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Crisis, engaño e imagen internacional
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por Marcelo Ostria Trigo (Perfil)
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¿Habrá alguien que dude que la República está sufriendo una crisis generalizada? Posiblemente no, porque cuanto más se la esconde, hay más indicadores que la confirman. Es tan profunda que es inocultable.
Estas son unas pocas muestras:
> Políticas erráticas, caprichosas y diseñadas para la prebenda que se manifiesta en el reparto del presidente de cheques girados por la Embajada de Venezuela en franca labor de campaña política.
> Creciente inflación, cuando los ingresos se han incrementado varias veces por las exportaciones de gas al Brasil y a la Argentina.
> Violencia recurrente con víctimas en diversas regiones de la Nación por la prepotencia oficial, la provocación y la constante búsqueda del enfrentamiento.
> Deterioro del Estado de Derecho, por la violación de los derechos y garantías a la inversión, a la propiedad, a la actividad productiva, al régimen de autonomía en los departamentos en que los ciudadanos la han elegido como un instrumento para el desarrollo y para el ejercicio de sus capacidades.
> Conducta avasallante de las actuales autoridades que se cobijan en la temporal impunidad les da el actual gobierno.
> Sumisión a un déspota extranjero, poniendo en duda nuestra capacidad de gobernarnos.
> Soberbia. Los gobernantes actuales parece que creen que pueden indefinidamente “sembrar nabos en las espaldas del pueblo”, y se empecinan en aprobar, en cuarteles o campos de coca, una constitución espuria, antijurídica y francamente orientada a legalizar una autocracia afanada en perpetuarse.
Y lo insólito: los oficialistas actúan como si después de casi dos años de disparates, conservaran intacta la adhesión mayoritaria de la ciudadanía. Y lo peor: pretenden que su modelo populista, basado en un indigenismo sectario, debe ser ejemplo aplaudido en el exterior y que nadie, fuera de nuestras fronteras, se ha dado cuenta de los yerros, excesos, abusos y la violencia que ha desatado el gobierno.
No. No es así. Hay preocupación en nuestros vecinos y en otros países. Saben del sectarismo oficial boliviano, de la violencia, de la ilegalidad generalizada y de los aprestos autócratas de capturar todos los espacios de la actividad pública y privada del país. Para cualquier país siempre es motivo de alarma, tener vecinos dominados por la violencia fraticida, la pobreza extrema y la corrupción.
Tampoco es atractivo ser vecinos de un país que se empeña en imponer modelos anacrónicos, y en el que hay sectores que ensalza el anacronismo como la pretendida “justicia originaria” que es una expresión de anticuada barbarie.
La ceguera del poder ha llegado a los más altos niveles del oficialismo. Sus exponentes no están en condiciones, en alarde de soberbia en algunos casos, e ignorancia en otros, de reconocer que en el exterior nos observan con preocupación. Cómo van a advertir el deterioro de la imagen del gobierno y del país, con un cuerpo diplomático ignaro, improvisado y sectario, más preocupado en mantener prerrogativas que en informar verazmente que no hay buen ambiente para un gobierno que se debate entre la improvisación y el sectarismo.
Estamos encaminados a consagrarnos como un mal ejemplo internacional. Estamos acompañando a autócratas y tiranos.
Todo indica que los dirigentes del Movimiento al Socialismo, y el mismo presidente y su entorno, de tanto repetir estos disparates, ya creen que sus propias mentiras son ciertas, y no solamente como un método de engaño consciente y para ocultar esta crisis preocupante. Estos personajes lo hacen con tal empeño que ya ponen en duda que el equilibrio sea su distintivo.
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