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Año III - Nº 187
Uruguay, 30 de junio del 2006
Inscripto en el Registro de Derechos de Autor en el libro 30 con el No 379
 

 

 
Seguir desperdiciando
nuestras oportunidades

* Fernando Pintos
 

Leyendo el excelente artículo de Roberto Bogorja, REEDITEMOS LA DINARP (Informe Uruguay, viernes 9/6/2006), donde se pintan algunos aspectos poco tranquilizadores de la actividad del actual gobierno con relación a la comunicación y difusión públicas de informaciones e ideas, no puedo dejar de elaborar algunas reflexiones acerca de por qué el Uruguay se encuentra así. Lo cual me llevará, de manera automática, a plantear por qué el Uruguay es tal cual es& Ello es importante, porque la mayoría de los uruguayos parecen ver al Uruguay como ellos creen que es o como ellos quisieran que fuese. Pero Uruguay es tal cual es y me temo que así seguirá siendo por mucho, muchísimo tiempo.

En primer término, Uruguay es una ínsula inmutable de estilo macondiano. Apenas importará que lo gobiernen blancos, colorados o frenteamplistas. La idiosincrasia del país es una y sólo me atrevo a definirla como cortoplacista, conservadora y, en ciertas áreas cuando menos, lamentablemente retrógrada. Ése es un sayo que cabe a todos los partidos políticos e ideologías que en el país coexisten y, como muestra de ello soportamos la existencia de una izquierda cavernaria, mezozoica, dinosáurica y provista con una ideología que permanece empantanada, no digamos ya en los prolegómenos de la Guerra Fría -lo cual sería un enorme adelanto en lo temporal y conceptual-, sino más bien entre los primerísimos balbuceos de la revolución rusa. Sólo de esta manera se podría explicar el culto demencial hacia personajes de opereta, como Fidel Castro, o esas enloquecidas filias por individuos de la talla (ruin e ínfima talla, ciertamente) de un Hugo Chávez o un Evo Morales& Ojalá la izquierda retrógrada que tan extendida está en Uruguay tuviera como emblema el cangrejo, pues tales crustáceos cuando menos caminan para el costado. Y nuestros solemnes izquierdistas, muy por el contrario, dan de saltos hacia atrás y se niegan a reconocer las verdades mínimas que alberga este mundo de hoy, el globalizado, que no es ni más ni menos que el mundo que tendremos que soportar cuando menos en el corto y el mediano plazos& Para desgracia del país, buena parte de nuestra izquierda se muestra absurdamente incapaz de tan siquiera intentar o pretender una tímida imitación de otras izquierdas, inteligentes, lúcidas, modernas, avanzadas, que sí se
ponen a tono con los tiempos que corren. Piénsese en el Chile de Lagos y Bachelet; en la España de Felipe González y Zapatero; en el Brasil de Lula& O véase bastante más lejos, en dirección a la China continental, donde se protagoniza día tras día el más torrencial de los romances entre el capitalismo salvaje y el comunismo cerril (¿quién hubiera pensado que harían tan excelente pareja?). Todos esos ejemplos pudieran, cuando menos, hacer pensar a muchos& Pero resulta obvio que cuando un cerebro está necrosado, tal estado resultará irreversible. Por tanto, buena parte de la izquierda uruguaya seguirá cantando loas a Marx, a Engels, a Lenín, a Trotzky, al camarada Stalin, al camarada Mao, a Fidel y a tantos otros figurones históricos de una corriente de ideas que desde largo rato atrás se quedó a contramano de la historia. Pero, ¿acaso ello importará o interesará en lo más mínimo? Sigan dando vivas a Fidel y, tal cual explica Bogorja, transformando el canal 5 -que es de todos los uruguayos y se alimenta con el dinero de los impuestos que todos pagan- en un alegre vocero de la Cuba comunista. Pero que alguien, sea de izquierda, centro o derecha, comience a tomar desde ya las cosas muy en serio, porque, mientras tales sandeces son perpetradas en Uruguay, gobiernos de izquierda inteligentes, como el de Lula, saben que su único interés es Brasil& ¡Y vaya si saben defender y promover tales intereses, a costa de quién sea! (El Uruguay incluido, por supuesto y por vecindad).

Recuerdo ahora que, muchos años atrás, escuché un comentario de Gustavo Adolfo Ruegger que me impresionó profundamente: los uruguayos -explicaba- somos especialistas en hacer muchas cosas al mismo tiempo. Obviamente, Ruegger estaba en lo cierto. Se podría objetar a ello que la sempiterna crisis económica que azota y afecta al país desde finales de los años 50 hasta la fecha ha sido un factor muy influyente para conformarnos de tan singular manera. Como todos en Uruguay saben, para vivir como a los uruguayos nos gusta y sabemos hacerlo, se debe contar casi siempre con más de un empleo. Sin embargo, más allá del empleo múltiple y de la emigración compulsiva, los uruguayos tenemos la rara habilidad de diversificarnos en muchas actividades que acostumbramos realizar o perpetrar a un mismo tiempo. Pareceríamos abrigar la añeja creencia de que, sobrehumanos como somos (o como más bien creemos serlo), todo aquello que hagamos estará cuando menos a unos pocos pasos de la perfección, pero tal concepción no pasa de ser un penoso malentendido. Como yo lo veo, tenemos tantas cosas en que ocuparnos que no solemos concentrarnos con eficiencia en una sola: la de mayor importancia. Y véase, si no quisieran creerme, de qué manera un país con el nivel cultural y educativo del nuestro, en lugar de recibir a una gigantesca fábrica de Nokia (para fabricar todos los teléfonos de esa marca que se vendan a lo largo y ancho de las Américas), o de montar una inmensa planta de Toshiba y SanDisk (para elaborar chips de memoria flash que surtan a los cinco continentes), se alboroza por apenas recibir unas asquerosas fábricas de papel que, de buen seguro, no sólo nos enemistarán por largo tiempo con nuestro principal socio, Argentina, sino que habrán de contaminar no sólo el río Uruguay, sino también el estuario del Plata, con lo cual resultarán afectadas tanto Buenos Aires como Montevideo. Tan bajo hemos caído y tan poca cosa nos consideramos -y de paso, nos consideran los de fuera-, que recibimos como una bendición algo que deberíamos rechazar abiertamente.

Es que Uruguay sigue siendo, para desgracia de todos nosotros, el país de la transa, del acomodo, de la movida de silla y de la estrechez de miras. No estamos acostumbrados a pensar en grande y mucho menos a analizar con detalle las virtudes y cualidades que podrían ayudarnos a salir adelante en el canibalesco universo de la Globalización. Antes bien, continuamos con los ojos y la mente puestos en los principios del siglo XX, cuando bien sabido es que el siglo XXI echó a andar desde hace más de un lustro. ¿En qué es rico el Uruguay? En muchísimas cosas que los uruguayos poco o nada reconocen. Es rico en espacio útil& Con casi 180 mil kilómetros cuadrados, aprovechables en un 90 por ciento, para apenas tres millones y medio de habitantes. Es rico en cursos y fuentes de agua& No petróleo, sino agua, la cual, en muy poco tiempo, habrá de valer a nivel internacional casi lo mismo que el oro negro para una Humanidad harto sedienta. Es rico en un recurso humano de muy alta calidad, gente culta, educada, con refinadas costumbres. Es rico en una tradición, no digamos democrática -porque, en los últimos tiempos, democracia y payasada parecerían ser sinónimos-, sino de refinada civilización. Es, comparativamente hablando, rico en paz y seguridad (ya sabemos a qué extremos se llega en casi todo el resto del mundo). Todos esos factores, combinados, deberían atraer fuertes inversiones, de primerísimo nivel. Y no sólo eso: también deberían atraer legiones de gente del Primer Mundo que está ansiosa de abandonar sus propios infiernos particulares para aferrarse a un último retazo de paraíso. Y no hablemos de los potenciales con que el país cuenta en agricultura, ganadería, pesca& Actividad, esta última, de la cual se aprovechan, desde décadas atrás, multitud de pesqueros chinos, coreanos y a saber de cuantas otras nacionalidades& Es decir: cualquiera, menos nosotros mismos.

Deberíamos dejar de lado por un momento el circo político, ahora aderezado con los malabarismos de la izquierda trasnochada, para ver de qué manera sacamos adelante a este país y le proporcionamos a sus habitantes el mejor nivel de vida posible. Eso sería pensar en serio y hacerlo en base a una visión de nación. Así es como piensan los brasileños y los mexicanos, por ejemplo. Pero nosotros habremos de seguir desperdiciando nuestras oportunidades, viviendo cada vez peor, promoviendo la emigración hemorrágica y ocupados, eso sí, en nuestros perversos jueguitos políticos, que hacen honor a la cínica definición de H. L. Mencken: "la política es el arte de dirigir el circo desde la jaula de los monos".

 
 
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