|
La falacia progresista
por Raúl Seoane
|
|
|
Los errores de comunicación hacia sus pueblos, la corrupción y la ineptitud de casi todos los gobiernos latinoamericanos dieron como resultado el auge del populismo progresista, rebautizado como Socialismo Bolivariano.
Tal como dijera Serrat, cansados de estar cansados los ciudadanos de estos países se volcaron casi masivamente hacia las nuevas promesas, sin darse cuenta de la trampa que la izquierda populista les estaba tendiendo.
La mentira como política
La costumbre de mentir parece ser el común denominador de los gobernantes que se apoderaron de la palabra progresista. Esto está sucediendo en todos los países en donde la falsa izquierda progresista o socialismo progresista ha llegado a la primera magistratura. Argentina, Bolivia, Ecuador, Venezuela, España e inclusive nuestro Uruguay no escapan a esta regla.
En Argentina, el conflicto que mantiene el gobierno progresista de Kristina Kirchner es un ejemplo fehaciente de la forma de mentirle al pueblo para enardecer a las masas a favor de su posición y en contra del contendiente. De la misma forma, y esto puede suceder también en nuestro país, el gobierno kirchnerista dibuja los índices de precios y continuamente le miente a su pueblo que vive en carne propia el incremento diario de los precios mientras empieza a comprender que su gobierno trata de embaucarlo con mentiras.
La más notoria mentira del progresismo uruguayo quedó demostrada con la porfía de gravar con el IRPF a las jubilaciones. Mientras el gobierno insistía, por todos los medios a su disposición, en que determinados importes de jubilaciones no pagaban el impuesto, los propios beneficiarios desmentían las afirmaciones gubernamentales con los comprobantes de sus haberes.
Venezuela y Ecuador, mienten con sus declaraciones de que no están relacionados con las FARC, la guerrilla colombiana. Los archivos descubiertos en las computadoras de Raúl Reyes, más los documentos presentados por el gobierno colombiano y las sospechas y denuncias de la oposición venezolana, confirman que ambos gobiernos están comprometidos y apoyan, de una u otra forma, las denuncias realizadas a nivel internacional y que fueran avaladas por la INTERPOL.
La pobreza
De una u otra forma, con diferentes políticas o estrategia, todas las tendencias políticas, ya sean de izquierda o de derecha, tienen como meta el combate de la pobreza. La diferencia entre unos y otros estriba en el procedimiento y en la forma.
Mientras que los gobiernos mal llamados de derecha impulsan el crecimiento económico y el enriquecimiento de los distintos sectores para que esa riqueza pueda desparramarse posteriormente entre las clases menos pudientes y de esa forma iniciar el combate a la pobreza, los gobiernos progresistas insisten en incrementar los impuestos con la falaz propuesta de sacarle a los más ricos y repartir los paupérrimos ingresos de los estados entre los indigentes. Con este “regalo” están generando “el culto a no trabajar”, lo que está sucediendo en la Argentina y comienza a perfilarse en nuestro país.
Desgraciadamente, esa desesperación por mantener el fervor popular e insertarse dentro del pueblo más necesitado les impide razonar de que la única forma de atacar la pobreza es dándoles armas a los no pudientes para que puedan ingresar en los competitivos mercados laborales y de esa manera, con sus propio esfuerzo y trabajo, crearse un futuro. Y dentro de esas armas se encuentran la educación, la enseñanza de oficios, la cultura ciudadana y el acceso a la medicina, porque el otorgamiento de sumas determinadas por grupo familiar únicamente son un paliativo momentáneo, amén de ser un excelente captador de votos, y generan la errónea mentalidad de que el Estado tiene la obligación de asistir al ciudadano.
El desabastecimiento
Enemigos acérrimos del libre mercado y desesperados por controlar todas las variantes económicas que son las formadoras de precios, los gobiernos progresistas intervienen precios y salarios con la equívoca idea de que con precios bajos combaten la pobreza, sin percatarse de que los controles de los precios desembocan indefectiblemente en el peor de los males, el desabastecimiento.
Hoy, Venezuela, Bolivia y Argentina padecen desabastecimiento de muchos productos básicos de la canasta familiar, en mayor o menor medida, y que son el resultado de estos controles de precios y de medidas económicas y sociales mal implementadas con la errónea idea de combatir la inflación y la pobreza.
Por más que busquen taparlo con mentiras y subterfugios variados, en Argentina hay faltante de harinas, azúcar y aceites. Los grandes supermercados, por motus propio, están racionando la venta a únicamente dos unidades de estos productos por grupo familiar, y por más que el gobierno y sus seguidores traten de desmentirlo, lo he visto con mis propios ojos el día de hoy. La escasez de estos productos repercute también en sus derivados, por esa razón las fábricas entregan sus productos con cuentagotas, como en el caso de las galletitas, dulces o saladas, y las panaderías se encuentran con grandes problemas para proveerse del principal ingrediente del pan diario.
En Bolivia y Venezuela esta situación es mucho peor. Desde hace bastante tiempo atrás, el mercado negro de productos de primera necesidad se ha instalado en Venezuela, y lo mismo está sucediendo actualmente en Bolivia, por lo que en lugar de lograr una baja en los precios, estas ilógicas intervenciones de los gobiernos progresistas intentando controlarlos generan un aumento de los mismos en el mercado negro, único lugar en donde pueden adquirirse.
Hacia la barranca
La resistencia a estas atrocidades del populismo progresista está comenzando a generarse en muchos de los países de la Nueva Era del Socialismo Bolivariano. En Argentina el paro del campo fue la gota que rebalsó el vaso, en donde las medidas antidemocráticas y anticonstitucionales fueron acumulándose paulatinamente.
Más allá de uno, cuatro o diez puntos de aumento de las retenciones a las exportaciones, la protesta popular viene incrementándose por la falta de federalismo, prepotencia y soberbia de sus gobernantes. Esta soberbia, parecería ser predominante en la mayoría de estos gobiernos. Podemos ver la soberbia de Hugo Chávez, de Evo Morales, de Rafael Correa, y por supuesto, la de nuestros vecinos los Kirchner. Nuestros progresistas uruguayos no están exentos de ella, y en todos los casos viene acompañada por el “Nosotros tenemos la razón, los demás están equivocados”.
En Bolivia, los departamentos de Santa Cruz, Pando y Tarija han votado masivamente por su autonomía, en un intento supremo de manejar sus regiones independientemente de las decisiones del gobierno central. En nuestro país, la caída del IRPF a los jubilados fue una forma de protesta masiva contra la imposición de un impuesto abusivo, y a raíz de esto y de otras medidas antipopulares, la caída de la preferencia del electorado por el partido gobernante en las encuestas, es muy notoria.
Sin embargo, viendo los desastres ocasionados por el populismo progresista en países como Argentina, Bolivia y Venezuela, los errores del progresismo uruguayo dan la sensación de ser motivados por la falta de experiencia de sus cuadros, y la imperiosa necesidad de mantener unida una colcha de retazos frenteamplista compuesta por heterogéneos, y muchas veces incompatibles, pensamientos de izquierda.
Frente a las malas experiencias, comienza a sentirse la sensación de que en el electorado latinoamericano empieza a descender la preferencia por los partidos de la izquierda socialista, y debido a los gravísimos errores cometidos, muchos de estos gobiernos populistas comienzan a batirse en retirada, aunque aferrados con uñas y dientes a sus sillones de poder.
La culpa de todos estos tropiezos y errores la tienen los yankys, o Bush, o el capitalismo salvaje, o la derecha reaccionaria, o una conspiración que intenta derrocarlos, sin embargo, jamás la pueden tener la falta de capacidad, visión o experiencia de los gobernantes que con sus equivocadas políticas, esas que han fracasado en el mundo comunista, son las verdaderas responsables.
Parece el cuento del Gran Bonete: ¿Yo señor?, NO señor.
Comentarios en este artículo |
|
|