Elogio de la locura
por Alberto Vargas Peña
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Desde hace unos días, el retrato del más nefasto tirano que haya sufrido república alguna en la región preside las tareas del ministro de Educación. José Gaspar Rodríguez Francia, fraile doctorado en teología, que aniquiló a los próceres de mayo inventando una conspiración inexistente, mira desde el cuadro como se pervierte la historia y como se crean paradigmas siniestros, gracias al nuevo enfoque de la educación paraguaya.
Cecilio Báez, el eminente jurisconsulto paraguayo, tiene un artículo sobre la educación paraguaya, que se puede encontrar en el libro “La Tiranía en el Paraguay” –Intercontinental Editora– titulado: “La Instrucción Pública antes de 1870” donde afirma –citando a Rengger– que “el único libro leído por los educandos paraguayos era el Catecismo y que los alumnos carecían de papel y garabateaban, con la ayuda de un punzón de hueso o madera sobre tablillas enceradas”. Igual que los sumerios cinco mil años antes; este comentario es mío.
A raíz de esta situación, fomentada por el tirano Francia, “el pueblo paraguayo ha llegado a ser el más pobre, el más ignorante y el más incapaz para la vida democrática” (Cecilio Báez, obra citada). Gracias a Francia, dice el coronel Centurión: “El resultado de semejante gobierno necesariamente tenía que ser lo que fue: El pueblo llegó a ser enteramente dependiente de él, que lo abarcaba todo, suprimiendo toda iniciativa individual, y que las poblaciones crecían y vegetaban en la más profunda ignorancia; lo único que sabían era respetar y someterse acostumbrándose a no tener más conciencia ni opinión de nada (cretinismo), esperando tranquilamente recibir todo del gobierno, que era mirado y acatado como la imagen de la Providencia”. Y sigue diciendo el coronel Centurión: “El terrorismo de la época de Francia, por eso, desafía toda descripción” (discurso citado por Cecilio Báez en su artículo sobre la educación del Paraguay, publicado en octubre de 1903).
A este gobernante es que se homenajea ahora, en el Ministerio de Educación, tratando de convertirlo también en el padre de las letras paraguayas. Ya se falseó suficientemente la historia para convertir a ese sombrío fraile portugués nacionalizado español, en un prócer de la independencia.
Los símbolos son extremadamente importantes, sobre todo los que se exhiben en las escuelas. Educandos formados a la manera de Francia, resultarán como los de su tiempo, totalmente cretinizados.
Si se examinan los indicadores de la educación del pueblo paraguayo, se verá que no varió mucho con respecto a los que señalaban Báez y el coronel Centurión; hasta ahora se sufren las consecuencias del gobierno que el ministro de Educación quiere emular.
No será extraño que esa tendencia del paraguayo no citadino siga esperando todo del gobierno, sin iniciativa ni comprensión algunas; absolutamente incapaz de actuar por sí mismo o de saber cuáles son sus propios intereses. La democracia, entonces, será imposible.
Lo más grave de todo es que el siniestro tirano ha sido instalado también en el Palacio de Gobierno, como señal ominosa de lo que quiere el presidente Lugo para el Paraguay. Si endiosa a un tirano, es porque quiere la tiranía.
¿Acaso es posible otra explicación a una idiotez tan grande?
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