será posible corregir las recesiones, depresiones y crisis económicas. Igual que antes, sólo basta con tener en el gobierno a gente que oprima esos botones.
La motivación detrás de esas ilusiones de controlar a la economía son comprensibles —se trata de hacer el bien, por ejemplo, facilitando la adquisición de una casa propia y en general de elevar el estándar de vida de las personas. Esta motivación es la que, de seguro, está en las mentes de los senadores mexicanos que opinan deben controlarse las tasas bancarias de interés.
El problema consiste es que la motivación de hacer el bien y crear prosperidad no es suficiente —es necesario algo más e indispensable, adicional a las buenas intenciones: debe conocerse el proceso que va a alterarse y que es complejo y está lleno de variables al mismo tiempo dependientes e independientes.
La combinación de buenas intenciones e ignorancia económica es un síndrome gubernamental que se ha sufrido consistentemente —fue padecido en los tiempos de Hoover, de Roosevelt, de Nixon, de Carter, de Bush en los EEUU; en México, se padece desde los años 30 hasta nuestros días, con puntos culminantes en los gobiernos de Echeverría y López Portillo.
Ahora mismo, con Obama, vuelve a padecerse esa mezcla de buenas intenciones y enorme desconocimiento —los planes de rescates hipotecarios son un buen ejemplo: unos 75 mil millones de ayuda a gente con hipotecas en problemas, más 200 mil millones de compras en acciones de hipotecarias quebradas, como Fannie Mae y Freddie Mac, para renegociar con sus clientes.
¿Por qué se comete el mismo error una y otra vez? Parece como si la experiencia de los errores de Hoover/Roosevelt no se tomara en cuenta, ni la del intervencionismo mexicano de tan pobres resultados. ¿Qué es lo que hace que, por ejemplo, los senadores mexicanos deseen controlar tasas de interés bancario?
La respuesta está en esa combinación que he mencionado —la ilusión falsa de que la economía puede moverse según la voluntad del gobernante controlando algunas variables económicas, en combinación con buenas intenciones del mismo gobernante. Es la mezcla de objetivos admirables con una gran falta de comprensión de la complejidad de la economía.
El gobernante, con una terrible ingenuidad, al igual que otros muchos, sucumben con una emoción desgarradora ante el problema de, por ejemplo, personas que no pueden pagar sus hipotecas durante una recesión, o que pierden su empleo. No tengo la menor duda de que muchos de esos casos son una tragedia personal.
Pero de los gobernantes se espera más que una reacción emocional que los lleve a tomar la primera decisión que viene a su mente, sin medir consecuencias futuras de sus actos —lo que me lleva a afirmar que en los gobernantes sucede algo peligroso: no son profesionales, ni tienen el conocimiento que su puesto requiere.
Cometer una y otra vez el mismo error, creando booms artificiales y depresiones evitables, es una evidencia fuerte en mi conclusión anterior. El símil médico puede quizá describir lo que digo: ese gobernante es como un médico que frente a un caso de apendicitis extremo se rehusa a operar porque le causa emociones negativas que el paciente entre a la sala de operaciones y tenga un período de recuperación.
Tener gobernantes llenos de preocupaciones sociales, que se desviven por el hacer el bien sin medir consecuencias, es un error de nuestros tiempos —curiosamente apoyado por una serie de intelectuales y activistas que padecen el mismo síndrome, el de una combinación de buenas intenciones y cero conocimiento económico.
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