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Año V Nro. 358 - Uruguay, 02 de octubre del 2009
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No es una novedad señalar que el actual candidato presidencial de la izquierda uruguaya, José Mujica, ha afirmado en varias ocasiones su desden por toda expresión del poder. Si, la negación del poder en el referente del MPP es una constante que confirma su esencia filosófica. Podemos citar su reiterado anhelo por una especie de estado de naturaleza, un estadio roussoniano de existencia en la que ciertos grupos indígenas señalan al parecer el prototipo de un escenario idílico, de hipotéticos conglomerados humanos carentes de todo vestigio de autoridad, de Poder. Se trata de una clara muestra de sinceridad frente a un deseo de carácter antropológico, lo que no significa necesariamente, coherencia para con la observación de la naturaleza humana. Podemos afirmar que la filosofía de José Mujica, se encuentra muy cercana a los planteamientos de un Bernard Henry Levy, un Glucksman, un Jambet y un Lardreau, todos integrantes del círculo de la nueva izquierda francesa. El pensador francés Alain de Benoist analizó en su tiempo el esquema que del poder hacían estos “nuevos filósofos”, y que se resume de esta manera: 1- el poder es el Mal. 2- No es posible escapar al poder. 3- el Mal está en todas partes. Lo que en palabras más sencillas significa que el mundo es detestable porque el poder surge en él a cada paso. Ya que no existen evidencias de sociedades que no apliquen el poder, el mismo es inextirpable. De ello podría deducirse claramente que al existir, el poder, evidentemente puede tener algo positivo. Pero los nuevos filósofos al igual que José Mujica, llegan a la conclusión inversa: ya que el poder existe, toda vida social (en la que este se desarrolla) es mala en si misma. Si el mundo es malo, señalaba Levy, debemos retirarnos de él. Debemos negar toda autoridad, toda jerarquización de la existencia, en otras palabras, negar al hombre. La revolución social,- nos indica Levy, es deseable, pero imposible. Pero ¿Por qué ha de ser deseable lo que es imposible? ¿Cómo un deber ser que no puede ser debe ser? A esto no responden ni Levy, ni Glucksman,…ni José Mujica. Los paralelismos entre estos teóricos y nuestro interpelado son asombrosos. No debe extrañarnos que la cosmogonía del dirigente Tupamaro hoy candidato a ejercer el máximo Poder de un Estado, actúe en contraposición a los intereses que su futuro liderazgo le imponen. Sus supuestas “embarradas” en la arena política y de general conocimiento, no son más que el resultado de su visión del mundo. Un mundo opresivo del que se retiraría con gusto “regresando a la quinta”, pero al que accidentalmente intenta enfrentar con el solo motivo de volver a encontrarse con “el Mal”, siempre presente. Levy y los nuevos filósofos escribieron en las postrimerías de los años setenta, recién apagadas las ilusiones de las barricadas y el mayo francés de aquellos jóvenes de la aburrida burguesía de la Sorbona, al mismo tiempo que en nuestro país, un grupo de negadores del Poder, ajusticiaban sin reparos al “Mal” encarnado ciertos hombres. La diferencia radica que por aquellos tiempos, Carlos Marx aún era posible, podía erradicarse ese impulso hacia el poder en el hombre aún mediante el modelo totalitario. Hoy, el teórico alemán no es más que eso: un alemán hijo de Hegel, en tanto Rousseau, el negador del hombre, parece ser la última carta que viene al rescate del anciano guerrillero. Aquí la utopía igualitaria, motor filosófico de las izquierdas, se nos presenta diáfana: la existencia del poder representa romper la igualdad anhelada, ya que este supone “diferencias”, iure et facto. ¿Clases o ethos contrapuestos? El cóctel que forman el Igualitarismo cultural y el materialismo filosófico que las izquierdas comparten como matriz de ideas originaria, unido a su concepción progresista y lineal de la historia –esa amarga tendencia a declarar el fin de la misma, profetizar el camino único e inevitable- desembarco hace tiempo en la formas, en las herramientas de analizar nuestra realidad, no solo por parte de la intelectualidad afín, sino por todas las sociedades occidentales, por todos. Un ejemplo de ello es el constante materialismo analítico que se nos presenta como única forma de desentrañar lo “social”. El clasismo triunfante hoy se superpone a cualquier interpretación o a cualquier conjetura, y esta más allá de cualquier discusión. “La pertenencia a determinada clase pretende explicarlo todo, descifrarlo todo, desde las relaciones con el poder político en los hombres, las sociedades o las instituciones, hasta los secretos mas íntimos del alma humana. Desde las decisiones publicas a las pasiones privadas, la clase es la llave maestra para abrir las puertas de la hermenéutica”, sea esta en el mundo académico o en el la esquina del barrio. No hay en Mujica, “contradicciones” filosóficas: lucha de clases sí, explicaciones “economicistas” también, lucha de ideas o de ethos contrapuestos, ya no. Es por ello que difícilmente se pueda jugar un partido en el cual el contrario pone las reglas, es el juez, y dice como y cuando se vence. Las tibias y desconcertadas oposiciones son un buen ejemplo de esto. Esta realidad que refleja la victoria ideológica y hermenéutica, en lo que se refiere al tema especifico del poder, se repite en forma inexorable: La gente considera que el “poder” es algo intrínsecamente malo, y por ello la política es algo “sucio”, corrupto, enfermo y perverso per se. El “que se vayan todos” en la política logra su cometido: se quedan siempre los mismos, nadie nuevo se acerca por miedo a “infectarse”, en un círculo vicioso de negación constante del poder pero acumulación también constante del mismo por parte de las izquierdas, en todos los ámbitos de la cultura (política, educación, medios de comunicación, gremios, etc.). No debe olvidarse el objetivo final que este tipo de actitudes filosóficas persiguen: negar el Poder, es negar la sociedad. Siempre puede irse más lejos en la idea igualitarista, más lejos en la negación de la realidad, más lejos en la negación del hombre y en la búsqueda de la “materialización de la utopía”, esa de la que Emil Cioran nos recordó significa “ninguna parte”. © Diego Díaz - Germán Sainz para Informe Uruguay
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