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Año V Nro. 327 - Uruguay, 27 de febrero del 2009   
 

Visión Marítima

historia paralela

 

Estimular la Soberbia
¿Quien toma las decisiones?
por Eduardo García Gaspar

 
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         Estando en contra de la sabiduría convencional que piensa que un gasto extraordinario es bueno para estimular a la economía, siento la obligación de explicar una de las razones de la posición que mantienen también muchos.

         El punto central del que se parte es reconocer una realidad, el gasto gubernamental como el de un paquete de estímulo económico, usa recursos que no son generados por el gobierno mismo. Los debe tomar de alguna parte, que es el ciudadano mismo, con impuestos actuales. O bien, con deudas actuales que significarán impuestos futuros.

         Esa realidad el gasto público significa por necesidad que hay una sustitución de tomadores de decisiones de gasto o inversión. El traslado de recursos por medio de impuestos actuales equivale a esa sustitución: el que decide en qué gastar es el gobierno y no la persona. Si el gobierno acude a deuda, entonces sin remedio estará tomando decisiones de gasto sustituyendo a las que hubieran tomado en el futuro las personas: nuestros nietos, por ejemplo.

         Creo que esto explica muy bien el fenómeno del paquete de estímulo que se piensa que reanimará a la economía. No es nada más que una sustitución apresurada y acumulada de decisiones personales libres de la gente y que el gobierno se adjudica. Es una clara e innegable violación de libertades humanas. Esa es la definición de gasto público.

         De esta manera puede darse un paso adicional para responder una pregunta inocente. ¿Son las decisiones de uso de recursos que hubiera tomado la gente las mismas que toman los burócratas? Si son las mismas o muy parecidas, el gasto extraordinario del paquete de estímulo no tendría sentido.

         Pero con toda probabilidad, las decisiones de gasto de los burócratas son muy diferentes a las que hubiera tomado la persona en la actualidad y en el futuro. Y la burocracia gastará el dinero de dos maneras distintas a la gente.

  • Primero, de manera más apresurada y con urgencia, ya que cree que debe tenerse velocidad para estimular con prontitud a la economía. Esto conduce a descuidos y desperdicios. El particular, dueño de sus recursos, sería más sensato en sus decisiones y tendría menor urgencia de gastar y, lo mejor, decidirá ahorrar alguna parte.
  • Segundo, la burocracia gastará en proyectos que coincidan con lo que ella quiera verse realizar, lo que no necesariamente coincide con lo que la gente desea. Esto equivaldrá a crear bienes o servicios para los que no existe una demanda real, lo que ocasionará que los empleos así creados no tengan un sustento sólido.

         Digamos que la burocracia decide invertir en mantener viva a una empresa en dificultades financieras. Lo hará quizá para salvar empleos, pero si la empresa no produce bienes con demanda significativa, los empleos mantenidos serán artificiales. Los recursos así usados, lastimarán la posibilidad de crear otros empleos que sí son sostenibles. Sería mejor dejar la decisión de salvar a esa empresa a inversionistas que pensaran en devolverle su rentabilidad.

         El gasto extraordinario de un paquete de estímulo económico, de la magnitud del de Obama, o cualquier otro es al final de cuentas un asunto de sustitución de decisiones y retiro de poder. La persona pierde recursos que llegan a las manos de la burocracia, la que los gasta de manera más rápida, descuidada y en proyectos que no coinciden con los deseos de la gente.

         No es en realidad un estímulo económico. Es más bien una elevación indeseable del poder del gobierno, cuyos miembros creen ser superiores a los ciudadanos: creen que gastar más rápido, cantidades enormes, en cosas que la gente no quiere, estimulará a la economía. No es esto un paquete de estímulo a la economía, sino un paquete de soberbia política que no creará bienestar, sino más peticiones de gasto en el futuro.

         Estoy seguro que algunas personas piensan que efectivamente un gasto extraordinario de gobierno, recurriendo a un déficit futuro, es absolutamente necesario y que no hay otra opción. Pero si se examina siquiera un poco más esa creencia, podrán descubrirse en ella aspectos que son indeseables y que, lo peor, no remediarán el problema.

         No son cuestiones ideológicas, son simples reflexiones de mero sentido común que, como dijo Bastiat (1801-1850) hacen ver eso que no es fácilmente visto en la primera impresión.

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