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La democracia entre la propiedad
privada y la cosa pública III
por Pablo Martín Pozzoni
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Indice de Capítulos
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Introducción
1 - El lenguaje político y las formas de gobierno. Poniendo el caos en orden
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2 - La diferencia esencial entre sociedad y pueblo
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3 - El talón de Aquiles del socialismo democrático y de la socialdemocracia
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4 - La dividuación ciudadano-habitante y un ejercicio de imaginación política
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5 - Todo poder ejecutivo es autocrático
6 - El despotismo político en las democracias
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7 - Las condiciones antidemocráticas de la democracia
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a) Tres formas no conciliables de adjetivar la democracia: republicana, democrática y popular
b) La tesis de las libertades orgánicamente contradictorias y el clasismo populista
c) La aporía de un poder público capitalista
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Conclusión
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3. El talón de Aquiles del socialismo democrático y de la socialdemocracia
El socialismo democrático, entendido no como un modelo socialista de renta elegido en régimen pluripartidario dentro de una economía de mercado, sino como un sistema económico socialista (marxista o cualquier otro), significa algo parecido a la idea de capitalismo democrático. Más propiamente, lo que debería hablarse es de “democracia capitalista” y “democracia socialista”. El capitalismo y el socialismo no son otra cosa que los dos únicos modelos posibles para el ámbito propiamente cataláctico en una economía abierta y extensa. Quienes promueven estos dos sistemas adjetivando a la democracia lo hacen en función de la democracia en sí misma. Hablar de socialismo democrático implica afirmar que puede haber socialismos no democráticos, y que el carácter democrático es casi un aditamento al socialismo. Hablar en cambio de democracia socialista invierte la ecuación: puede haber democracias no socialistas pero el socialismo es una vía para la democracia, una forma de democracia. Y esto es muy útil ya que, en rigor, no puede existir tal cosa como una democracia política capitalista. Puede, o bien hablarse de una democracia que pueda optar por reducir la esfera de administración pública y posibilitar un mercado capitalista, o bien hablarse de una democracia restringida constitucionalmente por un sistema liberal de derechos individuales de propiedad privada que produzcan y posibiliten el sistema capitalista (en este sentido cabría hablar, aunque algo impropiamente, del capitalismo como un “sistema político” 1 ).
En cambio el socialismo sí puede ser un vehículo, previa politización de toda la sociedad, para la democratización política de las relaciones interpersonales. De hecho, entendiendo la democracia no en los términos sociológicos de Tocqueville como igualdad sociocultural y legal sino en términos de soberanía política, la democratización política completa de la organización social sólo puede implicar un socialismo completo. Pero he aquí el gran punto débil de esta democracia: sólo puede ser socialista. Lo que posibilita una colectivización total impuesta para que la democracia sea un instrumento en pos de no dejar al azar ningún espacio de la vida, es una estructura social que, paradojalmente, no puede ponerse en tela de juicio. Así como Dios no puede elegir crear una roca tan pesada que él mismo no pueda levantar sin dejar de ser Dios, la democracia socialista no puede elegir otro sistema social que no sea el socialista sin reducir su propio poder. La democracia socialista puede decidir el contenido y las formas internas a la estructura vertical de la sociedad colectivista, pero no puede elegir la estructura, el armazón arquitectónico de cómo será esa sociedad. Y como si esto fuera poco el socialismo es -y esto lo veremos más adelante- una autocracia ejecutiva completa y una relación de obediencia permanente al comité de planificación de la comunidad, mientras que libertad política que hace voluntaria a la acción democrática implica ya un espacio protegido privado. Este espacio resultaría secesionista para un socialismo que quisiera ser omniabarcativo (y que debería serlo si el socialista cree que la libertad de un pueblo pasa por una democracia absoluta sobre el contenido de la estructura social). En este sentido la idea inversa a la de “democracia socialista”, esto es, la de “socialismo democrático”, es más sincera y nos dice: “nuestro socialismo sólo puede adoptar una forma, y haremos para éste un sistema cuyo poder soberano no sea autocrático ni aristocrático sino democrático”.
Hay quienes comprendieron este problema y proponen la posibilidad democrática de cambiar las estructuras sociales a discreción. Esto es, un socialismo potencial, y en acto una construcción deliberada de cualquier organización social. Pero así se intenta situar la sociedad por debajo de la voluntad. El socialismo no es el vehículo de la voluntad democrática sino que ahora la voluntad democrática armará cualquier estructura social a voluntad. Puede, sí, restringirse y decidir permitir el capitalismo, o crear un sistema socialista, sea éste un vehículo para su voluntad o no, poco importa. La democracia pasa por poder libremente construir mediante un consenso de voluntades cualquier forma imaginable de sistema, estructura y régimen social, como si tal construcción pudiera realizarse en un vacío social.
El problema al que se enfrentan los defensores de esta concepción casi etimológica del término “socialdemocracia” (en general herederos de esa versión residual de la deconstrucción ideológica marxista que es la “sociología del conocimiento”) es que nunca pueden tener completa seguridad de que una democracia es absoluta sobre su sociedad sin estar cambiándola permanentemente. ¿De qué otra forma sino podrían tener la seguridad de que alguien no les estará poniendo límites? A la larga deberían elegir un modelo de “socialismo democrático” invariable, pero eso sería reconocer la existencia de condiciones sociales objetivas que ellos habrían catalogado de “ideológicas”: por parte de la realidad una restricción al sueño de una “voluntad libre de cualquier atadura socialmente necesaria”. La democracia social no podría dejar de ser una democracia socialista si quiere garantías de no formar factores externos de poder que pudieran estar dominándola. En una encrucijada todavía peor se verán si reconocen que una planificación socialista total requiere una autocracia ejecutiva que tiende a ser legislativa y soberana.
Tras el utopismo de la construcción democrática permanente de la sociedad siempre se esconde el realismo político por el cual es desde ciertas condiciones invariables de la sociedad (derechos individuales establecidos institucionalmente, a priori si se quiere) que se puede construir un espacio colectivo democrático 2 . La socialdemocracia es paradojal por cuanto al intentar utilizar el espacio colectivo democrático para controlar a la sociedad misma en nombre de someter a un sector del pueblo por otro, lo que logra es aumentarlo hasta la politización parcial mercantilista de la sociedad, o bien la politización completa y totalitaria. La sociedad pasa entonces de la única forma que puede tomar para proteger lo privado, a la forma colectivista que necesita para ser vehículo de la administración planificada. Sistémicamente la noción de un pueblo colectivo que lo controle todo requiere que sus miembros no puedan anular dicho control. Ergo, el absolutismo democrático es posible sólo si la democracia está absolutamente controlada.
Otra paradoja importante de la socialdemocracia -y también del socialismo democrático- es que para que pueda haber una democracia totalmente libre esta no puede ser totalmente libre de volverse una forma de regulación total de la sociedad, ya que el sujeto y el objeto de la “democracia social” en tal caso se vuelve la misma cosa, y siendo el individuo el origen de las voluntades colectivas sólo puede formar opiniones libres si es libre del control de otros individuos. En pocas palabras, la democracia no puede dejar de ser limitada, y deja progresivamente de serlo en tanto expande sus fronteras. La limitación de la democracia que la puede preservar como forma de control del poder político implica un tipo particular de igualdad ante la ley: un sistema de derechos individuales y “libertades negativas” que lleva indefectiblemente al capitalismo. Para hacerlo más molesto a los socialdemócratas: no hay otra democracia que la burguesa 3 .
[1] Otros autores acordes con una línea miseana plantean que el concepto de democracia debe integrarse al todo del cual forma parte como sistema social y económico, y que tomando al socialismo y al capitalismo como dos extremos polares nos encontramos con dos unidades orgánicas contrapuestas con sus propias formas políticas y sociales, esto es, con sus formas de democracia, sus formas de libertad, etc., que se cierran funcionalmente sobre sí.
[2] Véase al respecto mi artículo “Demócratas contra la economía” en el que postulo una breve refutación a las bases filosófico-políticas de la socialdemocracia y su casi necesaria implícita complicidad con los socialismos totalitarios de base filosófico-política (no tan) paradójicamente opuesta a la de la propia socialdemocracia.
[3] Cfr., Kenneth Minogue, La teoría pura de la ideología, Argentina: Grupo Editor Latinoamericano, 1988, p. 342.
Publicado con autorización del autor: Propiedad Privada
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