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Año V Nro. 326 - Uruguay, 20 de febrero del 2009   
 

Visión Marítima

historia paralela

 
Fernando Pintos

El hombre a quién no hicieron
caso los venezolanos…

por Fernando Pintos

 
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         El 12 de enero de 2003, Carlos Alberto Montaner publicó un artículo titulado «El hombre al que los venezolanos no le hicieron caso». Se cumplían quince años del suicidio de Carlos Rangel, y Montaner quería rememorar la obra y dimensión intelectual del gran pensador venezolano. Debido a que en esta misma edición de «Informe Uruguay» se está publicando un artículo de mi autoría que versa más o menos sobre el mismo tema y que, en su desenlace, de alguna manera reúne a estos dos estupendos escritores, Rangel y Montaner, me permitiré transcribir ese texto, a todas luces preclaro.
Aunque, antes de ello y para que no haya lugar a confusión, aclararé el punto siguiente: en mi artículo menciono que leí por primera vez «Del buen salvaje al buen revolucionario» en una edición de Monte Ávila Editores, de Buenos Aires, publicada en 1977. Y entonces, tomando como epicentro ese mismo año, comienzo a trazar una serie de paralelos con la realidad de aquella época. Como comprobarán ustedes al leer el texto de Montaner, la primera edición de aquella obra superlativa, que debería ser de lectura obligada en cualquier instituto de estudios superiores, fue de 1975. En todo caso, ahora les presento el artículo conmemorativo sobre Carlos Rangel:

       «…Madrid -- Por estas fechas hace  exactamente 15 años que mi amigo Carlos Rangel se quitó la vida de un  pistoletazo.
En 1975 había publicado uno de los mejores ensayos  políticos de la historia cultural latinoamericana, Del buen salvaje al buen revolucionario, y luego, pocos años más tarde, había rematado la faena con El  tercermundismo, una brillante indagación sobre los rasgos que caracterizan a  esa fauna lamentable que posteriormente quedó retratada en el Manual del  perfecto idiota latinoamericano, obra escrita por Plinio Apuleyo Mendoza, por  Alvaro Vargas Llosa y por mí. Nuestro libro le debía mucho a los de Carlos  Rangel, así que decidimos dedicárselo a él y a Jean-François Revel, otro amigo excepcional, de los grandes ensayistas franceses del siglo XX, incansable  batallador en Europa contra los devotos de la dictadura marxista o los  enemigos de la sociedad abierta, plural y libre.
Pero Rangel fue mucho más que un penetrante escritor. El  y su mujer Sofía Imber --fundadora en Caracas del mejor museo de arte moderno  de América Latina, que hoy lleva su nombre, lo que no ha impedido que Chávez  la expulsara de la dirección-- tuvieron durante muchos años un popular  programa de televisión, de entrevistas y comentarios, muy temprano en la  mañana, en el que día a día defendían las libertades y trataban de explicarles  a los venezolanos el inmenso peligro que corría el país si escuchaba los  cantos de sirena de los comunistas, la izquierda festiva o a esos populistas  de diversas procedencias que en lugar de explicar que la riqueza se construye  y acumula mediante el trabajo, la responsabilidad individual y el buen funcionamiento del estado de derecho, predicaban alguna suerte de evangelio ''revolucionario''.  Esa nefasta y rencorosa superstición que asegura que nuestros infortunios son  invariablemente la consecuencia del comportamiento malvado de los otros: los  yanquis, los ingleses, los empresarios, o hasta los judíos, porque el antisemitismo, desgraciadamente, sigue vivo en medio planeta, aunque ahora lo  disfracen con la solidaridad propalestina.
Evidentemente, Carlos y Sofía, para utilizar la metáfora  bolivariana, ''araron en el mar''. Los venezolanos ignoraron sus múltiples advertencias, algunas de ellas, por cierto, transmitidas arriesgando sus vidas.  Recuerdo una conferencia de Carlos en una universidad pública de Caracas --en  aquellos años a la facultad de economía de esa institución la llamaban ``Stalingrado''--  en la que llegaron a la tribuna atravesando una multitud de estudiantes que  los insultaban y escupían. Si en ese momento alguien inicia un ataque, probablemente aquellos energúmenos enardecidos los hubieran matado a golpes.  No hay nada más peligroso sobre la tierra que un varón joven y fanático lleno  de desprecio contra una persona a la que mentalmente ha privado de atributos  humanos. Para ellos, entonces, Carlos y Sofía eran un par de perros al  servicio del imperialismo.
Han transcurrido varias décadas desde esos hechos, y  estoy seguro de que muchos de esos airados estudiantes hoy son personas maduras que están en las calles de Caracas o de Maracay golpeando patrióticamente una cacerola y sacrificando su patrimonio familiar para evitar  que Hugo Chávez convierta a Venezuela en una colonia política de Cuba, de la  misma manera que el coronel golpista, ya ha asumido su role de edecán y delfín  de Castro en América Latina. Lo que esos venezolanos no fueron capaces de  aprender en los libros de Rangel o en los programas de Carlos y Sofía lo  descubrieron mucho más tarde, tras cometer el monstruoso error de entregarle  las llaves de Miraflores a un personaje de la catadura ideológica y moral de Hugo Chávez, nada menos que como recompensa por haber intentado destruir las  instituciones democráticas del país. Así estaba de confundida la población  venezolana tras cuarenta años de prédica populista que le llegaba, como un  chaparrón incesante, desde los periódicos y desde las cátedras universitarias,  desde los grandes partidos políticos y desde los púlpitos de las iglesias.
Es muy triste que las malas ideas sean más persuasivas  que las buenas, pero es comprensible. Siempre resulta más fácil convencer a alguien de que es víctima de una injusticia, o de que sus quebrantos se  derivan de la falta de compasión de algún canalla, que enfrentarlo a sus  responsabilidades. El Manifiesto comunista o cualquier explicación de las  desigualdades humanas que recurra al victimismo será mil veces más poderosa  que los laboriosos reglamentos contenidos en el código civil, pero sabemos,  por varios siglos de experiencia acumulada, que las sociedades que avanzan y  prosperan son aquéllas en las que funciona el código civil, administrado por unos magistrados aburridos, y no las que han elegido los panfletos incendiarios recitados por fogosos y elocuentes revolucionarios.
En todo caso, los venezolanos ya no pueden rehacer el  pasado, pero sí tienen la oportunidad de aprender de sus errores y construir  un país distinto cuando se sacudan de encima esa pesadilla que se llama Hugo  Chávez y a su gobierno corrupto e inepto, tan autoritario como le permiten las  circunstancias. Ojalá que el 14 de enero del 2004 ya Venezuela sea un país  libre, encaminado en la dirección del progreso. Esa fecha, la de la muerte de  Carlos Rangel, es ideal para que las autoridades del país, políticos e  intelectuales, artistas y clérigos, acudan en masa al cementerio para  organizar un gran acto de desagravio. Carlos lo avisó y no le hicieron caso.  Es triste…».

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