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Año V Nro. 341 - Uruguay, 05 de junio del 2009   
 
 
 
 
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Visión Marítima

 

Nacionalización de empresas
por Antonio I. Margariti

 
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El paso de la empresa competitiva a la político-dependiente y de ésta a la estatizada mediante la nacionalización no significa la profundización del modelo ni la implantación de un socialismo del siglo XXI, sino que implica enterrar toda ilusión.

          Gracias a la televisión satelital, hemos sido espectadores de un espectáculo grotesco. En medio de una abigarrada concurrencia –uniformemente vestida de rojo revolucionario–, el autócrata venezolano presidió, hace pocos días, un acto de estatización de varias compañías.

          Se trataba de cuatro empresas industriales argentinas, pertenecientes al grupo Ternium-Techint, que desde 1990 estaban cooperando lealmente para promover el desarrollo siderúrgico y metalúrgico de Venezuela, llevando tecnología de avanzada y millones de dólares en inversiones.

          Después de la cadenciosa mención de cada empresa, el amo bolivariano proclamaba a voz de mando “¡Na-cio-na-lícese!”, con el inconfundible ritmo de un joropo llanero. Los concurrentes no podían contener su entusiasmo y prorrumpían en alaridos de apoyo, al mismo tiempo que agitaban el brazo izquierdo con el puño cerrado, en una señal que no era precisamente de paz y amistad.

          Ese episodio sucedía en Caracas a los pocos días de que el líder caribeño hubiera sido agasajado como huésped de honor de la pareja presidencial argentina en su paradisíaco retiro del Calafate.

          Todo fue tan sorpresivo y extraño que la dirigencia empresaria local no dejó de alarmarse y reclamar a nuestro gobierno que concurra en protección y defensa del derecho internacional vulnerado por el atropello contra intereses argentinos en la tierra de Simón Bolívar. De todos modos, pareciera que la resignación y la conformidad frente a los hechos consumados, fuesen el nuevo paradigma de la política exterior argentina.

El repicado local

          En sus cotidianos actos del conurbano, pero con una clientela más módica que la del jefe bolivariano, la presidente Cristina y su cónyuge en las sombras Néstor, no dejan de lanzar diatribas advirtiendo que “van por más” para “profundizar el modelo”.

          Con lo cual no sólo quedamos perplejos frente a un modelo del que nadie sabe de qué se trata, sino que además constatamos que está corroído por una aguda incoherencia interna y ahora nos dicen que después del 28 de junio lo van a profundizar. Lo cual despierta espanto en el subconsciente, alarma en la mente y desconfianza en las decisiones. Porque lo cierto es que el modelo de la pareja presidencial de Olivos, va siguiendo paso a paso las extravagantes experiencias del siniestro y desquiciante personaje que se adueñado del poder en Venezuela.

          Si el modelo se profundiza mediante la estatización de las empresas locales, es algo que todavía está por verse, pero hacia eso vamos.

          No hay ninguna duda de que este proceso de atentar contra la iniciativa privada, obstaculizando su libre curso, lleva consigo la intervención del Estado en la economía, luego a la multiplicación de regulaciones y controles, después la estatización de las empresas y finalmente el fracaso más estrepitoso condenando al país a la pobreza material, la miseria intelectual y la decadencia moral.

          El proceso que impulsan los modernos adoradores del poder, consiste en buscar la hegemonía de la política por encima de la libre iniciativa de los ciudadanos. Una vez iniciado, tiene una dinámica inevitable y de imposible rectificación, salvo que las clases ilustradas, las fuerzas influyentes y los propios gobernantes se arrepientan de lo que han hecho, pidan perdón, abjuren del mal camino y vuelvan sobre sus pasos. Pero eso es muy difícil, casi un milagro. Se lo llama “conversión”, lo cual significa mudar de ideas, opiniones, creencias y actitudes por otras mejores.

          Lo real de todo esto es que la estatización o nacionalización de las empresas, representa un retroceso irracional hacia un pasado que ya demostró su fracaso, basado en la intrínseca naturaleza del propio experimento político que intentan llevar a la práctica.

Fisiología del fracaso

          La fisiología no sólo es la ciencia que estudia a los seres multicelulares vivos, sino también a los organismos sociales y económicos creados por los seres humanos. A diferencia de la anatomía -que hace hincapié en el conocimiento de la forma- la fisiología pone interés en el estudio de la función de cada parte del organismo o del cuerpo.

          Según la fisiología económica, podemos distinguir tres tipos de estructura de empresas:
          1º. La empresa privada competitiva
          2º. La empresa político-dependiente
          3º. La empresa estatizada

          En el tránsito de cada una de estas formas a la siguiente, hay una evidente degradación. Cuando una empresa corrompe su típica fisiología competitiva para transformarse en empresa político-dependiente, inexorablemente se pudre, generando un proceso de esclerosis progresiva que se traduce en la rigidez de sus reacciones fruto de un anormal entorpecimiento en sus reflejos vitales.

          1º. La empresa privada competitiva es muy ágil y dinámica. No espera favores ni privilegios exclusivos. Sólo necesita que le dejen hacer, poder ofrecer sus productos, que no le metan la mano en la caja, que no la abrumen con impuestos e intervenciones y que la liberen de trabas y obstáculos administrativos o legales. Su principal virtud consiste en buscar y encontrar oportunidades que otros no ven o no aprovechan. Para ello desarrolla un espíritu inquisidor tendiente a mejorar constantemente los productos y servicios ofrecidos. Sabe que su suerte depende de un mercado que puede dejar de comprarle, porque no tiene clientela cautiva. Las cualidades más preciadas de la empresa competitiva son la constante innovación, el mejoramiento sin pausa y la búsqueda de la excelencia. Desde sus directivos hasta los más modestos colaboradores, todos están imbuidos por la pasión de crear cosas bellas, buenas y útiles. Por eso es factor de progreso social y crecimiento económico.

          2º. La empresa político-dependiente es otra cosa muy distinta. También es una empresa privada, pero necesita del favor oficial para hacer negocios o, quizás mejor, para hacer negociados. Sin la complicidad de funcionarios no podría competir con ninguna empresa bien entrenada. Claro es que con ese apoyo interesado puede crecer, volverse grande y facturar cifras impresionantes pero su destino depende inexorablemente del contacto con quienes toman decisiones políticas. Cuando una empresa se convierte en político-dependiente, el empresario privado se transforma en una rata de antecámara de los ministerios, en corredor de cintas mecánicas, en asiduo convidado a los banquetes oficiales y en aplaudidor de discursos vacíos de contenido. Queda desvigorizado para enfrentar asuntos económicos normales. Al mismo tiempo que esta fisiología económica degrada a los hombres de empresa haciéndoles inútiles para competir con alguien que tenga la lozanía de la independencia política, este tipo de empresa destruye el sistema de mercado y lo sustituye por el más denigrante y corrupto sistema de sumisión a las iniciativas y los planes del poder político.

          3º. La empresa estatizada es el tercer y último paso en el proceso de decadencia económica y degradación social. Cuando una empresa privada competitiva o una empresa político-dependiente, es nacionalizada o estatizada, se produce una esclerosis múltiple y definitiva que no tiene otro final más que su absoluta inutilidad. La empresa estatizada cambia completamente de naturaleza, ya no es lo mismo, es otro organismo. Esa mutación, como la de los virus, se produce en sus reglas de funcionamiento interno, en sus relaciones con el medio, en las vinculaciones entre jefes y subordinados, en las actitudes del personal, en la inmovilidad de los mandos intermedios, en la rigidez de la organización y en el factor maximizado. Veamos cómo es su fisiología patológica.

          En primer lugar, la formalidad burocrática es llevada a sus mínimos detalles y nadie puede tomar decisiones que afecten a otros integrantes sin entrar en el desgastante procedimiento de los sumarios, el estatuto y los reglamentos internos. La empresa se estratifica por castas surgidas de acomodos políticos de distintos gobiernos. Los más recientes nombramientos tratan de predominar sobre los precedentes y éstos resisten las pretensiones de los novatos. En consecuencia, unos y otros neutralizan sus esfuerzos en una especie de cinchada a la vasca, tirando de uno y otro lado una soga inmaterial.

          En segundo término, las relaciones con el medio tienden hacia el monopolio y la indiferencia hacia el público, que en lugar de cliente es tratado como usuario. El reclutamiento de nuevo personal se hace por acomodo político y la representación sindical adquiere un carácter todopoderoso imponiéndose a la necesaria unidad de mando de los superiores jerárquicos.

          Tercero, las relaciones internas entre jefes y subordinados se alteran y limitan a la aplicación del reglamento que está codificado y modificado por un sindicato que intenta defender todos sus privilegios. La posibilidad de estimular comportamientos eficientes y productivos está totalmente prohibida. Los premios no se disciernen por méritos individuales sino por escalafón que pronto se transforma en derechos adquiridos.

          Cuarto, los subordinados adoptan una actitud de absoluta pasividad, nadie tiene iniciativas para nada, todos se adaptan tratando de ampararse en el estatuto o reglamento que es la gran excusa para cobrar sin esforzarse mucho y gozar de la mayor cantidad posible de ventajas y excepciones. El personal adquiere conciencia de que tranquilidad laboral no será vulnerada, porque nadie puede sancionarlo con justa causa ni despedirlo por mala conducta. Para ello cuenta con la complicidad sindical y los famosos derechos adquiridos.

          Quinto, cualquier cambio de estructura o modernización de la organización es de imposible ejecución salvo que sirvan para aumentar la dotación de personal. Todo el presupuesto se agota en el pago de sueldos y cargas sociales. Las cosas se hacen bajo presión, con graves trastornos internos y ninguna evolución de adaptación. El respeto al cliente, la mejora en la calidad del producto o el servicio de atención al consumidor son meras utopías a las que nadie presta atención.

          Por último, el factor maximizado no es la excelencia ni la modernización del servicio sino la inmovilidad más absoluta, el rechazo a toda idea innovadora y el conservadurismo de privilegios más rígido posible. La empresa estatizada termina siendo un perfecto dinosaurio jurásico.

          Por eso, el paso de la empresa competitiva a la empresa político-dependiente y de ésta a la empresa estatizada mediante la nacionalización al estilo bolivariano de Hugo Chávez, no significa la profundización del modelo, ni la implantación del socialismo siglo XXI, significa enterrar toda ilusión.

          Implica hacer rigurosamente actuales las advertencias del Dante Alighieri en “La Divian Comedia”, cuando en el canto tercero del Infierno cuando nos dice: ‘¡Oh, vosotros, los que entráis aquí, abandonad toda esperanza!’ Al ver escritas estas palabras con caracteres negros en el dintel de la puerta del infierno exclamé: ‘Maestro, el sentido de estas palabras me causa profunda pena’. Y él –hombre lleno de prudencia– me contestó: ‘Conviene abandonar aquí todo temor; conviene que aquí termine toda cobardía. Hemos llegado al lugar donde te he dicho que verías a la gente dolorida porque ha perdido el bien de la inteligencia’ ” (1).

(1) Dante Alighieri, “La Divina Comedia”, Editorial Sol 90, Barcelona, 2000.

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