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Rasgos genéticos de la institucionalización de la Argentina Uruguay Paraguay y Bolivia
por Ernesto Poblet
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En épocas de Hernandarias se originó la más asombrosa reproducción de ganado que se tenga noticia en todo el planeta. Ahí empezó el suceso donde la pampa argentina entró en el mito de las grandes riquezas. Hasta el día de hoy no se le ha encontrado explicación a esa gigantesca reproducción espontánea de la riqueza pecuaria. No sólo el vacuno y los caballos, también los cerdos, las cabras, las ovejas, hasta los perros que después asolaron los caminos en jaurías peligrosas.
Nuestra región vierreynal goza del raro privilegio de considerarse el único caso donde se instauró el Derecho de Vaquería. Una concesión que otorgaban los gobernantes para buscar el maná del cielo que pastaba alegremente en los inconmensurables espacios de aquellas pampas. Cualquier vecino con algo de capital para invertir juntaba una peonada y organizaba una excursión a nuestras llanuras salvajes y arreaba lo suficiente para almacenar, ya fuere ganado vivo o para faenarlo directamente. Algo así como una gigantesca despensa alimentaria al servicio de la comunidad. Cuando la población notaba la disminución de las reservas de animales y víveres, el gobierno de la Colonia otorgaba el Permiso de Vaquería a favor del inversor presto a financiar la aventura. Se organizaban las excursiones hacia la pampa salvaje y ahí nomás traían todo el ganado que se les ocurriera o necesitaran. Este milagro sucedió solamente en nuestras tierras y talvez nunca será posible su repetición. Habría que repensar el sistema y garantizar en un espacio pampeano toda la libertad que merecen los seres vivos para su desarrollo espontáneo. ¡Qué interesante modelo de economía libre…! Claro, si el hombre estableciera una suerte de reglamento “dirigiendo” esa vida bucólica de los animales en el paraíso, ahí se nos complicaría el sistema, aunque los animales multiplicarían su población amparados por el "egoísmo" natural del ser humano.
Aparecerán los progres o los ecologistas o los defensores de los derechos “humanos” de los animales hasta el extremo de no poder alimentarnos con carne ni con vegetales, esto último para no violar el derecho a la existencia de las plantas. El conclusivo recurso nos llevaría a alimentarnos con minerales o compuestos químicos, siempre que los ecologistas fanáticos no prohibieran su producción por considerarlos contaminantes…
Carlos III : “El trabajo no deshonra”
Algunos críticos contra la vieja España asociaban este fenómeno al estigma que caracterizó a los españoles con respecto a su escasa afición al trabajo. Algunos españoles de hidalgos para arriba -en épocas pretéritas- concebían al trabajo como una función de plebeyos, deshonraba a quien lo ejerciera. Trabajar con sus propios músculos no dignificaba a esos ilustres descendientes de la cultura romana. Algunos españoles de familias más o menos distinguidas se sentían equivalentes a los patricios de la Roma hegemónica.
Tenían estigmatizado al trabajo como una indignidad para su clase social y efectivamente existía una deshonra legal -instituida en normas escritas y consuetudinarias- contra los trabajos y los oficios. El propio rey Carlos III necesitó dictar una Real Cédula del año 1783 decretando “la honradez de los trabajos y los oficios”… decía textualmente: "…queda abolida la deshonra legal de los oficios…" Esta aversión por el trabajo la sostenía solamente determinado sector de la comunidad hispana. Hemos conocido sobradamente la calidad laboral del pueblo español caracterizada por una profunda dedicación a todo tipo de faenas. Basta observar el ejemplo de las comunidades de gallegos, catalanes, vascos, asturianos, extremeños, etc. con el ejemplo de conductas laboriosas, responsables, constantes y de inmensa probidad.
La pintoresca Real Cédula de Carlos III debió declarar expresamente e institucionalizar la dignidad del trabajo. El simple defecto a suprimir provenía de un antiguo prejuicio de origen románico. Las familias de los patricios de la vieja Roma sólo concebían como profesión de sus distinguidos varones el ejercicio del sacerdocio o la guerra. Las necesidades de la producción manual o el trabajo se destinaba casi con exclusividad a los criados y esclavos.
Esta concepción había dado lugar a un arcaico concepto del honor y del pundhonor de los hidalgos españoles, a lo cual Cervantes tanto aludiera con su excelente humor. Se recuerda un caso verídico de un madrileño llegando al puerto de Buenos Aires con muy pocas pesetas. Al bajar la planchada del barco metió la mano al bolsillo y dijo: “hombre… cómo un señor como yo va a llegar a Buenos Aires con tan miserable peculio..." y tiró el dinero al río. Esa Real Cédula de Carlos III se dictó en 1783. El propio Carlos III manejó un asombroso mecanismo de relojería cuya eficacia no redundó en beneficio de nuestra comunidad colonial: fue la expulsión de los Jesuitas. Este acontecimiento comenzó a operar en América y el mundo hispánico en el año 1766.
Un monarca liberal y emprendedor
Valga un buen recuerdillo para este rey Carlos III de España quien también fue en la historia un monarca absoluto de nuestras pampas, aunque siempre los latinoamericanos insistamos en no reconocerlo. No nos hizo mucho favor con la expulsión de los padres jesuitas como colofón de una interna europea, pero ello no invalida la gestión liberal y creadora de este borbón iluminado, la cual repercutió para bien de las colonias de ultramar, es decir nosotros mismos, aunque lo sintamos como una expresión eufemística…
Fundó la Orden de su nombre para premiar el talento y la laboriosidad. El prestigio y crédito internacional que gozaba España en su tiempo impidió en 1787 la guerra entre Francia e Inglaterra. Mejoró muchísimo las relaciones comerciales con América y se lo considera como uno de los monarcas más amantes del progreso que ha tenido la vieja España.
Este borbón ilustrado puede hacernos recordar a dos presidentes argentinos del siglo XX por ciertas características que lo llevaron a dejar una buena imagen en la historia. Algo así como una isla de prosperidad y libertades públicas entre la mediocridad reinante en aquella península metropolitana. Se parece a Marcelo T. de Alvear por la lucidez en la elección de sus ministros. Constituyeron un lujo los nombres del italiano Esquilache y los condes de Campomanes, de Aranda y de Floridablanca. Al igual que Arturo Frondizi debió sobrellevar su magistratura entre planteos corporativos y motines preparados por estructuras oligárquicas y perversas. En ese clima sobresalió Carlos III aplicando un liberalismo adecuado al siglo dieciocho, dejando a España ante una posibilidad inédita de acceder al desarrollo económico obviando la innecesaria extracción impúdica de minerales y tributos obtenidos con violencia desde las lejanas posesiones. Valga el ejemplo norteamericano donde los reyes de Inglaterra debieron respetar la no exacción de impuestos reclamados por lo habitantes de los "estados" del Norte. Lo que vino después de Carlos III fue lamentable para la madre patria hasta 1975. Dos siglos de decadencia guerras dictaduras y fanatismo afortunadamente superada esa larga racha por el último tercio de siglo de sólida y próspera democracia. Desde Adolfo Suárez hasta los actuales tiempos siempre bajo la funcional orientación del Rey Juan Carlos 1°.
El Virrey Don Pedro de Ceballos y su "encuentro2"
Si alguien pregunta en qué nos benefició Carlos III baste recordar la gesta del virrey Ceballos defendiendo la Colonia del Sacramento hasta 1778. No sólo este suceso nos liberó del avance portugués imparable en nuestro territorio. Hay un valor agregado muy importante para la génesis de la nacionalidad homogénea de nuestra nación argentina. Las fuerzas militares que debió organizar Ceballos desde España y en el actual territorio surgieron como constitutivas de la futura República Argentina. Fue la primera ocasión en que se encontraron juntos los soldados -criollos, españoles, indios y mestizos- provenientes de Salta, Santiago del Estero, Tucumán, las misiones, Entre Ríos, Corrientes, La Rioja, Cuyo, Córdoba, Buenos Aires, Montevideo, Paraguay, etc. y los nuevos españoles provenientes de los barcos peninsulares. ¡Ahí se encontró por primera vez la composición cultural que dio vida a la futura república concebida en la obra de Juan Bautista Alberdi.! Lejos de imaginar don Pedro de Ceballos la potencialidad estratégica de su captura en 1762 y su recaptura en 1776 de la disputada Colonia del Sacramento contra las fuerzas portuguesas.
La lucha que promovieron las acciones coordinadas entre el Rey Carlos III y el teniente general del reino don Pedro de Ceballos fueron fundamentales para el basamento territorial del Virreynato del Río de la Plata, evitando así la expansión de los portugueses en la región. En noviembre de 1776 Carlos III hizo fletar al mando de Ceballos una flota compuesta por ciento quince barcos y un ejército de nueve mil quinientos hombres. Ocuparon en febrero la Isla de Santa Catarina lo cual nos hace recordar que las playas alrededor de Florianópolis y los estados sureños del Brasil bien pudieron ser argentinos. Pero es mejor pensarlo de esta otra manera: desde La Quiaca o El Dorado en el norte hasta Usuahia en el sur hoy se extiende un territorio que no pertenece a la comunidad sambera del Brasil sino a los padres del tango rioplatense. Con posterioridad a esta actitud Ceballos siguió viaje hasta Montevideo y organizó la recapturación de la Colonia del Sacramento. Fue en esta singular ocasión en la cual se reunieron muchachos de todos los confines de aquella patria virreynal, allí hicieron su experiencia muchos militares que después responderían en las invasiones inglesas y la guerra de la independencia. Entre las huestes de Ceballos se destacó un joven de 32 años que llegó a ser Brigadier, ministro de guerra y el miembro más viejo de la Primera Junta en 1810, su nombre: Miguel de Azcuénaga.
Génesis institucional de la Argentina, Uruguay, Paraguay y Bolivia
Conviene efectuar un racconto de estos acontecimientos militares generadores de la futura República Argentina y naciones vecinas. Un precursor fue el Virrey del Perú don Manuel de Amat y Yunyent, personaje indudablemente catalán por nombre y personalidad. Don Manuel jamás sintió ansias de expansiones territoriales para su propio dominio en torno al Perú. Como buen patriota luchó incansablemente por proporcionárselas a su patria peninsular, ignorando que su lucha terminaría por beneficiar a los futuros argentinos, uruguayos, bolivianos y paraguayos. Fue muy diferente a su antecesor el Virrey Toledo quien intentó escamotearle los dominios del Río de la Plata y Asunción al Adelantado don Juan Torres de Vera y Aragón
Mediante tres expediciones armadas (1762, 1763 y 1766) el Virrey Amat frenó a los portugueses en las fronteras de Mato Grosso y el Alto Paraguay. Antes de retirarse del virreinato del Perú apoyó la fundación del Virreynato del Río de la Plata en el año 1776.
La historia de don Pedro de Ceballos comienza para nosotros con su gobernación de Buenos Aires durante los nueve años transcurridos desde 1757 hasta 1766. Hombre que defendió la frontera india en el norte y contra los portugueses provenientes del Brasil. En su incansable vida militar ocupó la Colonia del Sacramento en 1762 y se dirigía a Rio Grande do Sul cuando lo sorprendió un tratado de paz que le paralizó la empresa. Volvió a España con todos los honores y ocupó cargos de relevante importancia en el reino. Gobernador y Capitán General de Madrid, en esos cargos se desempeñaba cuando tuvo que regresar al Río de la Plata para controlar las presiones de los portugueses e inaugurar el nuevo Virreynato.
El Virreynato del Río de la Plata en 1776
En 1776 Carlos III decide fundar el Virreynato del Rio de la Plata con la titularidad del miembro del Consejo Supremo de Guerra y Teniente General del reino español don Pedro de Ceballos y Cevallos, llamado así para evitar las dificultades ortográficas de las dos letras hermanas, una corta y otra larga. Es en esta ocasión cuando don Pedro zarpa de España con su famosa flota de 115 barcos y un ejército con el cual ocupa los actuales estados brasileros de Rio Grande do Sul, Santa Catarina y Paraná, logrando despertar -pasado el tiempo- nostalgias expansivas en muchas patologías del nacionalismo argentino. Claro, el nuevo Virreynato comprendía esa parte sustancial del Brasil más el Paraguay, el Uruguay y el Alto Perú. Nuestros manes de 1810, los poquitos caballeros de aquella diminuta Buenos Aires, se proclamaron la metrópoli de esa colosal masa territorial. Si bien la ambición era desmesurada el saldo no ha sido magro. No hay ni una calle en Buenos Aires y quizás tampoco en el resto del país que recuerde a Carlos III y al Virrey Amat. Tan injustos como lo hemos sido con Lord Canning cuando nos salvó de las monarquías absolutistas de la Europa Central y las gloriosas Republiquetas de Juana Azurduy, Padilla, Camargo, Muñecas y Warnes que taponaron las expediciones españolas provenientes de las costas peruanas en 1815/16 salvaguardando la reunión de nuestro fundador Congreso de Tucumán.
Al llegar a Montevideo el poderoso Ceballos encuentra otra vez a los portugueses instalados en Colonia del Sacramento y es ahí donde decide y logra la recapturación de esa querida plaza. Se preparaba don Pedro para consolidar sus dominios en el sur del Brasil cuando lo sorprenden las noticias acerca del Tratado de San Ildefonso. España acordó renunciar a sus derechos sobre Rio Grande do Sul y por su parte Portugal hacía lo mismo con la Banda Oriental. Sólo quedaba pendiente la designación de una Comisión de Límites. Ceballos procedió a gobernar el nuevo virreynato. Insistió por medio de su vasta influencia ante Carlos III en mantener en forma permanente el virreynato y tomó la iniciativa de incluir también al Alto Perú. Esta decisión incidió en el destino de la actual Bolivia. El Rey la ratificó plenamente. En sus breves últimos dos años de gestión Ceballos llevó a cabo importantes innovaciones para aquella larga siesta colonial. Sus méritos procedían también de su importancia política en el gabinete de Carlos III, circunstancia que otros gobernantes españoles de aquellos tiempos no alcanzaron a disfrutar.
Este virrey militar estableció el comercio entre las diversas y alejadas provincias y disminuyó las restricciones. En el lenguaje de hoy se diría que eliminó regulaciones e intervenciones estatales paralizantes que procedían del régimen monopólico. Siempre el monopolio público ha sido sinónimo de centralismo, burocracia, precios controlados, estatismo, dirigismo y corrupción. No es ninguna novedad. Para bien de la región liberó a las minas del Alto Perú de la dependencia con Lima. La plata y el oro en lugar de ser enviados a la capital peruana debían dirigirse a Potosí para su fundición. Ceballos fomentó la agricultura promoviendo el lino y el cáñamo tan necesitados en España. Mejoró la situación de los trabajadores agrícolas. Lamentablemente la salud no ayudó a este hombre activo, gran gobernante, muy influyente en la Corte de Carlos III y bravo militar, A los dos años pidió su relevo para volver a España en 1778 y morir en diciembre de ese mismo año con una edad de 62. Frustraciones desconcertantes que se volverían a repetir en la infortunada futura patria de Sarmiento y Alberdi.
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Fuente: Fundación Atlas 1853 |
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