Por el precio del combustible
Argumento de cine catástrofe real
por Graciela Vera
Periodista independiente
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El cine catástrofe está de moda. Casi todo lo que nos ha pronosticado, en mayor o menor medida se ha ido convirtiendo en realidad o advertencias muy valederas.
Un planeta devastado luego de que se hayan agotado los suministros puede parecer una aprensión a largo plazo. Pero podemos imaginarlo mejor cuando se lo está viviendo.
Los automovilistas llegan a gasolineras pero no pueden llenar los tanques de sus vehículos. Los carteles dicen que el combustible está agotado; el gobierno trata de paliar la situación, al menos en las principales ciudades, ubicando puntos de emergencia a los cuales los camiones cisternas deben llegar escoltados por patrulleros; en los supermercados las estanterías están semi o ya vacías y en los freezer de alimentos cárnicos no queda nada.
En los campos de fresas, melones, sandías y otros varios cultivos que están en plena recolección las cosechas comienzan a perderse por falta de medios para transportarlas y las pérdidas se calculan en varios millones de euros por día. En el norte del país la producción de leche se escurre por resumideros, las fábricas no pueden producir y los puertos comienzan a atiborrarse de contenedores mientras en la frontera, más de 3.000 camiones están inmovilizados con mercaderías perecederas que se pudren en sus frigoríficos.
Las flotas pesqueras permanecen amarradas y en las lonjas apenas hay pescado. En las rutas los automóviles forman interminables colas y sus ocupantes, atrapados en el medio del caos saben que no llegarán a tiempo a ninguna parte, ni al trabajo ni a su casa y muchas veces se les corta la opción de desplazarse a uno u otra. Con suerte se abrirá un solo carril para su paso y lo recorrerán por kilómetros a una velocidad que no será muy superior a la de un peatón. Las detenciones totales por los atascos y para oír las explicaciones de los piquetes informativos comienzan a hacer mella en el ánimo y los nervios de todos.
Y el campo, que ya había comenzado sus protestas algunas semanas antes, se adhiere a la confusión con más manifestaciones y verdaderas batallas en las que los productos se utilizan como proyectiles.
Recibir un pepinaso, un tomataso o un calabacinaso duele, pero también duelen del otro lado los impactos de las pelotas de goma con que la policía pretende calmar los ánimos.
Hace una semana los pescadores protestaron regalando toneladas de pescado fresco en la capital española y hasta este jueves no se faenó, porque las flotas permanecían amarradas y a partir del mismo ,sólo aquellos que más pérdidas soportan por la inactividad aceptaron salir a la mar.
En medio de este caos el conductor de una furgoneta no se detuvo ante un piquete informativo de los transportistas, y pisó el acelerador matando a uno de sus integrantes.
El conflicto se ha cobrado dos víctimas mortales y varias decenas de heridos, uno de los fallecidos en España y el otro en Portugal.
En un incendio arden cinco camiones estacionados en un polígono. El conductor de uno de ellos, que dormía en su interior, resulta quemado en el 25 por ciento de su cuerpo.
Cuatro días después de iniciado el conflicto hay más de sesenta camioneros detenidos; las protestas del sector agrícola son repelidas por las autoridades con saldo de varios lesionados.
El cielo se tiñe del negro de neumáticos quemados y el gobierno, que aún no ha aceptado que existe crisis, se compromete a asegurar el abastecimiento, pero cada vez son menos los que creen en los cantos de las sirenas.
No aparecen soluciones de consenso y se recurre a la fuerza y con la fuerza se encamina una endeble restauración de una semi normalidad que se hace más frágil desde que el sector de los taxistas, otro más de los afectados por la desmedida suba del precio de los carburantes, anunció una detención de actividades de catorce horas en todo el país para este viernes.
Y todo por lo mismo, por el precio de un elemento del que sería buena cosa que fuéramos aprendiendo a prescindir y de cuya dependencia emergen los efectos colaterales de las protestas gremiales.
La desazón de las amas de casa es tal, que en medio de la anarquía logramos esbozar una sonrisa algo sarcástica, pero sonrisa al fin y al cabo, cuando nos dicen que en un supermercado de Lleida una mujer compró 90 litros de leche mientras que otra ama de casa adquiría 40 kilos de arroz y 30 garrafas de agua y una tercera se llevaba tres paquetes de papel de cocina y cinco de papel higiénico de 24 rollos cada uno.
Puede que se trate de remembranzas de los años de post guerra cuando la escases hizo padecer mucha hambre a los españoles o de falta de confianza en la promesa del presidente de garantizar el abastecimiento.
Lo real es que a cuatro días del inicio del caos, sólo por la huelga de los transportistas se calculan pérdidas a nivel nacional muy superiores a los 500 millones de euros.
Por las fronteras francesa y portuguesa dejaron de salir exportaciones por valor de 250 millones diarios; todos los sectores de la economía que dependen del transporte terrestre de mercancías se ha visto afectados.
El corazón del país se ha detenido, o mejor dicho, lo han detenido abruptamente, agricultores, ganaderos, fabricantes de coches, distribuidores comerciales, industrias como la alimentaria y la metalúrgica entre otras contabilizan pérdidas millonarias.
Incluso los que han iniciado el paro sufren unos 77 millones diarios de pérdidas por la paralización de sus vehículos y como si esto resultara llevadero a una economía que necesitaría para llegar a buen puerto nadar sin lastres, sólo para reparar daños causados por los piquetes se necesitan otros cinco millones diarios.
No dudamos que lo que hemos relatado puede ser el argumento de una película de cine catástrofe en la que se muestre un país sufriendo el caos de los embotellamientos por falta de combustible que permitan transportar mercaderías y personas o navegar, o volar.
Pero la mayor sensación de angustia no la provocan estos datos sino la pasividad de las autoridades que aún cuando al cuarto día han ordenado actuar con mano dura, se empeñan en seguir viviendo en el país de Alicia y las siete maravillas.
La gente, la que sí vive su día a día real, pierde la paciencia, se mata, se hiere, se insulta. Pero llegará el orden aunque quede la sensación de que quizás un día, que puede no estar muy lejano, y a mayores niveles sea imposible restaurarlo.
Es el argumento perfecto de una película de cine catástrofe. Pero no es ciencia ficción ni cine catástrofe, es la vida en la España actual, la de esta semana; un país que se hace extraño ya hasta para los mismos españoles; donde a una ministra parece preocuparle más el que la palabra ‘miembra’ no figure en el diccionario a reconocer, como el resto del equipo de ZP, el significado que el mismo diccionario le otorga a la palabra crisis.
Desde Almería, en el sur del norte, a 12 de junio 2008
Post Scriptum
El éxito de la película puede inducir a la continuación. Está de moda hacerlo y en este aspecto los argumentos sobran porque ante la crisis –perdón, esa palabra está vedada-, mejor decir que ante la desaceleración acelerada que vive España surge entre sus ciudadanos un sentimiento de inseguridad porque, aunque acallado por el estruendo de los recientes conflictos, ha resultado que cuatro integrantes de la policía científica se sientan en el banquillo de los acusados por retirar pruebas que podían involucrar a ETA con los islamistas en el caso del 11M pero, la importancia de ello en la historia reciente parece no haber llegado aún a conciencia de los españoles, como tampoco el que un nuevo grupo de simpatizante de Al Qaida sea detenido en su territorio por reclutar ‘muyaidines’, fondos para Irak y prestar ayuda logística a la organización terrorista.
Todo se ha convertido en un embrollo que también hace olvidar que hace cinco días ETA hizo estallar otra bomba, ésta vez en la sede de un diario donde se estaba trabajando para sacar la edición del día siguiente, o que un ex miembro de las FARCs rebeló que la organización terrorista vasca fue quién les enseñó a activar bombas con teléfonos móviles, ¿porqué a esta altura los espectadores recordarán sin dudas las dantescas imágenes de los trenes del terror?
Y completando este panorama del día a día español, nadie opina, quizás porque a pocos le sigan interesando los derechos de los inmigrantes, sobre la denuncia de cinco kurdos de haber sido ferozmente agredidos por agentes policiales apenas llegar al aeropuerto de Barajas, denuncia que se suma a la de muchos brasileños colombianos y ecuatorianos.
Pero como todo resulta del color del cristal con que se mire, podemos decir que este caos resulta beneficioso porque al fin de cuentas nos evita tener mucho tiempo para pensar que la inflación ha superado el alza de los salarios, subió el índice de precios al consumo y la inflación anual anda por el 4,6% (datos del Instituto Nacional de Estadística), una tasa que es cuatro décimas superior a la del mes de abril, duplica a la de mayo del año pasado y se ubica como la más elevada desde 1995 y para colmo de males hasta el vicepresidente económico Pedro Solbes ha dejado momentáneamente de lado su positividad para admitir que aún podría seguir subiendo.
Y ni siquiera el argumento se detendrá en la tasa del paro que sigue disparándose en más. ¿Para qué si con lo que ya hay es suficiente para poner los pelos de punta a más de un espectador?
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