|
Los caballos de Don Pedro
por Julio Dornel
|
|
|
Dicen los historiadores que fueron 72 caballos y 3000 hombres los embarcados en 14 naves por Don Pedro de Mendoza en San Lucar de Barrameda con destino a nuestro país, sin imaginarse que nos estaba trayendo uno de los elementos fundamentales de nuestra economía.
No sabemos cual era el origen de estos animales que finalmente fueron abandonados por Mendoza cuando los indios determinaron su retirada hacia tierras paraguayas.
La rápida reproducción y su adaptación al medio por las excelentes pasturas que tenían a su disposición, determinaron que los equinos continuaran con su estado primitivo constituyéndose en grandes tropillas por todo el territorio nacional.
Son pocos los escritores que han dedicado espacio para referirse a las características de estos animales que con el paso de los años se fueron transformando en el caballo criollo que todavía existe en nuestra campaña.
Le correspondió a Serafín J. García analizar hace más de 50 años las principales características de aquellos equinos que con el paso de los años se fueron transformando.
Señalaba el escritor que no lucía la nueva raza una apariencia hermosa y arrogante como los equinos árabes y persas, aunque quizás tuvieran alguna vinculación sanguínea.
Eran por el contrario, de reducidas dimensiones, de pelambre variado y de movimientos desmañados y torpes.
Tenían los miembros mal proporcionados, sinuoso el lomo, la cabeza muy grande, la cruz pronunciada y el encuentro excesivamente ancho.
Sufrido y dócil, resistente y tenaz podía galopar leguas y leguas sin rendirse al cansancio ni al hambre ni a la sed, manteniéndose durante varias jornadas al ritmo inconmovible de su trote.
Fue el charrúa, el primero que sacó partido de esas cualidades, empleándolos en las ultimas etapas de su lucha contra los españoles.
Pero sin embargo quien supo desarrollarlas y aprovecharlas al máximo fue el gaucho, de quien el caballo llegó a ser su complemento indispensable.
Domado y amaestrado por el mismo con pericia se fue constituyendo en su mejor amigo y principal compañero en épocas de reyertas.
Montado sobre su caballo, el gaucho parecía crecer modificando su concepción del mundo al sentirse seguro de si mismo y gravitando en todos sus actos entendiendo mejor el sentido y la importancia de la libertad.
Ya emancipada la patria fue cimentando las bases de la riqueza nacional con su dedicación a las sacrificadas y rudas faenas ganaderas.
Y fue el caballo, el humilde y sacrificado caballito criollo de ojos melancólicos y de aspecto bonachón, lobuno, azulejo, gateado o pangaré, moro o picazo el que compartió con él los riesgos del combate y del trabajo, las inclemencias del tiempo, las vicisitudes de los viajes interminables y todas las penurias y alegrías de su sencilla existencia.
» Arriba
|