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Homenaje a José Batlle y Ordóñez
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por Carlos Maggi |
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Discurso pronunciado por Carlos Maggi en el salón de actos de la Torre de las Telecomunicaciones en ocasión de homenaje que, por motivo de los 150 años de su nacimento se le tributara a José Batlle y Ordóñez.
Quiere decir mucho el título que convocó a esta reunión: "Ciento cincuenta años de vida." Habla del tiempo y de la vigencia de lo memorable. Batlle hizo época, estableció un cambio que no muere.
¿En qué consiste ese cambio?
La Historia es un hojaldre de muchas capas. Hay historia política, militar, económica, social y hay miles, millones de micro historias… Y detrás de todas ellas hay una historia de la cultura que fija el destino colectivo y el destino individual.
La historia de la cultura, según quiero entenderla, refiere al modo de ser de la gente, a la interminable formación de la gente; de ahí sale el modelo de sociedad, en la cual se vive. Y es ahí, en ese preciso punto donde Batlle está vivo y actuante.
Se dice con razón que todos los uruguayos somos batllistas y es verdad.
Una vez, José Pedro Barrán el más grande historiador viviente del Uruguay, me mandó un e mail. Yo no lo conocía personalmente y él me escribió:
-- Debo darle una explicación: Afirmé que todos los uruguayos son batllistas y algunos amigos me hacen notar que usted publicó una nota hace un par de años, diciendo lo mismo.
Le contesté: Querido Barrán usted no copió a nadie, miró el cielo y vio es azul. Es una verdad objetiva, que todos los uruguayos sean batllistas.
Nuestra historia fue la lucha de un pueblo bárbaro por lograr la civilización; y la nota distintiva de ese proceso terrible, fue su brevedad. Lo que al mundo le llevó milenios, nosotros lo vimos cumplir, en un siglo; alentados por el resto del mundo, que fue aleccionante.
En general, no es demasiado placentero comprobar en el Uruguay, lo cerca que estamos de la barbarie a la cual hizo referencia Sarmiento. La barbarie abarca los medios materiales, el instrumental en uso y mucho más que eso, la manera de responder a las contingencias del mundo exterior; la respuesta; la respuesta adecuada a cada circunstancia: un producto puramente subjetivo, estrictamente humano.
La historia en uso no se detiene en la evolución cultural (hace como si no hubiera existido), pero la barbarie está ahí, estampada en los hechos y en los documentos; y es imborrable. Tan imborrable como la salida de ese estado primario, que recién se produjo a principios del siglo pasado.
El relato de nuestra transformación empieza sin fecha definida.
Para tomar la punta del hilo elijo pues, una acción militar del año 1804, que no es una fecha histórica; es un hecho de rutina, pero muy significativo.
Un criollo culto de unos cuarenta años, capaz de escribir un buen libro, sale de la ciudad de Melo, rumbo al paso de Mazangano. Es oficial de la marina española y lleva 300 jinetes armados y 16 carretas con pertrechos y artillería. Lo habían nombrado "Comandante de la frontera norte" con los más amplios poderes; algo así como un procónsul.
Cruzó el río Negro con su regimiento y a los tres días de marcha hacia el norte, Francisco Javier de Viana tuvo que volver sobre sus pasos y repasar el río. Quedó acampado en la orilla sur del río Negro y mandó chasques pidiendo ayuda. Se morían de hambre. Entre sus oficiales y soldados no había ninguno que pudiera alcanzar una vaca al galope tendido, en campo abierto. Recién en ese momento, supo Viana que sus hombres eran todos maturrangos y que internarse en "La Sierra", les resultaba imposible.
El comandante Viana se vio derrotado sin haber entrado en combate con las tribus de indios infieles que poblaban la mitad de nuestro territorio. Lo venció la velocidad de las vacas salvajes y la astucia de los indios que seguramente espantaron el ganado en lo que llamaban con precisión, una guerra de recursos.
Once años después de su expedición al norte, Viana producirá un informe militar de notable sabiduría. Siendo Ministro de guerra, aconsejó contra la opinión de Alvear, no entrar a los desiertos del Lejano Norte.
En un documento dirigido al Supremo Director, el mandamás en Buenos Aires, Javier de Viana hizo notar que llevar mil hombres a ese territorio sin abastecimientos, exigía contar con siete mil caballos.
-- El gobierno no debe olvidar la clase de guerra que es forzoso emprender. Los caballos van a ser paseados de un lado a otro hasta extenuarlos y por si fuera poco "se necesitan oficiales con conocimiento del territorio y acostumbrados a la intemperie de los desiertos"
Dos semanas después, el formidable coronel Manuel Dorrego, que había partido desde Montevideo, entró a "La Sierra" y se enfrentó a los orientales. Frutos Rivera, siendo un muchacho, lo había movido sin presentarle batalla en mil correrías previas.
Dos días antes del encuentro, Dorrego escribió:
-- Mi caballada no merece el nombre de tal, no puede ni trotar.
Pelearon en Guayabos y Rivera lo deshizo. Fue el 10 de enero de 1815.
"La Sierra" era un desierto desconocido que abarcaba toda la Banda Oriental, al norte del río Negro.
"La Sierra" estaba vedada a los españoles y a los criollos. Salvo la excepción de algunos baqueanos o pioneros de alto riesgo, nadie del sur tenía idea de esa frontera del norte que abarcaba 700 kilómetros lineales y unos ochenta mil kilómetros cuadrados de superficie.
Este cuento brevísimo protagonizado por Viana, sucedió tal cual lo cuento, cien años justos antes de 1904, cuando Batlle, siendo presidente de la República derrotó a la revolución de los blancos en Masoller; y murió el último caudillo, Aparicio Saravia.
Si nos detenemos un instante en estos hechos comprobaremos una nueva teoría de la relatividad; en este caso la relatividad del tiempo y la cultura: los cien años que separaron a Batlle de Viana, son mucho, muchísimo más largos que los cien años que nos separan a nosotros de Batlle.
No hace mucho (por haber editado un texto de escuela), tuve que revisar ilustraciones y noté con sorpresa que la ropa y las actitudes de la gente de principios del siglo veinte, eran absolutamente modernas. La famosa foto del sobretodo pudo haber sido sacada, en la mañana de hoy. El tiempo que llevó pasar del coloniaje a la república, de la barbarie a la civilización fue vertiginoso. El tiempo de la República existiendo como tal, viene siendo un tiempo lento; caminamos a un ritmo menor que la historia universal, por eso nos retrasamos. Hay pues, un antes largo previo a la época de Batlle; hay una innovación de fondo condensada en tres décadas batllistas y luego hay…hay una continuidad parsimoniosa, un vaivén con pocos cambios. Demasiado pocos cambios; y algunos para peor.
Hablé del Lejano Norte.
¿Y cómo era, por el 1800, el Cercano Sur, habitado por los orientales?
Era otro desierto menos absoluto que "La Sierra", pero era un cuasi desierto, muy primitivo.
Juan Bautista Alberdi decía mientras predicaba: "Gobernar es poblar":
-- Nuestra población se diluye en los campos, como un grano de carmín en las aguas del Paraná.
Los orientales de Artigas, eran muy pocos, cabían todos en un tramo de la Tribuna Olímpica del Estadio Centenario. El padrón del Éxodo del pueblo oriental no tiene margen de error, los emigrantes que marcharon en La Redota, fueron contados a la unidad.
Alberdi observó que estos campos no tenían gente; pero esa era una verdad meramente cuantitativa; perdonaba el fenómeno real más atroz: no solo eran pocos, sucedía desoladamente, que además de pocos, eran bárbaros; de otra manera que los indios, pero bárbaros..
La mayoría de los habitantes de la campaña oriental eran analfabetos. Y los pocos que sabían escribir, carecían de periódicos para conocer noticias y las opiniones y no tenían libros, porque muchos eran censurados por el sistema colonial y porque los paisanos se movían a caballo, un medio de transporte a la intemperie, reñido con el papel y las encuadernaciones. Tampoco se han hallado vestigios de anaqueles en las estancias cimarronas.
"La historia de la sensibilidad en el Uruguay", de Barrán es un estupendo libro por lo que dice y porque de paso, descubre una mina de información nunca explotada. El subtitulo de esa obra es: "La cultura bárbara." Muchos índices menores pero expresivos, dan cuenta de esa realidad despiadada. Son una denuncia de la distancia recorrida durante la época de Batlle.
Un hombre que vivía en Soriano presencia la agonía y la muerte de su padre a quien quería entrañablemente. Los restos de un padre tan digno no merecían descansar fuera del mejor campo santo. Entonces el muchacho echó mano al facón, descarnó el cadáver con toda prolijidad, cargó los huesos a la grupa del caballo y se vino a Montevideo para enterrarlos como Dios manda.
En 1811, dos paisanos desconocidos, Perico Viera, el bailarín y Benancio Benavides, se declararon partidarios de la Junta de Mayo y con treinta vecinos se adueñaron de Mercedes. Benavides salió con su grupo y tomó Soriano, el Colla, Colonia y San José. Prácticamente, tampoco en el sur de la Banda Oriental, había policía ni ejército que marcaran la presencia de la autoridad española.
Cada gaucho y cada propietario establecido con estancia, era dueño y señor de su destino y estaba librado a su fuerza. La reja de las pulperías habla por si misma, es un testimonio de lo que era un "saloon" en nuestra campaña.
En 1825, desembarcaron 33 hombres en la playa de la Agraciada y juntando compañeros, se adueñaron de todo el territorio. Se instalaron en Florida y proclamaron la independencia y, al mismo tiempo, la anexión a las Provincias Unidas; habían derrotado con su montonera amiga, al ejército portugués en dos oportunidades (en Rincón y Sarandí) debido a una razón muy sencilla: el ejército portugués no estaba; el ejército que había peleado junto a Wellington contra Napoleón, no vigilaba la campaña oriental (cisplatina, dirían los portugueses).
La presencia del Estado y sus atributos esenciales no existía a pocas leguas de Montevideo. En el interior, reinaba una anarquía más rústica que la anarquía que se ve en algunas películas de vaqueros, cuando se inicia la colonización del Far West.
En 1828, Frutos Rivera, sus seguidores y unos cuantos caciques, conquistaron las Misiones Orientales en veinte días y sin disparar un tiro
Todavía en 1870, cuatro décadas después de la independencia, Timoteo Aparicio desembarcó con 44 hombres y estableció una revolución rural durante dos años. A ese levantamiento se le llamó "la guerra de las lanzas", porque las fuerzas de Timoteo Aparicio, en su mayoría, estaban desprovistas de armas de fuego. Pero lo cierto es, que el gobierno con sede en Montevideo, se vio obligado a transar, haciendo grandes concesiones, con tal de recuperar el campo.
Hasta 1880 no hay en la campaña oriental, una fuerza eficiente que imponga la ley. No hay lo que Max Weber llama "violencia legal", que es un requisito sine qua non para la existencia del Estado, una de sus notas diferenciales con la anarquía. Un juez dicta sentencia y de inmediato ejerce "el imperio", que es su capacidad de hacer cumplir lo resuelto… por las buenas o por medio de la fuerza pública.
En 1830 entró a regir en los papeles, una Constitución de la República Oriental del Uruguay republicana y democrática. Pero ese principio de autoridad en régimen de libertad, obró como una maldición sobre los uruguayos. Hubo 71 levantamientos armados contra el poder constituido, entre 1830 y 1908.
Washington Lockhart los contó y refiere el nombre de cada uno: son 71 intentos de matar o morir por "razones", mejor dicho, por "pasiones" en torno a tal o cual caudillo. 71 intentos en 78 años.
Lo más extraordinario de este siglo de barbarie tribal es su comparación con los trescientos años anteriores, que van del descubrimiento de América hasta la revolución de la independencia. Del 1500 al 1800 nadie se levantó en armas en este vasto continente, contra el rey de España. Pudo haber rebeliones locales contra ciertos abusos, pero en ningún caso, una revolución organizada contra el poder del monarca. La monarquía era un sistema asimilado, entendido y respetado, venía de la alta edad media.
Los hechos demuestran que al empezar la República, no había en el Uruguay ningún republicano. Los caudillos no acataban el dictado de las normas vigentes. Dicho de otro modo: no había ideas republicanas hechas carne o espíritu, en la ciudadanía. El siglo de las luces fue el privilegio de un puñadito de doctores montevideanos, que estaban a merced del caudillaje.
Sobre ese bajorrelieve de guerra endémica es que Batlle, la generación del 900, edificará un tiempo nuevo.
Los remanentes de la barbarie son más potentes de lo que dice la historia en uso. La historia patria habla como si este país hubiera sido siempre Europa. Pero no. Aún ahora, en el Uruguay, basta rascar un poco y aparece un desaparecido.
Mi abuelo Salvatore, tocaba el clarinete en la banda del 5º de cazadores de Máximo Santos en el cuartel de Agraciada y Galicia. ¿Cazadores de qué? De vacas salvajes. ¡Ochenta años después de Javier de Viana… quedaban remanentes en el nombre de las cosas y en las reacciones de los hombres! La dictadura de Santos fue remanentemente implacable y terminó en un atentado contra el tirano.
A fines del siglo XIX, los inmigrantes franceses, italianos y españoles superaron en cantidad al total de la población uruguaya. Y esos inmigrantes, que llegan para hacerse la América (atraídos por la revolución de la lana que hacía del río de la Plata, algo así como Klondike), son portadores en muchos casos de una cultura más refinada. Un buen número de esos inmigrantes, sabe leer y escribir y muchos de ellos son masones, carbonarios, republicanos, garibaldinos, socialistas, anarquistas... ¡tienen ideas!
Sobre esta importación de gente mejor formada, obra en las nuevas generaciones la escuela vareliana, gratuita y obligatoria.
De esa masa crítica en formación y de la intelligentsia de Montevideo que desde la colonia no cesó de dar intelectuales de valor, surgirá la monumental generación del novecientos, que transformó al Uruguay.
Hubo artistas y pensadores: Zorrilla de San Martín, Herrera y Reissig, Ernesto Herrera, Florencio Sánchez, Delmira Agustini, María Eugenia Vaz Ferreira
José Enrique Rodó, Horacio Quiroga, Carlos Vaz Ferreira: un compositor, Eduardo Fabini. Médicos: Morquio, Navarro, Ricaldoni, Soca. Pintores : Sáenz, Figari, Torres García.
Junto a ellos políticos como Domingo Arena, L. A. de Herrera, Eduardo Acevedo Díaz, Emilio Frugoni; la lista es muy larga y muy brillante.
De esta multitud de intelectuales, de esa notable generación sale una mentalidad nueva. Batlle fue el buen conductor de esa corriente, unificó en un modelo , el arte, la ciencia, la política; le dio sentido a tanto fervor creativo. Ortega y Gasset dice que la cultura es rebotante. Y así fue; hubo un hervidero, micro ondas. Y Batlle fue el común denominador de ese tiempo, el común dominador, el que le dio color y acción a esa preciosa actividad de grandes individualidades; las coordinó, las toleró y las dejó hacer; por eso hubo una época.
Se dio en ese momento un cansancio de la violencia y la brutalidad. Diría que se revisó la historia de cabo a rabo y de esa revisión salieron blancos y colorados que seguían siendo blancos y colorados, pero de otra manera.
Elijo un autor del novecientos para leer un par de frases; fue el gran opositor a Batlle y fue el gran colaborador de Batlle, porque contribuyó a imponer la filosofía del nuevo tiempo.
En 1901, dos años antes de la primera presidencia de Batlle, Luis Alberto de Herrera, siendo un muchacho de veinte y pocos años, publicó, un hermoso libro, "La patria Charrúa", donde dice:
-- "Blancos y colorados, han sido actores en sucesos épicos unas veces, (deprimentes, otras), turnándose en el error y en la pureza.
Conviene repetir esta verdad cruda.
Una verdad que repudiamos los que solo alentamos el fanatismo de los principios.
La complicidad inmerecida en elogios y vulgares diatribas, resulta incómoda para quienes sueñan para su país con una era de positivas prosperidades y de verdadera concordia."
"Peco de insistente en estas reflexiones elementales porque en nuestro país, donde tanto priman las pasiones fuertes y los sectarismos atávicos, es necesario hacer cartilla, para la difusión de ideas morigeradas."
Herrera era un hombre del siglo XX y no de las patriadas que tanto admiraba y no quería. Del mismo modo, Batlle fue un fanático de la legalidad, un republicano. Ejerció el poder y fue un hombre duro que supo ser comprensivo; fue como un buen un padre. Cobijó a todos.
El grado de evolución de una sociedad se mide por la paz y la paz se mide por el respeto recíproco. En el 900, los uruguayos aprendieron que cada uno de ellos valía mucho, fuera quien fuera, adversario o no. Valía por sus méritos y sus virtudes y valía por el solo hecho de ser persona.
Nació entonces una conciencia social, nació entre nosotros la legislación del trabajo. En esta materia, tan conocida, se hizo más, en 30 años, que en todo el resto de la historia del Uruguay. No voy a insistir detallando las leyes famosas que todos conocemos.
Pero en esas leyes no estuvo todo. A la legislación laboral, la época de Batlle, en su reacción contra el desprecio anterior, agregó un humanismo adquirido, una segunda legislación que yo llamaría "la legislación de la piedad."
Implica mucho menos que el derecho laboral vigente, pero significa mucho más para entender el sentimiento, la conmiseración de los hombres del 900.
Es un aspecto paralelo a la política. Prohombres de una u otra orientación, coincidieron en la ternura. No hay otra manera de nombrar el fenómeno que provocó la bonhomía de don Pepe Batlle.
Fue el reverso de proceder a matar o morir. Al mismo tiempo que se separaron la Iglesia Católica del Estado de la manera más radical, esos mismos jacobinos (blancos, colorados socialistas, anarcos) aplicaron a fondo los principios cristianos del amor al prójimo, dulcificaron las costumbres, tuvieron una percepción del otro, llevada a límites de gran delicadeza.
Enumero 7 ejemplos, algunos muy asombrosos:
- Se aprobó la llamada "La ley de la silla" que impuso la obligación de dotar a los ambientes donde trabajaran mujeres del número de asientos suficientes, para que todas las trabajadoras pudieran sentarse durante su jornada.
Observé en EEUU que en los supermercados, las cajeras trabajan de pie durante todo el horario. El principio considerado se mantiene y se extiende entre nosotros: en los autobuses uruguayos hay un asiento reservado para el guarda. En los ascensores hay un banquillo para la ascensorista o el ascensorista.
- Fueron prohibidos por ley los espectáculos basados en la crueldad ejercida sobre animales. Quedaron prohibidas las corridas de toros, el tiro a la paloma, las riñas de gallos… Por un buen tiempo, el boxeo fue mala palabra.
- Se distendió la violencia doméstica, estableciendo el divorcio a favor de la parte más débil: hubo divorcio por sola voluntad de la mujer, que así pudo liberarse.
- Fue suprimida la pena de muerte, un avance que aún no pudo imponerse en todo el mundo. En ese mismo sentido se estableció la posibilidad de la libertad condicional, para suavizar la dureza de las sentencias judiciales.
- Se estableció en la Constitución y rige en nuestra política exterior el arbitraje obligatorio, sin excepciones, para distender los conflictos internacionales.
- Se creó una asignación universal: las pensiones a la vejez, que no se otorgan en virtud de los aportes a la seguridad social, sino por el mero hecho de residir en el Uruguay, haber cumplido los 65 años, y no tener recursos.
- Se creó una segunda asignación universal: todos los habitantes del país, faltos de recursos, quedaron habilitados para exigirle al Estado, los alimentos necesarios o un techo bajo el cual abrigarse; lo que dio en llamarse: el derecho a los medios de vida.
La reacción después de un siglo de barbarie, fue un relámpago de fe en la República (la igualdad y la legalidad) y una contemplación por la condición humana (la fraternidad); el lado del triángulo que la revolución francesa no llegó nunca a concretar.
Estas son marcas uruguayas que dejó la época de Batlle y que perduran vivas en la gente.
Medio siglo después, mientras padecíamos la última dictadura militar, un plebiscito demostró que la mayoría de los ciudadanos estaba en contra del régimen. Entonces, la dictadura inició espontáneamente, un proceso para volver al Estado de derecho. Sin que mediara violencia, los militares negociaron y entregaron el poder no por vencidos, sino por convencidos.
Demás está decir que el respeto a las mayorías, el principio rector de la democracia, es un hecho irracional. Depende de la concepción del mundo que cada uno tenga.
No es un modo de pensar lógico, como quien piensa que dos y dos son cuatro. El hecho de aceptar que la mayoría ejerza la soberanía; es un modo de la convicción, una respuesta determinada por la formación de cada uno, es una moral, algo que compromete la personalidad, sin necesidad de explicaciones.
Por eso dije al empezar, que Batlle había hecho época.
Batlle fue el más grande educador; educó cambiando el fuero íntimo de la gente, innovó en la ordenación de los valores, modificó el ser nacional, que es la única manera de cambiar los países.
Batlle hizo gente nueva.
La patria no es otra cosa que un conjunto de afectos y de rechazos compartidos. Y es en ese fondo misterioso donde Batlle sigue presente. En lo que amamos y en lo que no admitimos, con tal fuerza, que nos va la vida en eso.
Muchas gracias.
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