Peligros de la polarización política
	por Marcelo Ostria Trigo (Perfil)

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            La política en Bolivia, siempre ha sido un tema de gran interés y preocupación general. Esto se hace más notorio en tiempos de crisis o cuando las posiciones se polarizan, dejando al centro político –que siempre se ve como producto del equilibrio y la prudencia– cada vez más reducido, lo que da paso a los extremos.

            En la historia boliviana esos momentos de polarización extrema se sucedieron dando paso a desenlaces dramáticos. Estos son los más recientes: la revolución del 21 de julio de 1946 que derrocó al gobierno del Movimiento Nacionalista Revolucionario (MNR) con participación militar, que impuso un régimen sectario y de fuerza; la revolución del MNR del 9 de abril de 1952, que con inmenso apoyo popular, derrotó en las calles a un gobierno militar por haberle escamoteado el triunfo electoral de 1950; la revolución del general René Barrientos Ortuño del 4 de noviembre de 1964 que derrocó al MNR que, pese a proclamar la alianza de clases, las enfrentó, produciendo una esperada reacción; la revolución del general Hugo Banzer Suárez el 21 de agosto de 1971 que derrocó al régimen izquierdista de facto de otro militar, el general Juan José Torres que intentó instaurar un régimen radical; y, últimamente, en octubre de 2003, el alzamiento en las ciudades de El Alto y La Paz, que derrocó al presidente Gonzalo Sánchez de Lozada que se desentendió del sentimiento popular que le llevo a ocupar el primer lugar en las elecciones de 2002.

            Las víctimas, entre muertos y heridos en estos enfrentamientos fratricidas, a las que hay que agregar las de la guerra civil de 1949, la “Noche de San Juan”, las de la resistencia al golpe del Gral. Natusch Busch en 1979, las de la “Guerra del Agua” en Cochabamba, suman muchos miles, aunque parece que nunca se sabrá cuántos fueron en realidad.

            Se debe considerar, recordando situaciones que precedieron a los enfrentamientos, que estos sucesos de violencia extrema, fueron corolario de las profundas divisiones, de la intolerancia, de la soberbia y de la exclusión de los que tienen una visión distinta a la de los oficialistas.

            Es posible afirmar que hoy, como en el pasado, hay obstinación del populismo en predominar a cualquier costo. En resumen, se abandonan los caminos que ofrece la democracia. Como la experiencia no es una virtud que prevalece, el Movimiento al Socialismo de Evo Morales, se toma en serio lo de “dividir para reinar”. En su afán de predominio eterno, llega a la proposición disparatada e imprudente de que la nueva constitución consagre, al estilo de Hugo Chávez, la posibilidad de reelección indefinida del Presidente de la República. Esto, sin  duda, significa una grave provocación. Y es, a la vez, una clara muestra de que el actual gobierno populista apunta a la autocracia, así sea destruyendo instituciones, violando leyes y terminando con la democracia que comenzaba a caminar en Bolivia.

            El método es el mismo: polarizar, lo que, como se ha visto en la historia boliviana, supone enfrentamientos. No se diga que se ofrece a la ciudadanía la opción de reelegir o no a los presidentes cuantas veces lo quiera la mayoría, ya que aquí, en Bolivia –como también ya se ha visto en estos casi nueve años en Venezuela– no sucede así: el caballo del comisario gana siempre. Pero no impunemente, lo que también históricamente tiene precedentes dramáticos en la política boliviana.

            No es prudente ni sensata esa política de polarización e imposición. Las mayorías nunca son permanentes, cambian frecuentemente. Y siempre habrá reacciones ante la pretensión de imponer un modelo. Una muestra: la viril reacción cruceña, cuando las fuerzas militares combinadas “ocuparon” el aeropuerto de Viru Viru.