La X de la pobreza
por Agustín Etchebarne
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Desde el exilio, en su lujosa mansión en Puerta de Hierro (España), Juan Domingo Perón dictó una serie de conferencias para ilustrar a sus seguidores. Manteniendo la sonrisa describía su doctrina “Justicialista” o “Peronista”, tal como la llamaba indistintamente. Sostenía, que ya en 1944, había fijado una “tercera posición” que sería adoptada un cuarto de siglo más tarde por dos tercios de la humanidad, en el llamado “Tercer Mundo”. El universo de posguerra estaba dividido entre las democracias liberales (capitalistas) y el bloque soviético (comunista). Perón sostuvo que el capitalismo había tenido gran éxito para desarrollar sus países y transformarlos en potencias, pero a costa del “sacrificio del pueblo”. Del mismo modo creía que el comunismo había logrado el éxito del desarrollo, pero paradójicamente también a costa de sacrificar al pueblo. Así, gracias a las enseñanzas de Mussolini, quien a su vez había aprendido de Lenin, Perón creyó descubrir una tercera opción: el “Justicialismo o Peronismo”. Definía el general Perón a esta postura como un “socialismo nacional”, algo así como un nacional socialismo “a la Argentina”. Una especie de capitalismo humanizado, donde tal vez se crecería más lentamente pero con justicia social, donde los trabajadores no serían explotados, “trabajarían sí, pero sin sacrificio”.
Resumía las tres verdades peronistas como la “soberanía política”, “la independencia económica” y la “justicia social”. “Combatiendo al capital” para favorecer a los obreros, con la excepción claro, del capital de los amigos capitanes de la industria o banqueros prebendarios. Los norteamericanos llaman a este esquema: “Crony capitalism” o capitalismo de amigos. El problema es que estas banderas fueron adoptadas en la práctica por todos los partidos en Argentina, incluyendo a los militares. Así, la Revolución Libertadora, que supuestamente quería restablecer la Constitución liberal de 1853, le agregó el famoso artículo 14 bis., con los derechos sociales de los trabajadores, logrando destruir los beneficios del artículo 14, que para Alberdi era precisamente “el cerrojo para que no pueda entrar el socialismo” en nuestro querido país.
En 1966, el plan económico del general Onganía, consistió en devaluar la moneda un 30%, poner retenciones al campo para ordenar las cuentas fiscales y continuar con las prebendas sociales a los sindicatos, regalándoles la administración de las Obras Sociales. No muy diferente al plan actual de Duhalde-Kirchner. El resultado fue cierto éxito inicial para terminar con un incremento paulatino de la inflación hasta explotar en el “Rodrigazo”, ya con Perón en el poder. Con sutiles diferencias, los distintos ministros de economía que siguieron mantuvieron más o menos la misma dirección, con el común denominador del aumento de impuestos, gasto público y de las prebendas sociales a un número de personas cada vez mayor. Alfonsín, agregó un ejército de 250.000 asesores políticos a un ritmo de 10 por cada cargo electivo, y el sistema siguió creciendo año tras año, Duhalde amplificó el ejército de clientes políticos con 1.700.000 planes descansar y los Kirchner regalaron 1.200.000 jubilaciones de privilegio.
La bandera de la “Justicia Social” se estableció como la ética prevaleciente en todo el país. Se enseña en todas las escuelas casi sin admitir disenso. A tal punto que partidos supuestamente de centro derecha, la contienen en su plataforma política por temor a perder votos. Para nosotros, la ética de la justicia social, contiene la falsa teoría de que “la necesidad crea derechos”. “Allí donde hay una necesidad hay un derecho”. Así nace el derecho a una vivienda digna, a una jubilación (aún sin aportes), a las vacaciones pagas, a participar de las ganancias y en la dirección de las empresas, un salario mínimo vital y móvil (inflacionario), aún si un individuo no hace nada para ganárselo. “Cada uno aporta según su capacidad y a cada uno se le retribuye según su necesidad”, al decir de Ayn Rand.
Aumentar los impuestos, las regulaciones y el gasto público improductivo, en lugar de concentrarse en mejorar la educación, la seguridad, la salud pública o la infraestructura, implica un desincentivo a la inversión, al trabajo productivo, a la excelencia en la educación, la creatividad, los inventos. En suma, equivale a matar el progreso.
En los años 80’s Chile decidió cambiar el modelo. Realizó tratados de libre comercio con países que engloban el 80% del PBI mundial, incluyendo a EE.UU. Y aún la coalición de izquierda, que gobierna desde 1990, no se aparta demasiado de la ortodoxia económica, la libertad de mercados y el respeto a la propiedad privada.
El contraste del resultado de estos dos modelos puede verse como la “X” de la pobreza. En 3 décadas, la pobreza mundial se redujo dos terceras partes, y Chile logró el mismo resultado; en Argentina en cambio se observa el proceso inverso.
Desde 1970 a 2000, los números muestran una impresionante destrucción de la pobreza mundial: La pobreza extrema en todo el mundo cayó de 15,4% al 5,7% de la población (medida como las personas que viven con menos de un dólar constante por día). El porcentaje que vive con menos de 1,5 dólares diarios bajó de 20,2% a 7%; con menos de 2 dólares, se redujo de 29,6% a 10,6%; y con menos de 3 dólares cayó de 46,6% a 21,1%. En el gráfico Anexo, podemos observar las curvas que muestran la caída de la pobreza mundial junto con una recta que muestra el aumento de la pobreza en Argentina. Las personas que viven con menos de 2 dólares por día en Argentina aumentaron del 1,43% en 1986 a 14,3% en 2001 (la pobreza se multiplica por 10 veces). Si bien en 2001 estábamos en plena crisis y la pobreza había subido, al año siguiente fue mucho peor, explotó por la devaluación, y todavía en 2003 estaba en 17,41%. Sabemos que ha bajado desde entonces, pero las cifras han dejado de ser confiables desde 2006.
Economistas independientes calculan que la pobreza supera el 30% en la Argentina, luego de descender desde un pico del 54% en 2002. Mientras la indigencia supera posiblemente un 20%. Y todo indica que esos guarismos constituirán un nuevo piso porque los salarios ya han dejado de subir tan rápido como la inflación.
Pero somos optimistas, porque creemos que esta vez los argentinos comprenderemos la evidencia de la “X” de la pobreza: La ética de la justicia distributiva, que prevaleció como única verdad por medio siglo, solo ha logrado multiplicar la pobreza y destruir la educación, haciendo realidad el lema peronista: “Alpargatas sí, libros no”.
Incluso en CUBA, empiezan a darse cuenta. Hace pocos días Raúl Castro sostuvo que: "Igualdad no es igualitarismo. Éste, en última instancia, es también una forma de explotación: la del buen trabajador por el que no lo es, o peor aún, por el vago". Si los cubanos descubren las ventajas del capitalismo, ya no nos quedarán excusas.
Lo que nos falta es un partido que defienda la ética de la libertad, del trabajo honrado, la excelencia en la educación, el mérito, y la responsabilidad de utilizar bien nuestros talentos. Así, crearemos una Sociedad de Oportunidades, donde el camino para destruir la pobreza, sea liberar las fuerzas creativas de las personas que trabajarán duramente para crear riqueza, sabiendo que ninguna ley les robará el fruto de su propio esfuerzo. Y donde una excelente Educación sea el instrumento para igualar las oportunidades. Reemplazaremos así la ética de la envidia distribucionista, por una que premie a los héroes emprendedores, innovadores, inventores, y a los que se esfuerzan, y a los que estudian y trabajan duramente.
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