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¿Un delito punible?
por Michael S. Castleton-Bridger
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Me ha llenado de asombro el revuelo que se ha creado alrededor de la reventa de entradas para los espectáculos de carnaval.
Sinceramente me ha llenado de asombro enterarme que la reventa de entradas a un espectáculo público esté penada por ley. Más asombrado estoy al escuchar la radio y enterarme que el ministerio del interior haya dispuesto diez, si leyó bien, diez funcionarios de particular para aprehender a los revendedores de entradas en el teatro de verano. Obviamente gente de gran peligrosidad y que constituyen un alto riesgo para la sociedad.
Más me llena de asombro lo que esta actitud representa, en pocas palabras, la más absoluta incomprensión de cómo funciona un mercado.
Los responsables del carnaval han hecho todo lo posible para facilitarle la compra de entradas al público encargando la venta de estos a una red de cobranza que está diseminada en toda la república. Hacen bien, porque la única manera de evitar la reventa es que el mercado esté bien abastecido.
Es totalmente correcto incluso, poner un límite a la cantidad de entradas que cada uno pueda comprar, para de esa manera evitar la concentración en pocas manos de las mismas, y el consiguiente manejo abusivo de su precio.
Fuera de esto, los revendedores en sentido puro cumplen una función vendiendo entradas que de otra manera no podrían conseguir la gente que por algún motivo u otro no las pudo comprar en tiempo y forma. La clave acá es que es un mercado libre. el revendedor arriesga, si pide mucho, se clava y si tiene una ganancia razonable, vende su mercadería.
Las entradas para un espectáculo son una mercadería como cualquier otra, además altamente perecible. Mientras más se acerca la hora del espectáculo por fuerza más baja el valor de los mismos. El revendedor no hace más que cumplir con las más puras e inevitables reglas del mercado y especula y arriesga su capital en función de la escasez de la mercadería que ofrece.
Si se evita como corresponde que la mercadería que se ofrece se concentre en pocas manos, que es la otra clave del asunto, entonces en realidad los revendedores no hacen más que cumplir una función propia a cualquier mercado. El criterio de penalizarlos es lo mismo que querer penalizar la escasez. Es lo mismo que querer penar a los feriantes si el tomate está caro. Con no comprar alcanza. . Si suficientes no compran tanto el feriante como el revendedor se clavan o bajan a la fuerza sus precios.
La única forma de controlar un fenómeno como este es asegurar el abastecimiento. Siempre va a haber alguien dispuesto a pagar el precio de la escasez, si no hay un abastecimiento suficiente.
La gente del carnaval ha hecho las cosas bien. Los revendedores son un fenómeno económico que existe desde que el mundo es mundo. Los que negocian los futuros de granos en la bolsa de Chicago no son más que revendedores de lujo. Esto deberíamos tenerlo claro ya hace tiempo.
Nuestro Uruguay sin embargo es cómo es, y en lugar de perseguir rapiñeros, secuestradores express o cualquier otro tipo de delincuente peligroso; nos damos el lujo de gastar horas hombre en perseguir “criminales” que con decirles que no, alcanza para que dejen de serlo.
Es bien cierto aquello que el sentido común es el menos común de los sentidos, pero la verdad que este tema es como la guerra de las patentes, ya debería estar liquidado y finiquitado hace tiempo.
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