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Año IV - Nº 260
Uruguay,  16 de noviembre del 2007
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Los verdaderos partidos

por Carlos Quijano
Recopilación: Pedro Hernández
 
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            Estas reflexiones que, por cierto, están muy lejos de ser originales, se vinculan, aunque parezcan traídas por los pelos, con los artículos que en las últimas semanas hemos escrito sobre la llamada unión de las izquierdas. Aspira a ser una especie de colofón de los mismos.

            Las premisas fueron: los grandes partidos vacíos de contenido y paralizados por el caos son incapaces de gobernar; hay que crear o empezar a crear una fuerza de reemplazo. ¿Cómo crearla? Ya hemos dicho que los procedimientos adoptados no nos parecen aceptables.

            ¿Para qué crearla? Antes hemos tratado, y ahora volvemos a intentarlo en este artículo, dar respuesta a la interrogación. ¿Para qué? Para conseguir la liberación del país. Más aún, para hacer el país. Para que el país sea. Todos los sueños de justicia, todas las generosas aspiraciones de un mayor y más difundido bienestar, están destinados al fracaso, a ser expresiones retóricas o despreciables chácharas demagógicas, si no comenzamos por comprender y hacer comprender que la inmediata tarea sólo nos acarreará “sangre, sudor y lágrimas”; que nos esperan trabajo y pena; que la revolución necesaria no es una revolución para el reparto; que no habrá mejor y más producción sin distribución más justa; pero también, que no puede haber mejor distribución si no hay mayor producción. En el proceso económico real, no existen milagros. Las palabras no cuentan. Los demagogos no influyen. Las promesas falaces se las lleva el viento.

            Hacerle concebir ilusiones a las gentes es mentirles y conspirar, en definitiva, por generosa que sea la intención, contra la difícil empresa liberadora.  Signo de madurez, que las masas trabajadoras, los productores auténticos, lo sepan. Encaradas así las cosas, las clásicas denominaciones de izquierda y derechas sólo se justifican, por la necesidad de simplificar, de definir, de esquematizar.

            La fuerza de reemplazo que el país reclama y que a medida que el proceso de pauperización, descapitalización e injusticia se acentúe, reclamará más y más, escapa a los esquemas tradicionales, a las simplistas  divisiones. Sólo hay dos partidos; uno de avance y otro de “inmovilismo”; uno de progreso y otro de reacción.

            No nos esperan años de facilidad; sino años de tremendas dificultades.

            El fin último de 1a economía es el hombre y no la producción; pero la liberación de aquél está ligada, dentro de lo que este mundo permite, a la abundancia y mejoría de la segunda.

            Sacrificar la inversión al consumo, es sacrificar, en verdad, la producción y detener la marcha hacia una más completa justicia. Es comprometer el porvenir, para lograr momentáneas satisfacciones presentes. La doble tarea de una “Izquierda” auténticamente revolucionaria tendrá que estar, pues, dirigida a combatir la facilidad hoy y a darle a las masas la esperanza y la seguridad de que la pena presente, servirá  para mejorar la condición de todos, la de los propios hijos. Que no se trabajará más y se tendrá acaso menos, para beneficio de unos pocos, sino para beneficio común. Como lo dice Baran en las líneas que sirven de acápite a esta nota.

            Para poder exigir a las gentes hay que darles certeza, la convicción, de que el sacrificio propio no beneficiará a los ajenos. Y certeza semejante, sólo puede ofrecerse si el régimen y las estructuras cambian.

 
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