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Año V Nro. 279 - Uruguay,  28 de marzo del 2008   
 

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Una vuelta más de tuerca a la decadencia
por Pablo M. Leclercq

 
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         Como en el primer período del gobierno peronista, hace seis décadas, el crecimiento económico actual está ocultando la creación de las condiciones que consolidarán la continuidad de nuestra decadencia económica como nación, iniciada precisamente en ese período. Aunque salvando las distancias del tiempo transcurrido, las estrategias y tácticas políticas en lo económico muestran una gran similitud, verificándose aquella premonitora “boutade” de Borges sobre el peronismo. ¡Es incorregible!

         En relación a las retenciones agropecuarias y a la rebelión de los productores, no se discute la necesidad de generar mecanismos e instrumentos que permitan reorientar los excedentes que generan los excepcionales altos precios de los commodities, utilizando las exportaciones en favor del crecimiento equilibrado de la economía y sus fundamentos sociales.

         Sólo se trata de cómo hacerlo para no generar distorsiones que terminen sumiendo al país en procesos de decadencia interminables, donde los más dañados terminan siendo esos mismos fundamentos sociales en los que se pretenden justificar estos errores, como ya nos sucedió a partir del 46/55.

         Para entender lo que queremos presentar en esta nota tomemos un ejemplo cualquiera. El ejido de un pueblo como el de Lincoln en la Provincia de Buenos Aires que genera un excedente en retenciones agropecuarias del orden de los 80 a los 100 millones de dólares por año. Sin embargo los vecinos tienen que recurrir a la organización de rifas para recaudar 15.000 dólares que les permitan reparar y pintar una de las escuelas del pueblo, además de padecer del deterioro de sus rutas, de su ferrocarril y del éxodo de sus jóvenes que no encuentran horizontes donde nacieron. Este episodio, tomado al voleo, multiplicado por los centenares de pueblos de la pampa húmeda y otras zonas agropecuarias del interior, es lo que explica la verdadera raíz del enérgico descontento de los hombres del campo, más claro quedaría llamarlos los hombres del interior, que ninguna relación tienen con los supuestos intereses de los grandes fondos de siembra ni los de los grandes terratenientes, sino con los más genuinos derechos y aspiraciones del añorado país federal poblado en toda su extensión y no amontonado y desempleado en las villas miseria del conurbano para beneficio del poder.

         Lo peor de este gobierno no es, como tantas veces se ha dicho en estos últimos años, no saber aprovechar la extraordinaria oportunidad que nos está ofreciendo la coyuntura mundial, sino estar produciendo distorsiones en nuestra estructura económica cuya corrección va a requerir el tiempo de varias generaciones.

         En este sentido este gobierno está emulando y empeorando lo peor del peronismo del 46 al 55, que inaugura el largo proceso de decadencia económica con que la Argentina, a la sazón uno de los países más importantes del mundo, hoy no reviste interés ni para una visita de cortesía de Condoleza Rice en su gira por el Cono Sur. Al menos aquel peronismo, aunque a un costo que la historia demostró injustificado, despertó la conciencia social e incorporó la clase obrera al quehacer nacional. Canadá, Australia y Nueva Zelanda, países similares al nuestro en la primera mitad del siglo XX, no necesitaron pagar ese costo para obtener mucho mejores resultados en esa materia.

Irracional transferencia de recursos

         La síntesis de esa política fue la irracional transferencia de recursos del productor agropecuario al gobierno central para ser usados en reforzar su poder político y clientelar. El impuesto a las ganancias se coparticipa a las provincias. Las retenciones no. El objetivo de concentrar poder desplazó recursos y población a la zona metropolitana a partir del 46 y creó las condiciones de un desarrollo industrial protegido, escuálido, no competitivo, sin capacidad de generar los excedentes exportables que le permitieran hacerse autónomo de las dádivas de los gobiernos. Pero cumplió su objetivo de servir a la concentración del poder político al constituirse en cortesano e incapaz de cumplir el rol de contrabalance del poder.

         Cuando a fines del siglo XIX los fabulosos excedentes de la producción agropecuaria transformaron en pocas décadas a la Argentina en uno de los países más importantes del mundo, esto se dio porque la generación del 80 supo aplicar esos excedentes a una descomunal inversión en la infraestructura ferroviaria, portuaria, educativa y comunicacional en un territorio vacío que en pocos años vio nacer centenares de pueblos y ciudades en toda la extensión de la pampa húmeda con una intensidad como difícilmente haya sucedido en la historia universal, salvo en los EEUU con los que nos comparábamos.

         El sistema de precios de mercado, y un sistema impositivo no distorsivo deben constituirse en los ejes de cualquier proyecto de desarrollo sustentable, en particular cuando los precios internacionales muestran una tendencia estructural, como sucede actualmente.

         Eso estimula la aplicación de recursos en aquellos sectores más competitivos, en un círculo virtuoso donde esos mayores recursos tiendan a seguir aumentando la competitividad externa y no a retrogradarla como sucede ahora.

Producción y exportación

         Toda política de desarrollo sólida debe estar sustentada no en el concepto de exportar saldos, que deben servir al consumo interno, sino que toda producción que pueda ser exportada, debe ser exportada. Esto permite cubrir las necesidades internas de consumo no abastecidas con importaciones, que se pagan con los excedentes de la balanza comercial que genera esa política agresiva de exportaciones competitivas. Por supuesto que no todo ese excedente debe ir al consumo, como está sucediendo en los últimos cuatro años en la Argentina, sino que gran parte debe transformarse en ahorro interno que provea las necesidades de la inversión pública en infraestructura económica y social del interior del país, que es el que proporciona la producción exportable, y de la inversión privada estimulada por la cadena de valor que tiene su primer eslabón en aquellos sectores como los granos, la carne y otros productos agropecuarios de extraordinaria competitividad internacional. Para ello hay que elegir las políticas y los instrumentos adecuados que no son precisamente los que está eligiendo este Gobierno.

         Esta ha sido la base de los mejores ejemplos de desarrollo de aquellos países cuya población limitada no llegaba a constituir un espacio económico autónomo en sus mercados internos reducidos.

         De esta manera mejora la calidad de vida de la población por tres vías: 1) mejora la calidad de los productos disponibles para el consumo de la población con las importaciones, 2) se genera empleo en el sector de los servicios que demanda el comercio internacional en mayor medida y solidez que el empleo que produciría una industria subsidiada, débil y limitada al mercado interno, 3) se optimiza la selección de las industrias a desarrollar en el país a través de la mejor conformación de la función de producción estimulada por un sistema de precios sin distorsiones, el mayor ahorro interno producto de los excepcionales precios de los commodities y el efecto demostración tecnológica de los nuevos consumos de bienes importados para un mercado consumidor interno exigente a disposición de los empresarios nacionales.

         No obstante, este Gobierno condensa los peores errores de nuestra historia económica lo que por otra parte no sorprende por cuanto su preocupación coincide con la de aquellos gobiernos que los cometieron. Esto es, concentrar poder político a través de la caja que permite un esquema distorsionado de ingresos a favor del gobierno que usa sus excedentes para manejar gobernadores, intendentes y clientela política que se recluta más fácilmente en el pobrerío suburbano.

         Los excedentes deben ser usados en reforzar el esquema que los produce, tal como sucedió en el proyecto de la generación del 80, y no en matarlo, tal como sucedió a partir del 46 cuando se inicia nuestra demi-secular decadencia.

         En defensa de esta política se ha recurrido al ejemplo del Ministro de economía Krieger Vasena en 1967, cuando, luego de una fuerte devaluación, se aplicaron retenciones. Lo que no se dice es que su redistribución al interior se hizo a través de impuestos coparticipables reforzados por el Fondo de Integración Territorial que permitió construir gran parte de la infraestructura vial del país, en particular en la Patagonia. No es lo que está haciendo este Gobierno y no vale la comparación.

         El deterioro económico estructural no se agota en las consideraciones económicas medibles como las señaladas, sino también en lo que se conoce como capital social intangible como lo es el de la confianza. El falseamiento de las estadísticas del INDEC no permite confiar en ninguno de los datos que proporciona el gobierno, no solamente en los índices inflacionarios, sino tampoco en los de empleo y de pobreza. Muchas estimaciones no oficiales aprecian que la pobreza aumentó.

         Como se puede ver, no compartimos la opinión bastante generalizada de que con este gobierno, aunque muchas cosas anden mal, la economía va bien. Esto no es cierto, la economía también va muy mal, pero lo peor es que cuando el país lo aprecie en la próxima crisis, que quizás le toque al próximo gobierno, esta misma opinión, como en la tragedia griega, asigne las causas a razones distintas y como sociedad sigamos añorando el peronismo porque, supuestamente, “asegura gobernabilidad y buenos resultados económicos”, sin aprender de los errores.


Fuente: Fundación Futuro Argentino
 
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