Año III - Nº 115 - Uruguay, 28 de enero del 2005

 

 

 

 
Contacto en Francia
por Javier García

Estos acuerdos (Vázquez-Sanguinetti) para aislar al Partido Nacional y ponerlo en posiciones de contestación y no de iniciativa, no son nuevos.

Quedarse en lo superficial, que es la diferencia coyuntural por el nombramiento de un embajador, es restarle importancia o no entender la que tiene el episodio.

El designado y su aceptación, a pesar del conocimiento que éste tiene de la postura que el Directorio de su propio Partido tiene en la materia, no es lo central. Es claro que la larga trayectoria que el diplomático tiene por sendas de distintos gobiernos y su transitar por los círculos políticos hacen que sepa las consecuencias de su decisión y cómo ella afecta al Partido que integra, o integraba; el doctor sabrá. Otorgar tanta importancia a las personas suele ser, en episodios políticos, sólo lo adjetivo. Atrás de esto hay cosas más profundas, que hacen, ellas sí, a problemas latentes y a actitudes a tener en cuenta.

Es claro que la decisión de nombrar al Dr. Gros en Francia fue hecha en forma personal por el presidente electo. Es normal que esta sea su conducta. El pobre Gargano no tiene ni idea de lo que Vázquez decide en materia internacional y habitualmente cuando se le consulta sobre estos temas o debe inventar, o entra en declaraciones que dejan a las claras que el presidente le cobrará con indiferencia que haya presionado tanto para ocupar la cancillería. Alcanza para graficar esto ver cómo el propio Vázquez realizó su primera visita internacional a un mandatario vecino, Kirchner, y se hizo acompañar sólo por su secretario particular, dejando afuera expresamente a su futuro canciller. La embajada en Francia sin ser de los destinos políticamente más importantes para Uruguay, no deja de tener cierto realce. Y Vázquez eligió esta circunstancia y la seguridad de que el ofrecimiento iba a ser aceptado rápidamente para provocar, expresamente, una diferencia que profundiza su intención de distanciarse del Partido Nacional.

Desde el inicio de su gestión el presidente electo ha diseñado una estrategia de aislamiento sobre el nacionalismo. Su razonamiento pareciera ser que teniendo en cuenta la votación blanca de octubre se impone restarle decibeles y desgastar a los únicos que pueden establecerse como alternativa de gobierno futuro. Para ello no hay como introducirle debates internos y chicanas políticas que pretenden erosionar su imagen.

Esto sólo se puede hacer si al mismo tiempo se inventa a alguien que pueda ocupar, aunque ficticiamente, el papel de contraparte, aunque su peso político sea muy menor. Vamos a inflar a Sanguinetti y al Partido Colorado, y a desinflar a los blancos, es la consigna. Para que esto sea verdad, además, debe haber aceptaciones recíprocas, es decir que el ex presidente colorado y el futuro mandatario deben estar de acuerdo en ocupar cada uno el papel que les corresponde en esta opereta. Sería ingenuo creerse que quienes hace apenas tres meses se agraviaban hasta el límite de la acusación moral, hablando de asesinatos por un lado y corrupción por otro, puedan hoy abrazarse y aceptarse entre sonrisas, salvo que la política haya llegado ya al colmo de la hipocresía, que la hay pero no hasta este extremo.

A los blancos, Vázquez les pide acuerdos programáticos en el aire, y a Sanguinetti le acepta una propuesta hecha para relanzarlo políticamente. Como si ello no alcanzara, ubica a dos colorados en puestos claves del área económica, DGI y Aduanas.

Estos acuerdos para aislar al Partido Nacional y ponerlo en posiciones de contestación y no de iniciativa, no son nuevos. Son apenas una reedición, con los mismos protagonistas aunque en diferentes roles, de lo que ya sucedió en la salida de la dictadura. El club Naval fue eso, un acuerdo de aislamiento a los blancos hecho por estos mismos sectores.

Los actores de reparto utilizados para estos fines no son lo trascendente, sino los fines mismos, y el alerta que hay que tener. El tándem Vázquez-Sanguinetti asegura que no "cambiemos".