|
|
|||||||
|
Año V Nro. 363 - Uruguay, 13 de noviembre del 2009
|
|
Algunos columnistas de opinión han aludido a sus experiencias personales en el Berlín del muro de la vergüenza (1961-89). Quiero añadir al respecto algunas de las mías. Yo residía relativamente lejos, en Múnich, cuando se inició su construcción. Pero al año siguiente, con dos amigos cubanos, acordamos hacer una visita “al otro lado”, para forjarnos nuestro propio juicio. Pasados los molestos controles en el célebre Checkpoint Charlie, deambulamos por horas por las calles grises y avejentadas del Berlín Oriental. Primeras instantáneas: escaso tráfico vehicular, ausencia de colores, ruinas todavía por recoger, peatones cabizbajos, la mayoría ancianos. Los pocos jóvenes visibles enfundados en uniformes policiacos o militares, y las únicas carcajadas que resonaban las nuestras. Nada de brillantes anuncios comerciales y sí mucho de consignas ideológicas en contra del fascismo de occidente y de su histórico imperialismo antisoviético. El muro se vendía, pues, como una defensa frente a la agresión, y no como lo que en realidad era: el perímetro de una prisión de altísima seguridad. Las ventanas, por ejemplo, sobre la Bernauer Strasse paralela al muro selladas todas a cal y canto. Hacia las once de la mañana entramos a un restaurante de nombre “Bucarest” para tomar una cerveza. El sitio, modesto y con pocas mesas, se hallaba, sin embargo, bien frecuentado. A los pocos minutos, un matrimonio alemán de edad madura se nos acercó para pedirnos, corteses, compartir nuestro espacio, dado que no había más sitio disponible. Naturalmente, accedimos gustosos pero me permití advertirles que éramos tres cubanos que nos acabábamos de reencontrar después de mucho tiempo y que continuaríamos con nuestra conversación en castellano. De más está decir, que despertamos en ellos una curiosidad insaciable por casi dos horas de preguntas y respuestas… en alemán. Subrayaron la evidente “felicidad” que transparentábamos por venir de la patria socialista de Castro. Unánimemente les respondimos que tanta dicha no era universal entre los cubanos, a lo que respondieron: “pero si vemos en la televisión casi a diario las entusiastas multitudes concentradas en la Plaza de la Revolución en La Habana que saludan jubilosas al Líder Máximo”. A lo que le respondí: “con el mismo júbilo con que ustedes vitorean aquí a Ulbricht”, el dictador marxista de ese momento. Y entonces el hombre exclamó: “Ach, Jetzt Bin Ich Im Bilde”, ya tengo el cuadro. Y ambos, de inmediato, empezaron a desgranar en voz muy baja sus muchas frustraciones y angustias incrementadas por el infame muro. Intenté consolarlos con la expresión “Mut, mut”, ánimo, ánimo. En eso se nos acercó una mesera que le hizo una mueca discreta a nuestros interlocutores. Entonces me apresuré a ofrecerles mis excusas por si mis exhortaciones los había puesto en riesgo de ser delatados por la señorita. A lo que él respondió: “todo lo contrario, ella es buena persona. Lo que quiso fue advertirnos” —y bajó aún más su voz— “que alguien nos vigila desde otra mesa”. A los pocos minutos mis amigos y yo nos fuimos, pero ellos rechazaron nuestra invitación a acompañarlos por la ciudad porque, aclararon, se quedarían media hora más precisamente para que se notara que no nos habíamos citado allí de antemano. En otras visitas a aquel Estado totalitario tuve experiencias diversas pero siempre de la misma tónica, de desesperación y miedo. La noche del 9 de noviembre de 1989 mi corazón saltó de alegría por todos mis apreciados alemanes de ambos lados del muro y aún lo hace a cada aniversario. Y lo único que lamento es que no me será dado celebrar veinte años del fin de la misma ignominia en Cuba. * El Doctor Armando de la Torre es Director del Instituto de Estudios Políticos de la Universidad Francisco Marroquín de Guatemala. © Armando de la Torre
|