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Año V Nro. 363 - Uruguay, 13 de noviembre del 2009
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La victoria olímpica del gobierno brasileño que encabeza Luis Inacio Lula da Silva, es el resultado de una política exterior con historia y del trabajo de un equipo integrado con jugadores de peso global. El capitán del equipo, el presidente de Brasil, un antiguo tornero mecánico y dirigente sindical ha sido calificado por Barack Obama como el líder más admirable del momento. Continúa Pelé, quien fue designado embajador de la causa olímpica, luego su ahora ex ministro de Asuntos Estratégicos, cerebro del Bric (Brasil, Rusia, India y China) y profesor de la Universidad de Harvard, Mangabeira Unger, y corona este equipo estelar, la también celebridad de la literatura light mundial, Palo Coelho. El abrazo y las lágrimas de ese equipo después del anuncio en Copenhague son la evidencia que convertirá un país de segunda clase, el antes eterno país del futuro, en una potencia global del presente. Brasil está en el Grupo de los 20 (G-20), es líder de los Bric, actor de primera en la Organización Mundial del Comercio (OMC) y en la fila para la OCDE, líder del MERCOSUR y ahora también de la nueva Unasur, motor del IBSA con India y Sudáfrica, candidato a una silla permanente en el Consejo de Seguridad de la ONU, voz cantante de las economías emergentes y aspirante a mayor peso en el Banco Mundial y el FMI. Tanto el mundial de fútbol ya adjudicado para el año 2014 como los juegos olímpicos del 2016, añadirán un punto al crecimiento del PBI y muchos puntos más a la autoestima del pueblo brasileño. El Brasil de hoy es también una fortaleza generadora de energías limpias y renovables, por otra parte es una potencia política con el deber ingrato de reprochar a sus vecinos cuando pasan la raya de la democracia hacia el autoritarismo como lo ha hecho sutilmente con gobiernos de la región. El gran desafío de Brasil, combatir la miseria de Río de Janeiro y dejar en el recuerdo, mediante una política de seguridad ciudadana efectiva, los más de 2000 homicidios que se perpetraron en esa ciudad en el pasado año 2008. Pero estos éxitos que he venido enumerando, no son más que el producto de una política exterior consistente forjada desde mediados del siglo XIX que gira sobre principios a cumplir a rajatabla: el control de la política comercial, la consolidación de las fronteras nacionales y las pretensiones de hegemonía regional. Para no hablar de la profesionalización de un servicio exterior que cumple ya más de un siglo y la denominada “desideologización”, producto de un pragmatismo responsable que se impone a mediados de los años setenta del siglo pasado. Esta es la historia de una política exterior condicionada por la interrelación de factores externos e internos con intervalos de alineación automática con Estados Unidos pero con muestras indiscutibles de no ceder a la presión de ese país. Tomemos como ejemplo el caso de las bases militares en territorio colombiano. Si en algo fallaron ese país y los Estados Unidos en el manejo del tema, fue precisamente en la ausencia de comunicación previa con Brasil, desconociendo el liderazgo real de este país en la región. Sin lugar a dudas, hay mucho que aprender de la política exterior brasileña diseñada por Itamaraty, la histórica cancillería del gigante del sur. Más que nada la proyección en el tiempo de una política de Estado sostenible al margen de quien gane las elecciones. Indudablemente el legado de Lula será un salto global de incalculables proporciones poniendo a Brasil en los primeros lugares del liderazgo internacional. Pero nada de esto sería realidad sin el trabajo de excelencia de Itamaraty un modelo a estudiar por otras cancillerías latinoamericanas que “sueñan” con que sus países logren posiciones de privilegio en el cada vez más complejo escenario internacional. ¡Hasta el próximo análisis…! © Lic. Washington Daniel Gorosito Pérez para Informe Uruguay
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