Las elecciones parlamentarias del 25
por Oscar Almada
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Y bien, señores, llega el momento tan aguardado: titulamos deliberadamente “elecciones parlamentarias” para subrayar el hecho de que en ellas se define necesariamente la integración del Poder Legislativo, mientras que la elección presidencial no ocurre forzosamente en esta oportunidad, sino que podría posponerse para el mes próximo si el ganador de ahora no consigue la mayoría absoluta de votos, circunstancia que, estamos seguros, será la que tendrá lugar en esta ocasión.
La elección parlamentaria, por otra parte, es de la mayor trascendencia dentro del sistema democrático de gobierno, pese a que para el común de los ciudadanos, la puja más atractiva e interesante es la que protagonizan los candidatos a la Presidencia. Obviamente ésta es también de extrema trascendencia, por las competencias, funciones y atribuciones que tiene la figura del presidente, que es quien nombra los Ministros y tendrá importante intervención en la designación de todo el aparato del Gobierno. Pero se suele subestimar un poco la integración del Parlamento y las proporciones en que deben estar representados en él los distintos Partidos; es este organismo el que nutre a toda la sociedad y por supuesto a sus administradores los miembros del P. Ejecutivo, de la materia, de la sustancia esencial con que ella funciona, y por lo demás, es la garantía de un sistema de libertad y justicia en grado aún superior.
Por consiguiente, iniciaremos el análisis por la elección presidencial, que posiblemente nos insuma menos líneas. La realidad de los hechos impone una competición entre sólo dos de los cinco candidatos, el oficialista Mujica y el opositor Lacalle, que aventajan por muchos puntos a los demás en la estimación corriente. En las elecciones internas de junio, el segundo superó a su rival, pero se trataba de una situación y de un momento distintos, de modo que para esta oportunidad, es posible que el Frente logre recuperar algunos puntos. De cualquier manera, resulta extremadamente difícil que alguno obtenga la mayoría absoluta (como ocurriera en tan distintas circunstancias en las elecciones anteriores) de manera que todo quedará seguramente supeditado a si en noviembre, la sola fuerza del F.A. consigue vencer a la suma de los sufragios que obtendrán los tres partidos de la oposición, (descartamos a la Asamblea Popular porque sus dirigentes han manifestado que instarán a votar en blanco), lo que por el momento parece sumamente improbable. Y en este sentido nos referimos a la suma informal y espontánea de los partidarios de dichas colectividades, y no a ningún pacto público y formal. Pero esto es harina de otro costal, aunque desde ya expresamos nuestra opinión (que seguramente a los lectores de ESPACIO no les sorprenderá para nada.....) de que la elección del señor Mujica sería una extravagancia tan irresponsable que en modo alguno creemos que el país asuma. Por lo tanto nos referiremos especialmente a la elección parlamentaria.
El Parlamento es la sede del pluralismo, es y ha sido a través de toda la historia el ámbito en el que las minorías han tenido su voz y han ejercido el contralor de la conducción mayoritaria. Por lo tanto, es el lugar natural de la democracia, de la tolerancia, de la búsqueda de consensos generales y de políticas de Estado. Es allí donde los políticos aprenden a que sus convicciones no son necesariamente “la verdad”, y donde el cotejo de las disidencias arroja en definitiva la luz. Por supuesto que todos los partidos “sueñan”, en el fondo, con gozar de la oportunidad de poseer mayorías absolutas que les permitan aplicar con comodidad, coherencia y agilidad, sus planes, proyectos y propuestas. Pero la posesión de esa mayoría suele ser mala consejera, y la fragilidad humana lleva a que quienes gozan de tan señalada ventaja se encaramen en la soberbia y se diluyan en un abuso que contradice el ejercicio de la razón.
Algo de eso se constató precisamente en el período que va finalizando, en el cual el F.A. perdió la oportunidad de acordar con la minoritaria oposición ciertas políticas, al menos en tres o cuatro materias fundamentales para el país, que irían desbrozando el camino del progreso, e incurrió en improvisaciones, voluntarismos y obstinaciones fatales, y en caídas al autoritarismo, la soberbia y la pedantería. Una razonable distribución de mayorías y minorías y una presencia significativa de los partidos menores prestando su voz y su pensamiento, llevaría incluso a que el ejercicio de la mayoría fuese en sí mismo mucho más fecundo y positivo. Y desde luego que el contralor que los menos tienen derecho a realizar sobre lo que hacen los más, el famoso juego de los equilibrios y los contrapesos, es de la esencia misma del sistema democrático, de la protección de los derechos individuales y de la necesaria tolerancia social, cuna y fuente de todos los avances.
De ello se deriva la lógica y la necesidad de que en este momento, para integrar el Parlamento, los ciudadanos se concentren en el raciocinio y elijan con delicado esmero sobre la base únicamente de lo que, a su leal saber y entender, será mejor para el país, abandonando las funestas sinrazones del “voto útil”, las erróneas aplicaciones de lo que informan las encuestas, e incluso las engañosas voces de sus simpatías. La labor parlamentaria es una tarea específica no dependiente tanto del lema global que agrupa a los candidatos como de los atributos de éstos. Por lo demás, en el marco de la división bipolar que reina en nuestra ciudadanía entre los sectores de convicciones democráticos y los de inclinaciones populistas, el voto a cualquiera de los lemas que participan de aquéllas cerrará el camino a éstas, y viceversa.
Una integración muy dividida, muy plural, de las dos ramas del Poder Legislativo, curiosamente, será el elemento que, quizás, nos brindará la oportunidad de acordar, de consensuar, de negociar en el buen sentido del término, aunque sea “a la fuerza”, las políticas que se dictarán al Poder Ejecutivo, de suyo unidireccional. Y de recoger de buena fe y con ánimo benévolo y transaccional, lo bueno de todas las posiciones. El abandono de rígidas “disciplinas partidarias”, que NO son lo mismo que unas elementales coherencias, abrirá el camino para las auténticas políticas de Estado, que suelen NO coincidir con las políticas específicas de los partidos incluyendo al de gobierno.
En vísperas, pues, de esta trascendental decisión, los ciudadanos debemos recordar, no como frase altisonante de campaña electoral ni como concesión al lugar común, sino como una verdad “de a puños”, que en esta oportunidad debemos optar entre tendencias muy distintas que hacen al buen o mal desenlace, al feliz o al desgraciado futuro de la Nación. Estas elecciones serán, no sólo la designación de los encargados de la administración del país y de la elaboración de la legislación uruguaya, sino una opción entre concepciones muy opuestas entre sí, mucho más opuestas, incluso, que opuestos son sus personeros y sus líderes: la opción entre la Democracia y el Populismo que son, en efecto, cosas muy distintas y que son los verdaderos “protagonistas” de los próximos comicios.
© Oscar Almada para Informe Uruguay
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