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El pendenciero
por Marcelo Ostria Trigo (Perfil)
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Pendencia, según la Real Academia de la Lengua, es contienda, riña de palabras o de obras. El proclive a esto es un pendenciero. La palabreja suena bien, es eufónica, redonda, enormemente descriptiva.
El mundo, está lleno de pendencieros. Van, desde los granujillas callejeros, hasta encumbrados señores y políticos de reciente notoriedad. Esto, quizá, tenga que ver, por lo menos en nuestro país, con viejos resentimientos. El pendenciero está en su estado natural cuando quiere prevalecer a toda costa y, entonces, se muestra corajudo, agresivo e insultante. Lo malo es que la pendencia no se limita a la palabra, sino que, lamentablemente, alienta la violencia y, por supuesto, al enfrentamiento, lo que ya es cosa más seria.
El pendenciero público que está investido de poder temporal, casi siempre es locuaz, deslenguado, abusivo y mentiroso. Usa la grandilocuencia para enfervorizar a masas ignaras, felices por las “valientes” arengas contra todo y contra todos. Y la mentira está siempre al acecho para justificar lo injustificable, para descalificar a todo y a todos los que no concuerden con el pensamiento de los pendencieros, especialmente en el poder. Y, ¡uy!, cómo se pone de manifiesto este afán de pendencia, cuando el autor es un parlamentario que lanza ataques y ostenta habilidades escondidas para insultar y mentir, con dudoso donaire y gracia, sonriendo socarronamente, por su “valiente defensa” casi siempre de lo indefendible.
El pendenciero miente con desparpajo, no lo hace con el cálculo del mentiroso científico o del que elabora la falsía cuidadosamente. Más bien apela a un recurso burdo, altisonante, exagerado y, por tanto, sin vergüenza para atacar, ofender, injuriar, calumniar… Los hay aquellos que creen que están siguiendo –y esperan los réditos de esta conducta– aquello de “miente, miente, que algo queda”.
Las características del pendenciero no le alcanzan para constituirse en un dictador brutal o en un hábil autócrata, sino más bien para continuar en la desesperación por la figuración, persiguiendo el aplauso fácil, antes que crear una estructura coherente de poder. El pendenciero, frecuentemente es, por ello, un exponente de lo que llamamos populismo, por supuesto el barato e insustancial. Pero no es menos peligroso, porque hay que temer más al estúpido que al malo. Es que los de esta clase de obtusos creen en sus propias mentiras. Y, como esto también es resultado de la ignorancia, la cosa ya se convierte en un terrorífico cuadro en el que la sola intención puede quedar corta, y desencadenar la tragedia.
El pendenciero es audaz. Pretende jugar papeles imposibles para él. Imita a guerreros como Napoleón y Bolívar, a pacifistas como Mahatma Gandhi y la Madre Teresa, a estadistas como Winston Churchill y George Washington, a teóricos como Jacques Maritain y Karl Marx, a intrigantes como Grigori Rasputín y Joseph Fouche, es decir a cuanto personaje se destacó en la historia por su coraje, virtud, bondad, inteligencia, creatividad y aún astucia y maldad, ya que, aun en su estolidez, sabe que todo esto es parte de sus carencias. ¡Ay pendencieros! cómo se ceban en los ingenuos, y cuanto dolor pueden causar. Todo por una deformación mental, que lleva a la pendencia sin destino ya que frecuentemente se vuelca contra el propio pendenciero.
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