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Las dictaduras electivas
por Hana Fischer
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La estrecha conexión entre la autonomía económica de los individuos, los mercados libres y el comercio internacional con el respeto por los derechos humanos y la democracia es algo no del todo comprendido. Por ese analfabetismo cultural surgen muchos de los males que azotan a la gente.
Es creencia generalizada que la globalización es algo nuevo, característico de nuestros tiempos. Craso error. La humanidad ha conocido varios periodos de “mundialización” y cada uno de ellos dejó algo valioso para las generaciones venideras.
En el mundo antiguo encontramos el ejemplo de Grecia. Alrededor del siglo VII a.C., la península griega comenzó a desarrollar su comercio marítimo y fundó colonias por todo el mundo conocido de la época. A raíz de ese vertiginoso desarrollo económico surgió una nueva clase social, la de los mercaderes y navegantes, quienes entraron en conflicto con la antigua aristocracia guerrera. Ese fue el origen de la democracia griega y, asimismo, surgieron las ideas de los derechos naturales, desarrolladas por los estoicos.
Una nueva oleada de globalización ocurrió en la Edad Media, con "Las Cruzadas" europeas hacia Jerusalén. Ellas hicieron posible el surgimiento de la burguesía en Flandes y en las ciudades-puertos de la Italia septentrional. Sus clases mercantiles e industriales fueron las que iniciaron las luchas por la libertad. Se aliaron con los reyes, que en ese momento eran débiles políticamente, para obtener la prerrogativa de autogobernarse dentro de sus urbes; o sea, el derecho a no dejarse explotar por leyes e impuestos desmesurados de los señores feudales. Esos ciudadanos les pagaron a los monarcas para que sus ciudades fueran libres. En un principio fueron privilegios “comprados”, pero con el correr del tiempo, las ideas de la libertad y del estado de derecho se fueron popularizando.
También hubo una globalización durante el siglo XIX y hasta la Primera Guerra Mundial. La consecuencia fue una época de gran prosperidad global que se tradujo en menos guerras y la instauración de democracias liberales en gran parte del mundo Occidental. Para América Latina significó romper con los lazos que la amarraban al imperio español.
Para desgracia de los latinoamericanos, sus élites políticas nunca llegaron a comprender cabalmente cuál era el origen de los males y las causas de tanta injusticia. No lo percibieron o no lo quisieron entender, para beneficiarse ellos mismos. Lo cierto es que luego de nuestras respectivas independencias, los habitantes pasaron a disfrutar de lo que Juan Bautista Alberdi (1810-84) llamó “la libertad florida”. Es decir, de la “poesía” emanada de los discursos políticos, pero en la práctica seguimos sufriendo de limitada libertad. Lo que cambió fueron los esquilmadores.
Los monarcas españoles consideraban que el Estado era un medio de enriquecimiento. Los derechos, especialmente los económicos, eran otorgados como privilegios a ciertos sectores. Los fundamentos del sistema era un intercambio: prerrogativas económicas y regalías a cambio de apoyo político. Era un sistema autoritario y personalizado; uno que no estaba basado en el reconocimiento de derechos inalienables garantizados por jueces independientes. Exactamente el régimen que sigue siendo característico en estas tierras.
El escritor Fareed Zakaria observa que las democracias pobres del mundo son democracias no liberales. Es decir, regímenes políticos en los cuales no están claramente establecidas las libertades individuales, salvo la de elegir a los gobernantes.
La libertad económica fortalece a la sociedad civil porque crea un contexto en el que pueden existir organizaciones de todo tipo, sin tener que depender del Estado. Pero en Latinoamérica, la democracia está tan degradada que el “voto” sirve generalmente para “elegir” al déspota de turno. Y, últimamente, hasta se está intentando utilizar el voto para “legitimar” dictaduras vitalicias.
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