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Año V Nro. 390 - Uruguay, 14 de mayo del 2010  
 
 
 
 
 
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Pepe Eliaschev

La incontinencia verbal del Presidente uruguayo
por Pepe Eliaschev

 
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         Lo dijo sin tapujos, ni arrepentimientos: “Este pequeño Uruguay de hoy tiene la decisión política de viajar en el estribo de Brasil todo lo que pueda porque es la décima economía del mundo y está en pleno crecimiento y nosotros nos tenemos que dar cuenta y ubicarnos frente a esa realidad”.

         El presidente José Mujica, de Uruguay, tenía a su lado, y en Montevideo, a Luiz Inácio Lula da Silva, el presidente de Brasil cuyo sucesor será elegido dentro de apenas 20 semanas. 

         Tamaña exhibición de alineamiento con una nación vecina y en esos términos, fue lo mejor que se le ocurrió al viejo tupamaro para compensar el favor que venía en hacerle horas antes al gobierno de los Kirchner.

         Pero los medios no se callaron la boca en Montevideo. El mayor diario uruguayo, El País, editorializó asegurando que “es claro que Mujica se extralimitó en su metáfora, pues a ningún país independiente debería cuadrarle esta idea de andar por el mundo subido al estribo de otro, por grande que sea”.

         Mujica quiso subir a Uruguay al estribo brasileño solo 24 horas después de votar de hecho por Néstor Kirchner como nuevo secretario general de la Unión de Naciones Suramericanas (Unasur), una entidad por ahora desprovista de poderes, atribuciones y recursos, de la que forman parte los doce países que forman parte de la masa continental al sur del istmo de Panamá (los nueve hispano hablantes Argentina, Bolivia, Colombia Chile, Ecuador, Paraguay, Perú, Venezuela y Uruguay), Brasil y Surinam y Guyana, dos ex colonias europeas emplazadas al Norte de Sudamérica.

         Brasil es el principal mercado de las exportaciones uruguayas, además de un fuerte y decisivo inversionista en emprendimientos privados y públicos que siguen transformando el mapa económico de la pequeña nación. 

         La Argentina ocupa un espacio complejo y a menudo confuso en la vida política uruguaya. El primer gobierno del Frente Amplio, que encabezó Tabaré Vázquez entre 2005 y 2010, se negó a apoyar la candidatura de Kirchner al Unasur hasta que la Casa Rosada no efectivizara la reapertura de la frontera internacional en el cruce Gualeguaychú-Fray Bentos, bloqueado por un piquete de entrerrianos hace ya más de tres años. 

         Vázquez culminó su exitoso mandato sin que la Argentina quisiera consumar ese acto de elemental respeto al derecho internacional.

         Mujica piensa diferente. Lo explicó de manera clara, aunque polémica, la pasada semana: “Hemos decidido acompañar el consenso de los presidentes de América La-tina para que se pueda dar este paso, porque aspiramos a progresar con el conjunto de los pueblos de América Latina.

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         Pero dentro de ello, en primer término con los pueblos argentinos, a los que consideramos no hermanos, sino algo más, y con los que hemos tenido un conflicto todavía sin resolver, pero apostamos a la buena fe de los pueblos argentinos”.

         El accionar del presidente Mujica es zigzagueante y fogoso. Debe admitirse que su preocupación es retomar la normalidad con la Argentina, pero se ha convertido en un realista descomunal. Se maneja con un crudo pragmatismo.

         No solo llenó de lisonjas a Lula y dio la cara por un aval a Kirchner que el grueso de la sociedad uruguaya no deseaba. Como si hasta ahora ya no hubiese dejado demasiadas huellas digitales en su accionar descarnado y cándido, justo cuando una delegación de la Unión Cívica Radical encabezada por Ricardo Alfonsín ingresaba a una audiencia muy cordial con el vicepresidente Danilo Astori en Montevideo, Mujica declaró en público que apoyó a Kirchner porque los argentinos elegirán un gobierno peronista en 2011. 

         El canciller uruguayo Luis Almagro intentó aclarar cuando oscurecía, alegando que Mujica “sólo manejó como probabilidad la victoria de Néstor Kirchner en 2011”.

         El mismo Mujica que calificó a Lula como “el Presidente largamente más prestigioso de América latina y del mundo”, verbalizó luego una asombrosa predicción, cuando dijo saber algo que “ninguno ha visto. Los periodistas no lo han visto todavía, y los politólogos tampoco”. ¿Qué era? Se ¿explicó? así: “Lo más importante es quién va a ganar en Argentina, cuál va a ser el próximo régimen. Va a ganar el justicialismo”.

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         De nuevo debió socorrerlo su joven canciller Luis Al-magro, evidentemente apremiado por la incontinencia de Mujica. Para Almagro, Mujica “trabaja en un marco de probabilidades y tenemos que manejar como una probabilidad el hecho que el actual gobierno justicialista pueda tener un nuevo mandato. 

         Esto no es una intromisión en asuntos internos de Argentina, porque no estamos diciendo va a ser o no, o queremos que sea o no sea. Estamos leyendo datos de la realidad, nada más”.

         La pregunta es si la apuesta de Mujica a la “buena fe del pueblo argentino”, será correspondida. Haberse jugado de manera tan maciza por los Kirchner puede ser una hipótesis muy audaz y eventualmente exitosa si el matrimonio Kirchner consigue despejar la frontera bloqueada por los fundamentalistas de Gualeguaychú.

         Pero, ¿y si no pueden? Cabe recordar que tras ganar las elecciones de jefe de Gobierno de la ciudad de Buenos Aires de 2007 con el 61% de los votos, Mauricio Macri no logró reabrir aún la calle Bartolomé Mitre a la altura de Cromañón, donde murieron 194 personas en diciembre de 2004. La calle está cortada desde entonces, como el primer día.

         Debe ser por eso que Mujica, afligido tal vez por su excesivo rapto de argentinidad “al palo”, se montó enseguida al corcel brasileño, como diciendo que nadie debería hacerse demasiadas ilusiones.

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Fuente: Cato Institute

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